ARCHIVO
Gabo a Texas
Los documentos personales del nobel colombiano fueron a parar a la Universidad de Texas. ¿Por qué sucedió? ¿Cómo fue la negociación? ¿Cuánto pudieron costar?
La noticia de que el centro de investigación Harry Ransom de la Universidad de Texas en Austin adquirió los archivos personales de García Márquez no tardó en generar polémica. Algunos colombianos estaban poco contentos con la noticia y la molestia creció cuando Rodrigo García Barcha, hijo del escritor, dijo a los medios nacionales que el gobierno colombiano había brillado por su ausencia en el tema.
Esta no era la primera vez que el país dejaba pasar la oportunidad de comprar manuscritos originales de los libros de Gabo. En 2001 y en 2002 se puso en subasta la primera prueba impresa de Cien años de soledad –con más de mil correcciones del puño y letra del autor- por 500.000 dólares. Este manuscrito –único por lo que revela sobre el proceso creativo de la novela– pertenecía a dos amigos cercanos del escritor. Cuando murieron su hijo decidió ponerlo en subasta. Desafortunadamente, en ninguna de las dos ocasiones hubo postores. Hoy no se sabe donde esté. Los medios nacionales insistieron en que se comprara, pero el gobierno de Andrés Pastrana respondió en un escueto comunicado que “no había presupuesto”. Un decenio después se repitió la historia con los manuscritos de En este pueblo no hay ladrones y La mala hora. El gobierno colombiano no se manifestó en la subasta.
Lo anterior ocurrió cuando el nobel estaba vivo. Ahora, sin embargo, poco después de las declaraciones de García Barcha la Biblioteca Nacional, por medio de un comunicado, sostuvo que el Ministerio de Cultura sí se había puesto en contacto con la familia. Desde 2013 Consuelo Gaitán, directora de la biblioteca, había estado hablando con los García Barcha para organizar el Premio de Cuento Hispanoamericano Gabriel García Márquez, y les comunicó “el interés porque el legado del escritor reposara en Colombia en los fondos de la Biblioteca Nacional.” Ella volvió a mencionar el interés por el archivo pocas semanas después de la muerte de Gabo y la respuesta de Mercedes Barcha fue que aún era muy pronto para hablar del tema. El gobierno decidió esperar y los García Barcha no volvieron a mencionar el asunto. Y el gobierno sostiene que se enteró de la decisión final de la familia del escritor en un artículo publicado por el diario The New York Times el pasado 24 de noviembre.
El año pasado –por intermedio de un agente en Nueva York– la familia del nobel se puso en contacto con el Centro Harry Ransom y le manifestó a las directivas su interés en que los documentos de Gabo quedaran allí. No es difícil entender la razón: más de 10.000 académicos lo visitan anualmente para investigar en los archivos personales de James Joyce, William Faulkner, Jorge Luis Borges, Doris Lessing, Ernest Hemingway, Octavio Paz y Virginia Woolf, entre otros. El centro se destaca por su colección literaria, cinematográfica, fotográfica y artística. Y entre sus posesiones más preciadas está el diario de Jack Kerouac que terminaría convirtiéndose en su afamada novela On the road, la primera edición de los escritos de Shakespeare, una de las 21 copias de la Biblia de Gutenberg y la fotografía más antigua de la historia tomada por Joseph Nicéphore Niépce en 1824.
La familia del nobel publicó un comunicado que explicaba: “Nuestro deseo y el de Gabo siempre fue que sus cosas se dividieran con diferentes criterios. Nosotros decidimos que el archivo de los documentos literarios y del correo fuera al Centro Harry Ransom, por ser uno de los que hace este tipo de archivo y preservación de documentos mejor que nadie”.
