OPINIÓN

Un mal sucesor

Maduro es un hombre débil, y en el último mes ha revelado además ser incapaz. Y por incapaz y por débil es un hombre peligroso

Antonio Caballero, Antonio Caballero
20 de abril de 2013

En su cumbre de emergencia de Lima los jefes de Estado de Unasur respaldan al presidente electo de Venezuela Nicolás Maduro. Pero en Caracas los seguidores de Henrique Capriles todavía protestan contra el conteo electoral a la hora en que escribo esto. Bochinche, como decía el precursor Francisco de Miranda que es lo que saben hacer los venezolanos. Aunque a veces, como aquella, hayan pasado del bochinche a la guerra a muerte.

La culpa del desorden es de Hugo Chávez, quien, como todos los déspotas, dejó mal amarrada su sucesión y escogió mal al sucesor, sin sopesar debidamente sus virtudes y sus defectos. Y la principal virtud de Maduro, la lealtad de su jefe a todo trance, se convierte en un defecto cuando ya no vive el jefe que da las órdenes.


La culpa del bochinche es de Maduro: perdió las elecciones.

En realidad poco importa si las ganó por unos pocos votos (menos del 2 por ciento) o las perdió por otro tanto. En las circunstancias de radicalización que vive Venezuela era necesario que las ganara o las perdiera de manera contundente e inobjetable. La revolución bolivariana del socialismo del siglo XXI necesita una cabeza sólida e indiscutida, como era la de su fundador. No la de este señor que grita insultos sin convicción y con esfuerzo, y es aplaudido por sus seguidores sin ganas, por necesidad, a falta de otro jefe.

Durante sus años de vida pública, como diputado y presidente de la Asamblea Nacional y luego como ministro de Relaciones Exteriores, Maduro siempre pareció un tipo serio. Un hombre reposado, tranquilo, más bien callado, incluso tímido. No en balde se llama Nicolás: un nombre plácido, pacífico, como de osito de felpa.

Y es grandote, fuerte, gordo, desmañado en el andar, pero sólido de aspecto y en apariencia firme, aunque pareciera no saber muy bien qué hacer con sus manos, curiosamente pequeñitas para su corpachón de luchador, como si fueran de otra persona. Pero desaparecido Chávez, que lo ungió como su heredero casi in artículo mortis, quedó desconcertado como un caballo súbitamente sin jinete. Violentando un poco la Constitución asumió el cargo de presidente encargado y candidato presidencial a la vez.

Y empezó a dar traspiés. Los llantos desaforados al anunciar la muerte del patrón, al cual muchos consideraban cadáver desde bastantes días antes. Los contradictores anuncios sobre su embalsamamiento. Los discursos lanzados a gritos incoherentes. El increíble cuento milagroso de que, mientras oraba (pues dice orar mucho últimamente), se le apareció el alma del comandante Chávez disfrazada de pajarito chiquitico para darle inspiración, y charlaron los dos un rato a silbido limpio.

Pero Maduro no silba bien: carece de la calidez personal, de la simpatía natural que a Chávez le permitía cantar, bailar, tocar el cuatro sin perder la espontaneidad. Maduro, cuando baila –bailó un par de veces durante la campaña electoral– parece un oso amaestrado. Inspira risa: no transmite alegría.

Y se ve francamente ridículo con su sombrero de paja con pajarito incorporado (embalsamado ese sí). Hasta la chompa patriótica tricolor que heredó del difunto parece quedarle grande, pese a su gran tamaño. Y ni siquiera puede ponerse uniforme militar, porque no es militar. No es nada por sí mismo. Ni siquiera parece, como dice que es, “hijo de Chávez”. Como sucesor de un dirigente carismático es incluso peor que Isabelita Martínez de Perón.

¿Y qué anuncia este improbable líder, elegido sin ganas por la mitad aritmética de los votantes venezolanos? Chavismo sin Chávez. Cosa bastante difícil, pues el chavismo era Chávez: no es buena la comparación que se hace con el fenómeno del peronismo, vacío omnívoro capaz de sobrevivir no solo a Perón, sino a la misma Evita, y de reencarnarse en avatares tan distintos como Menem y los Kirchner.

Y cosa más difícil todavía por cuanto va a tener que ser también un chavismo sin petróleo. Porque las reservas siguen siendo inmensas, pero no solo ha mermado en más de un tercio la producción de Pdvsa, la petrolera estatal, y han aumentado sus gastos al doble, sino que el precio del petróleo está bajando considerablemente: si a Chávez le llegaron a tocar precios de más de 150 dólares por barril, los que vienen para Maduro serán de 100 para abajo.

Malos tiempos se anuncian para Venezuela. Porque dice Maduro que tiene con él al pueblo y al Ejército, pero lo cierto es que no es así. Lo del pueblo se vio en los melancólicos resultados de la votación presidencial, y la lealtad de los militares hacia su persona es bastante dudosa. Y no tiene tampoco el petróleo. Es un hombre débil, y en el último mes ha revelado ser además incapaz. Y por incapaz y por débil es un hombre peligroso.

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