El incremento de los aranceles sobre los productos ha sido la estrategia de lucha de ambos países. La salida ahora es promover el multilateralismo. | Foto: iStock

POLÍTICA

Juego de tronos: así es la lucha comercial entre China y Estados Unidos

Más allá de las razones económicas, esta es una disputa de poderes. Un enfrentamiento en el que Trump quiere mostrar quién es más fuerte. Y en medio de la crisis está la estabilidad del mundo.

Camilo Defelipe Villa
23 de octubre de 2018

La guerra económica entre Estados Unidos y China es la evidencia de un conflicto profundo que comenzó hace décadas. Su antecedente inmediato está en el déficit comercial con el gigante asiático, que en 2017 sumó 275.000 millones de dólares y que venía en aumento desde la entrada de este a la Organización Mundial del Comercio en 2001.

Este desbalance se evidencia también en el reporte anual de la Oficina del Representante del Comercio de Estados Unidos de 2017, el cual critica al país asiático pues considera que ha persistido en sus restrictivas políticas comerciales para empresas y productos extranjeros, así como en la transferencia de tecnología bajo condiciones injustas.

Lo que Washington considera una relación comercial inocua, encontró un paliativo perjudicial para la economía global con la imposición progresiva de aranceles, que inició en enero de 2018 cuando Estados Unidos gravó las importaciones de páneles solares chinos.

Más adelante, tras una serie de retaliaciones, en el segundo semestre de ese año se llegó al punto más alto de la confrontación, Estados Unidos le impuso aranceles del 10 por ciento (más de 200.000 millones de dólares) a la república oriental; y llegarán hasta el 25 por ciento en enero de 2019. Además, el Gobierno estadounidense amenazó con gravar otros 267.000 millones de dólares, lo que cubriría casi todas las importaciones desde China.

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Esta nación, por su parte, respondió en septiembre con aranceles del 5 y 10 por ciento, por un valor de 60.000 millones de dólares. Además, el Gobierno chino ordenó que a partir del primero de noviembre se redujeran los aranceles, del 10 al 7,8 por ciento, a casi 1.600 productos. De esta manera se lograría reducir el universo arancelario de 9,8 a 7,5 por ciento.

Esta guerra comercial tendrá un efecto dominó en el mundo, que seguramente generará inestabilidad cambiaria, altos costos de producción, e incertidumbre, provocando una involución en el comercio internacional. También se verían afectados el desarrollo de energías no fósiles, la automatización y la oferta de medicamentos, entre otros; es decir, todos aquellos insumos que pueden mejorar la calidad de vida de la humanidad.

¿Y si el conflicto persiste?

Para Estados Unidos y China tendría efectos que pondrían en vilo compromisos políticos importantes. La imposición de aranceles ayudaría a Donald Trump a asegurar su continuidad política en las elecciones presidenciales de 2020, en la medida en que mantenga frente a su base política, en el Congreso y el electorado, su estrategia de culpar a los chinos y a México de los males económicos del país.

Por otra parte, la guerra arancelaria encarecería la producción industrial y afectaría la capacidad de consumo de productos básicos de los ciudadanos estadounidenses, con lo que se profundizaría el malestar que llevó a su actual mandatario al poder.

Para la nación asiática, cumplir las metas del Plan Made in China 2025, es decir, consolidarse como un país próspero y tecnológicamente avanzado, implica acceder a mercados y a conocimientos que Estados Unidos le proporciona. Una guerra prolongada retrasaría sus planes de modernización económica y afectaría su capacidad de mantener el consumo y el empleo.

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Si la crisis entre los norteamericanos y los orientales se prolonga, el mercado de las manufacturas y productos agroindustriales de América Latina se beneficiaría. Aprovechar esta oportunidad dependerá de la capacidad de la región de transformar su sistema productivo y de una reducción en costos de entrada al mercado chino. Pero hay que tener en cuenta que la subida de aranceles hace más caro fabricar y exportar a Estados Unidos y China con insumos de origen en una y otra economía.

La guerra comercial puede leerse de esta manera: Estados Unidos teme perder su posición de dominio internacional. Pese a ello, la imposición tarifaria no es la solución. Desde la Guerra Fría, y a pesar de las diferencias políticas, Washington reconoció que China es una pieza fundamental en la estabilidad de Asia y la prosperidad de la economía estadounidense. No obstante, con la administración Trump se dio un retroceso, que debería corregirse con medidas como promover el multilateralismo, el ahorro nacional y contribuir a elevar la capacidad de consumo en estas regiones de los productos estadounidenses. 

* Docente de la Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Pontificia Universidad Javeriana.