Según José Montelongo –el especialista en estudios latinoamericanos de la Universidad de Texas, quien hizo parte de la negociación– el archivo no tiene ningún documento anterior a Cien años de soledad, y de este libro solo hay una copia con un par de correcciones finales. Esta –por no ser tan reveladora como la que se puso en subasta– es menos valiosa. De El otoño del patriarca hay varios manuscritos, al igual que de Crónica de una muerte anunciada. Están los recortes y libros que utilizó para la investigación de El general en su laberinto y varias versiones corregidas de Nos vemos en agosto, cuento publicado por la revista Cambio y por La Vanguardia de España. Además, hay unos 40 álbumes fotográficos, el pasaporte del escritor, dos computadores, una máquina de escribir y el cruce de cartas con Julio Cortázar, Milan Kundera y Graham Greene, entre otros. Pero de su amistad con Fidel Castro no hay casi nada. Según Stephen Ennis –director del centro Ransom– los documentos son muy dicientes sobre el proceso creativo de Gabo. Sin embargo, antes de que los académicos comiencen a investigar allí, es muy difícil saber exactamente qué tanto revelan.
El valor de este tipo de objetos –explica el columnista y bibliófilo Mauricio Pombo- se determina sobre todo por el precio del mercado –un ejemplar de la primera edición de Cien años de soledad vale unos 100.000 dólares-, por qué tan reveladores sean los documentos y por el renombre del autor.
Ni la universidad ni la familia del escritor han querido revelar el precio que la universidad pagó por el archivo, argumentando que su valor es investigativo y no económico. Sin embargo, expertos colombianos como Pombo, Mario Jursich, editor de la revista El Malpensate, y Halim Badawi, investigador y crítico de arte, afirman que el precio debió estar entre 1 y 2 millones de dólares. La cifra se calculó teniendo en cuenta –entre otras cosas- compras similares realizadas hace poco.
En 2010 el Ministerio de Cultura español compró por 3 millones de euros el archivo completo de la agencia de Carmen Balcells, editora de seis Premios Nobel –entre ellos Gabo- y docenas de importantes autores de lengua hispana. Eran unas 2.000 cajas con los originales de autores como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Isabel Allende y Pablo Neruda. Había pruebas corregidas por ellos mismos, liquidaciones de derechos de autor y anticipos, y la correspondencia personal entre Balcells y los escritores.
Esta polémica permite recordar la cantidad de tesoros que el gobierno colombiano dejó escapar. Como cuenta Pombo en su artículo ‘Libros que se fueron’, esta historia puede comenzar con la valiosísima biblioteca de Juan Lozano y Lozano –político y poeta tolimense– quien decidió donársela al Congreso de la República. De esta, por razones incomprensibles, muchos tomos se pudrieron en las aceras del centro de Bogotá. La del médico y escritor Manuel Zapata Olivella –quien se dedicó a documentar las costumbres y la literatura de los afrocolombianos– terminó en la Universidad de Vanderbilt en Estados Unidos. Por esta adquisición la biblioteca está entre las más especializadas en literatura colombiana.
Increíblemente estas no son las pérdidas más significativas. Hace unos 50 años Germán Arciniegas, ministro de Educación, y Enrique Uribe White, director de la Biblioteca Nacional, se negaron a recibir en calidad de donación una de las bibliotecas privadas más valiosas del continente: la del vienés Bernardo Mendel. Durante 35 años este hombre de negocios –que vivió en Colombia durante décadas- se dedicó a coleccionar importantes libros sobre música, literatura, geografía, religión, matemáticas y física, entre otros. La colección llegó a tener más de 30.000 volúmenes, muchos de ellos sobre América Latina. Entre sus tesoros estaba la primera edición de las cartas de Hernán Cortés y una de las 17 cartas de Cristóbal Colón, impresas antes de 1501. Sin embargo, las autoridades del momento consideraron que los requisitos de Mendel eran mucho pedir: que su biblioteca llevara su nombre y que él ejerciera de curador hasta el día de su muerte. Hoy la biblioteca es uno de los tesoros más preciados de la Universidad de Indiana.