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¿Por qué el ataque de las FARC?
Nadie se explica por qué las FARC, después de importantes avances en el proceso de paz, atacaron al Ejército. ¿Acto deliberado, disidencia o insensatez?
La lluvia y el cansancio hicieron que el sargento segundo Diego Benavides y su destacamento de soldados profesionales de la Fuerza de Tarea Apolo se refugiaran el martes en la noche, como lo venían haciendo desde hacía cuatro días, en el polideportivo de la vereda La Esperanza, en un paraje conocido como Buenos Aires, a las puertas de la región del Naya, en Timba, Cauca.
El cielo, completamente oscuro, se iluminaba de vez en cuando por los relámpagos de una tormenta eléctrica que, al parecer, hizo que los centinelas abandonaran sus puestos de combate, y le sumaran al error de acampar en una instalación civil, el de bajar la guardia. Los soldados dormían en sus sacos de campaña, confiados en el cese del fuego unilateral que desde diciembre decretaron las FARC.
Sin embargo, a las 11:30 de la noche una lluvia de plomo les cayó encima. Según los sobrevivientes, el efecto sorpresa fue tan grande que resultó difícil reaccionar en términos militares efectivos. El combate duró pocos minutos. Pasada la medianoche, junto al humo, el olor a pólvora y los gritos de angustia, quedaron tirados en el piso los cadáveres despedazados de 11 soldados y otros 17 heridos. También dos guerrilleros cayeron muertos. El país entero expresó su estupor e indignación ante una emboscada sangrienta e incomprensible que nadie ha podido explicar.
Consciente de esto el presidente Juan Manuel Santos reaccionó en forma inmediata. Anunció que reanudaba los bombardeos que hacía pocas semanas había suspendido. No faltaron por supuesto los clamores de que lo que tocaba era pararse de la Mesa de La Habana. En todo caso, todo el mundo coincidía en que el proceso había quedado gravemente herido.
Otra cosa clara desde el primer momento es que no se trató de un choque accidental sino de un ataque a mansalva. La Fuerza de Tarea Apolo estaba desde febrero en esa área, buscando laboratorios de cocaína y desactivando campos minados. Esta tropa también había seguido el rastro de Chichico, un guerrillero de la columna Miller Perdomo de las FARC, que se escondía entre esas montañas con no más de 20 guerrilleros. Aunque eran pocos, para compensar esa desventaja numérica recurrieron a la sorpresa y técnicas de infiltración nocturna que en argot militar se conocen como pisa suave.
¿Por qué este ataque?
Más allá de la indignación que causó este asalto el gran interrogante es por qué las FARC lanzaron este boomerang. Con ese ataque todos los propósitos inmediatos de esa organización guerrillera se ven hoy mucho más lejanos que antes. Esos objetivos eran básicamente tres: 1) no ser bombardeados; 2) un cese al fuego bilateral, y 3) cero cárcel. Dado el estado de la opinión pública, la presión del uribismo y la encrucijada en la que quedó el presidente, por ahora ninguna de esas cosas se ve viable. Para que esas circunstancias cambien se requeriría mucho tiempo y no es seguro que los colombianos estén dispuestos a concederle esto al proceso. La impresión colectiva en este momento es que Santos trató de desescalar el conflicto y el ataque de esta semana saboteó ese propósito.
Está descartado que la orden haya sido dada por la cúpula de las FARC en La Habana, pues iría en contra de sus propios intereses. Iván Márquez y sus hombres han dejado en claro que su prioridad era precisamente ese desescalamiento y en los últimos meses habían hecho concesiones importantes en la búsqueda de esa meta.
De lo anterior se podría deducir que se trata de una disidencia y el secretariado de las FARC no tiene completo control de sus tropas. Esta hipótesis, aunque suena lógica, es poco probable. La mayoría de los analistas conocedores del tema coinciden en que la reacción que han tenido las FARC ante ese episodio demuestra que ellos responden por quienes cometieron el ataque. En vez de reconocer que se trató de un error, insisten en que fue acto de legítima defensa y aseguran que no viola el cese de hostilidades. Según le dijo Pastor Alape a SEMANA, “El Ejército avanzaba sobre el campamento guerrillero, y ese día, en helicópteros, desembarcaron más tropa en otro punto del terreno, con el propósito de cerrar el cerco contra las unidades guerrilleras”. Esto no convierte el incidente en un acto de legítima defensa, y en cambio el hecho de que asuman la responsabilidad de la emboscada confirma que no hay una disidencia.
Un paso adelante, dos atrás
Después de este episodio queda claro que, si el presidente se encuentra frente a una encrucijada, las FARC tienen una igual o más grande. Los dos grupos de negociadores de La Habana ya se tienen confianza y comparten la preocupación de que un caso como el de la semana pasada haga que el país pierda la poca credibilidad que tenía el proceso.
Las conversaciones de paz empezaron bajo fuego y eso, aunque le dio munición a la oposición, hizo tolerables ciertos hechos de violencia pues se suponía que La Habana y Colombia eran mundos independientes y que nada de lo que ocurriera fuera de la Mesa de diálogo afectaría el rumbo de esta.
Esa regla del juego se rompió cuando en noviembre el general Rubén Darío Alzate fue secuestrado en Chocó y Santos suspendió la negociación. Paradójicamente, ese hecho se convirtió en una oportunidad para acelerar el proceso, cuando la guerrilla decidió liberarlo sin mayores exigencias, de manera rápida y sin arrogancia.
En medio de ese nuevo clima, el 20 de diciembre las FARC decretaron un cese unilateral del fuego indefinido, aclarando que suspendían acciones ofensivas, pero se reservaban el derecho a la defensa.
