SALUD
Cruzar la frontera para ganarle la batalla al cáncer
La cucuteña Mónica Mujica, a través de su fundación Pañoletas de Colores, ayuda a 15 venezolanas a salir victoriosas de su guerra contra el cáncer. Aquí, las historias de tres de ellas, y de esta líder colombiana.
Mónica Mujica es una cucuteña de 39 años que fue diagnosticada con cáncer de mama y quien califica su enfermedad como “una gripa mal cuidada”. Así le resta importancia a su estado. Esta afección le enseñó que debía ayudarles y transmitirles sus ganas de vivir a quienes sufren este mal. Su tratamiento –que constó de una operación, 18 quimioterapias y 20 radioterapias– le quemó el torso y le hizo perder el pelo. En sus peores momentos entendió que su fortaleza se encontraba en el amor de su familia. “Cuando estuve calva mi esposo, por solidaridad, decidió raparse; así despistábamos a la gente y no se sabía cuál de los dos tenía cáncer”, dice Mónica en medio de risas.
Para brindarles apoyo a las mujeres que padecen esta enfermedad y viven en la frontera entre Colombia y Venezuela, creó la fundación Pañoletas de Colores, que nació en la sala de espera de una clínica cancerológica. Cada semana, Mónica recorre las calles de Cúcuta en busca de pacientes como ella, incluso, cuando ve a una mujer con pañoleta la alcanza y, aunque no la conozca, la abraza. Así es la bienvenida al grupo. “Tengo 200 enfermas en mi fundación, 15 de ellas son venezolanas”, dice.
Si ya es difícil sobrevivir a un cáncer, hacerlo sin comida, medicamentos, dinero y con bloqueos en la frontera entre los dos países, es aún peor. Esta es la realidad de tres mujeres de la nación vecina que intentan salvar sus vidas con el tratamiento que les realizan en la capital del Norte de Santander.
La fuerza de Sonia
Tiene 52 años, nació en La Fría (a unas cuatro horas de Cúcuta). Allí se dedica a vender productos de belleza. Cuando tenía 44 fue diagnosticada con cáncer de garganta, y aunque la operaron, el año pasado tuvo una recaída. A diferencia de cuando logró su primer tratamiento, en 2017, en San Antonio del Táchira, había escasez de medicamentos y Sonia no pudo llevar a cabo su recuperación. Por eso buscó una solución en Colombia.
Para llegar hasta aquí debe hacer un largo recorrido. Primero tiene que caminar 45 minutos desde su casa hasta el puente internacional Simón Bolívar, que conecta a San Antonio con Villa del Rosario, en nuestro país. Cruzar la frontera, con 38 grados centígrados y con soldados de la Guardia Bolivariana impidiendo su paso, agudiza el dolor. Cuando logra pisar suelo colombiano, les hace señas a los conductores de bus para que la lleven gratis a la Clínica Hematológica de Cúcuta, donde le realizan su tratamiento.
Tener su cara deformada por la enfermedad y una protuberancia en el cuello, no la han derribado. Sigue fuerte, como una guerrera. Ella encontró en Mónica Mujica lo que no halló en su país: abrazos y palabras de ánimo. “Es difícil caminar tanto, la gente me mira el rostro pero no me importa. La fuerza que necesito me la da Dios y las buenas personas que encuentro en Colombia”, explica.
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Más guerreras: Isamar y Merli
Cuando tenía 22 años, le descubrieron cáncer en las cuerdas vocales, y tuvo que dejar de cantar en la iglesia cristiana a la que asiste. Hoy, un año después, Isamar está sana y puede hablar. La peluca que usa disimula su falta de cabello y la ternura con la que habla se mezcla con un matiz ronco que le dejó la enfermedad. Su tono cambió, pero siguió cantando y los fieles volvieron al templo para escucharla.“Todo pasa por algo. Cuando perdí la voz, tuve que aprender el lenguaje de señas para comunicarme. Ahora puedo hablar y aprendí algo más”, cuenta.
A veces las malas noticias no llegan solas. Merli Escobar, de 49 años, recuerda que con el diagnóstico de su enfermedad también llegó el final de su matrimonio. Su esposo la dejó. Allá, en Plaza Vieja, Ureña (estado Táchira), se quedó sola con dos hijos, las enfermedades de su madre y la esquizofrenia de su hermano. Las pocas fuerzas que tenía las usó para salir de su casa con el carné de la patria –documento que expiden los venezolanos que apoyan el oficialismo y que les permite comprar víveres con alto costo cuando se surten los mercados– a buscar ayuda en Colombia.
Sonia, Isamar y Merli hallaron en Cúcuta el apoyo de Mónica Mujica y su Pañoleta de Colores. A la primera la recoge en el puente internacional tres veces a la semana para llevarla a sus quimioterapias. A Isamar la acompañó a tramitar su cédula colombiana para que accediera a los servicios de salud en el país. También las hace partícipes de los talleres de belleza que imparte la fundación, en los que se les enseña a maquillarse las cejas y a usar la peluca.
A Merli le dio esperanzas, la busca a pocos pasos del límite entre Colombia y Venezuela, le provee alimentos para que trabaje vendiendo empanadas y le brinda posada en su casa luego de las quimioterapias. “Cuando mis ‘guerreras’ salen de tratamiento, quedan mareadas. ¿Cómo van a caminar bajo ese sol tan fuerte? Eso no le hace bien a nadie”, dice Mónica, quien sabe que el amor y las ganas de vivir no conocen fronteras.
*Periodista.