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La cultura se toma las cárceles del país
El país está viviendo un boom de producciones teatrales, literarias y musicales nacidas en la prisión, muchas de alta calidad y proyección.
Mario Salazar Vargas fue capturado el 29 de febrero de 2012 justo antes de abordar un vuelo de Bogotá a Cali. En su contra cursaba desde 2001 un proceso judicial por estafa y falsificación, pero él solo se presentó a los primeros descargos y nunca volvió a recibir notificaciones, quizá porque se cambió de casa en varias ocasiones, dice. Ese día, en El Dorado, le comunicaron que había sido condenado a seis años de prisión.
“Cuando me preguntan qué sentí en ese momento, respondo que es como cuando uno se acuesta a dormir: se apaga la luz y nunca más se vuelve a prender”, dice Salazar. Su historia, sin embargo, tuvo un giro muy rápido. Al día siguiente de llegar a La Picota, en Bogotá, propuso ser profesor de piano, buscando una rebaja en la condena, pero, como contrapropuesta, le pidieron que se convirtiera en instructor de teatro y conformara un grupo. Así nació el colectivo Ciudad Picótica.
Y esa –dice– fue su salvación: logró quedar libre en menos de tres años (le descontaban seis horas por cada día de trabajo), y pudo sobrellevar el encierro y transformar la vida de decenas de reclusos al crear el grupo de teatro. “Me dije que si lograba cambiar la mentalidad de por lo menos uno de mis compañeros de celda cumpliría mi meta. Y en el primer año llegamos a ser 25”.
Mario y su esposa, Tatiana Arango –poeta y magíster en educación–, crearon a comienzos de 2012 la Fundación Salazar Arango para trabajar con personas en “riesgo cotidiano”. Laboran con pospenados, estudiantes de colegios públicos y habitantes de barrios vulnerables, pero el comienzo de todo fue la cárcel, el lugar donde se conocieron y se enamoraron mientras él enseñaba teatro y ella dictaba talleres de literatura de la Biblioteca Luis Ángel Arango. Ambos están convencidos de que el arte valida a las personas, permite revaluar el pasado, alivia la culpa y el resentimiento; despierta empatía, sirve de catarsis y “transforma vidas”.
Esa convicción de ellos, y de otras personas que están trabajando en proyectos similares, produjo una especie de boom en la producción artística y cultural desde los centros penitenciarios. Hoy existe un Festival Nacional de Teatro Carcelario (creado en 2014 por la Fundación Teatro Interno, de la actriz Johana Bahamón) y un Festival de Teatro por la paz (organizado por la Fundación Salazar Arango), que están sacando a recintos públicos las obras hechas en prisión. En 2015, Bahamón organizó en El Buen Pastor la primera charla TEDx que se realiza en una cárcel en América Latina (en un mes se celebrará una segunda versión). Y se acaba de lanzar el disco Modelo estéreo, con producciones hechas solo por personas privadas de la libertad.
Lucas Ospina, quien dirige la clase de Arte y Cárceles de la Facultad de Artes de la Universidad de los Andes, dice que este fenómeno también se explica porque hoy existe en el país una mirada diferente, con menos prejuicios, sobre la cárcel y lo que significa estar privado de la libertad. “El sistema judicial colombiano es muy castigador, tanto en términos humanos como económicos, es un desastre social, la gente lo sabe”.
La clase que dirige Lucas Ospina se unió con el Grupo de Prisiones de la Facultad de Derecho de Los Andes para crear el proyecto La Cuarenta, en la cárcel La Modelo de Bogotá. La primera idea era acompañar a Abra Kadabra, el grupo de teatro del centro penitenciario, para registrar su trabajo y además servirle de “público crítico”.
De esa idea se desprendieron nuevos proyectos: a finales de abril se publicó la fotonovela Libertad a domicilio, una historia sobre los derechos de la población carcelaria, que tendrá una segunda parte dedicada a la comunidad LGBTI. Y también a mediados del semestre pasado lograron algo sin precedentes: por primera vez los integrantes de Abra Kadabra salieron de la prisión para presentar su obra en el teatro Lleras de la Universidad de los Andes. “A uno le dicen que no puede vivir del arte y a nosotros nos salva el arte”, dice Lucas Ospina al recordar lo que alguna vez le oyó a uno de los integrantes del grupo de teatro.
Pero esta historia tiene un antecedente: un grupo de egresados de arte, derecho y diseño de la misma universidad, durante la realización de un documental sobre los músicos de la cárcel La Modelo, empezaron a descubrir talentos y potenciales en los prisioneros que no habían sido reconocidos antes. Lo primero que hizo este grupo de jóvenes, que conforman el colectivo Mario Grande, fue apoyar el proceso de reestructuración del estudio de grabación de la cárcel. Y a finales de junio celebraron el lanzamiento de Modelo estéreo volumen I, un disco que servirá de banda sonora del largometraje Modelo estéreo: entre patio y patio, que se estrenará el próximo año.
“Nos hemos cruzado con gente muy talentosa”, dice Nicolás Gómez, integrante del colectivo Mario Grande, quien calcula que por lo menos 100 personas han pasado por este proyecto. Luego dice que el tiempo libre –que es todo el tiempo en prisión–, es una oportunidad inigualable para descubrir y explotar los talentos; “por eso grandes obras de la literatura y la música han sido inspiradas en cautiverio”. Si se mira solo Colombia, en ese listado aparecerían nombres como Jairo Varela, director del Grupo Niche, y Gonzalo Arango, fundador del nadaísmo; en América Latina estaría el cantautor argentino Facundo Cabral y en el mundo, si se quiere, serían protagonistas Miguel de Cervantes, Miguel Hernández, Oscar Wilde, el marqués de Sade, Voltaire o Dostoievski.
La actriz Johana Bahamón creó en 2013 la Fundación Teatro Interno para trabajar con la población carcelaria y pospenada del país. El fin, dice ella, es que las cárceles no sean solo lugares de reclusión, sino centros productivos que permitan una verdadera reinserción social; que entreguen herramientas para enfrentar la vida “con estigmas y sin oportunidades laborales” que a tantos les espera en libertad. La idea empezó a engendrarse en octubre de 2012, cuando Bahamón visitó por primera vez una cárcel como jurado de un evento. “Ese día conocí su realidad y no pude ser indiferente a lo que vi y a las personas que conocí”.
Lo primero fue la creación de un grupo de teatro en la cárcel de mujeres El Buen Pastor; después vino la creación del primer Festival Nacional de Teatro Carcelario con presentaciones por fuera de prisión, la inauguración de la Casa Libertad (un espacio de oportunidades creado junto con el Ministerio de Justicia, el Inpec y Colsubsidio); y otros proyectos de arte y productividad que han llegado a 20 cárceles del país y a cerca de 4.200 personas.
“En nuestra sociedad es muy fácil invalidar a las personas”, dice Mario Salazar, quien recobró la libertad el 5 de febrero de 2015 y hoy continúa trabajando como profesor de teatro en La Picota. “Nuestro lema es que el arte es igual a vidas más dignas. Y yo doy testimonio de eso”.