En ese momento el presidente calificó ese gesto como una rosa con espinas. Era obvio que el objetivo era poner al gobierno contra la pared para llevarlo a un cese bilateral del fuego. El gobierno ha dicho que eso no es viable por razones estratégicas, pues en el territorio hay otros grupos armados diferentes a las FARC que ponen en jaque la seguridad de las regiones. También hay razones políticas. Entre los militares hay temores e incertidumbres que no se han logrado disipar, y el uribismo ha tomado el discurso de la seguridad como su bandera contra el proceso de paz. Un cese bilateral anticipado sería darle la razón tanto a los militares escépticos, como a Uribe.
Pero también hay razones propias de la estrategia de la negociación que hacen difícil un cese bilateral. La experiencia internacional demuestra que las treguas, si no se hacen cuando un proceso de paz está muy maduro, se convierten en fuente permanente de conflicto y desconfianza. Cada incidente termina por consumir los esfuerzos de los negociadores, y por enredar los temas de fondo de la agenda.
Además, ninguna tregua bilateral es viable si no es verificable y es ahí donde está el problema. Se requeriría que los guerrilleros se concentraran en uno o más puntos donde puedan ser supervisados por entidades nacionales o internacionales. Eso lo aceptaría el gobierno como una iniciativa unilateral de la guerrilla, pero las FARC no estarían dispuestas a hacerlo antes del cese bilateral.
A pesar de todas estas dificultades, sí se habían dado pasos hacia un desescalamiento que acercaba cada vez más la posibilidad de llegar a un acuerdo. En primer lugar, un grupo de generales activos están sentados frente a frente con los jefes guerrilleros, hablando sobre desminado humanitario y dejación de armas, diálogo que según ambas partes es bastante fluido. Segundo, el general Mora se reintegró a la Mesa de conversaciones sin traumas, luego de una pequeña tormenta con el gobierno. Tercero, el gran apoyo internacional que tiene la negociación quedó ratificado en la Cumbre de las Américas.
Esos elementos crearon la sensación errónea de que el proceso estaba de un cacho y en un punto de no retorno. Algo que, según las FARC han insistido, no es cierto. Todavía no se ha llegado a un acuerdo sobre los temas duros como la justicia, la modalidad del desarme y las garantías de que no los matarán después de que entreguen las armas. Y mientras esto se define, siempre existirá la posibilidad de casos aislados como el de la semana pasada que ponen en riesgo todo el proceso.
Mal cálculo
Adelantarse con un cese unilateral para presionar a la contraparte, como lo hicieron las FARC, sin negar que es un gesto de buena voluntad, también resultó ser un error de cálculo. Quienes hacen seguimiento al conflicto, como Ariel Ávila, de la Fundación Paz y Reconciliación, y Jorge Restrepo, del Cerac, reconocen que las acciones armadas de las FARC han disminuido sustancialmente, y que el cumplimiento del cese se acerca al 95 por ciento. Sin embargo, la ofensiva militar del Ejército no ha bajado. El propio ministro de Defensa dice que las tropas han golpeado a varios mandos medios en las últimas semanas, entre ellos, al jefe del frente 57, conocido como Becerro.
En esas circunstancias ellos mismos no tienen cómo pedirles a los guerrilleros que aguanten la ofensiva por mucho tiempo, sin disparar. Este es el motivo por el que posiblemente el secretariado, sabiendo que este ataque en Cauca es un error tremendo, ha tratado de justificarlo. Pero aunque ese mensaje les cae bien a sus combatientes, cae muy mal en un país que no les cree, y que considera que no han hecho todavía ningún acto de contrición.
El cese unilateral también tiene el problema de que cualquier violación que ocurra, por aislada que sea, es leída como una inaceptable traición a su palabra. Más aún cuando no hay garantías de que episodios como el de los soldados del Cauca no se repitan. “Nuestro mayor deseo es que no se vuelva a presentar un hecho más de guerra, pero es muy complejo afirmar categóricamente que no ocurrirán nuevas situaciones como esta, debido a las órdenes emitidas por el señor presidente de sumar más muertes en las filas guerrilleras por acción de las Fuerzas Militares”, dice Alape.
Todo esto aleja la posibilidad de que el presidente Santos acepte un cese al fuego bilateral, lo cual no había sido descartado en la medida en que hubiese más gestos de buena fe por parte de las FARC. En cambio se empieza a abrir un escenario indeseado y es que las FARC rompan su tregua y se vuelva a negociar bajo fuego. En la práctica, eso pondría en crisis todo el proceso. Porque una cosa era conversar por encima de los muertos al principio de esta historia, y otra 30 meses después, cuando crece la sensación de que no hay avances sustanciales en la negociación desde hace un año.
La lección que deja este conato de crisis es que hay un desgaste fuerte en la opinión y que, si el tiempo de los diálogos no se acelera y se concretan hechos significativos de paz, la retórica y el misterio que rodean las conversaciones no aguantan más.
De hecho la idea de que hay que ponerle un plazo perentorio a un acuerdo se ha ido imponiendo entre diversos sectores políticos. El mismo Santos quien le había propuesto esto a la mesa de Unidad Nacional antes de la tragedia de la semana pasada, acaba de anunciarla públicamente. Pero aunque la medida es muy popular, ponerle plazos a un proceso de esta naturaleza podría producir la ruptura definitiva por incumplimiento de los tiempos cuando las cosas iban bien, o la firma de afán de un acuerdo frágil cuyo contenido es inconveniente o insostenible en el largo plazo.
Este es un momento donde se requiere un gesto grande de buena voluntad de la guerrilla, para recuperar el terreno perdido. Un buen principio sería que las FARC en lugar de seguir justificándolo reconocieran su error y pidieran perdón al país.