ENTREVISTA

"El cine colombiano debe superar la anécdota"

Juana Suárez, autora de un estudio premiado sobre el papel del cine y sus temas en la sociedad colombiana, habló con SEMANA sobre las películas que se están haciendo en el país.

25 de septiembre de 2010
“No se trata de no hablar de violencia, sino de encontrar otros ángulos que permitan otro tipo de reflexiones.Falta buscar las historias”. Para Juana Suárez, el cine colombiano ha sido también un espejo con un reflejo que genera rechazo.

Octubre es el mes del cine colombiano y en su agenda sobresale un foro sobe la industria cinematográfica colombiana en el contexto global. Para ir entrando en materia, SEMANA habló con Juana Suárez, investigadora de la Universidad de Kentucky y autora de ‘Cinembargo Colombia’, texto sobre la relación del cine con la cultura y la política en Colombia, premiado el año pasado por el Ministerio de Cultura.

SEMANA: ¿Vale la pena seguir hablando de un cine nacional?

JUANA SUÁREZ: Es difícil porque el cine en Colombia siempre ha sido transnacional. De hecho, lo empiezan a hacer extranjeros. En el país todavía existe la idea de un cine nacional –noción que está desapareciendo en otros lugares– y se debe a que no es una industria privada.

SEMANA: ¿Cómo ha sido la relación de los colombianos con su cine?

J.S.: El cine ha funcionado como un espejo donde vemos el reflejo de lo que somos. El apoyo ha tenido que ver con un cierto repudio del espectador de los traquetos, de los sicarios y del lenguaje en muchas de las películas. Ahora hay una corriente que ha intentado buscar nuevas historias, pero que igual recurre a una iconografía de la Nación: el territorio, la música del Caribe. Siempre hay una tensión en torno a mostrar o no una colombianidad que últimamente se ha venido reduciendo a la música de esta región. Desde El Colombian Dream venimos viendo gaitas, igual que en la banda sonora de Los viajes del viento que es bonita, llamativa. Eso está bien, pero borra otras identidades: la andina, la llanera, la de la selva.

SEMANA: ¿Las películas locales reflejan nuestra sociedad o, al contrario, la gente aprende a ser colombiana a partir de lo que ve en la pantalla?

J.S.:
Monsiváis decía que los mexicanos en los años 50, en su época de oro, iban a cine a aprender a ser mexicanos. No creo que eso pase en el cine colombiano, porque hay un repudio muy grande del espectador. Es como un espejo: hay realidades que se llevan a la pantalla y el colombiano las ve y se siente horrorizado: como la persona que no soporta verse sin maquillaje. También hay un espectador que espera que el cine le haga propaganda a la Nación, y el cine no se trata de eso. La función del arte no es esa: el arte debe ser crítica.

SEMANA: ¿Cuál es el problema con esa forma de asumir el cine?

J.S.:
Que se piensa que lo que está en la pantalla es una representación total de la Nación, no fragmentos. Nadie niega que en Colombia hay mujeres bonitas, café, esmeraldas y paisajes. Pero no se puede negar, por ejemplo, que hay realidades como la que está representada en La vendedora de rosas o negar que los jóvenes de Rodrigo D existieron y que hoy día son paramilitares urbanos.

SEMANA: ‘Rosario Tijeras’, ‘Sin tetas no hay paraíso’ son películas recientes que tocan ese tema...

J.S.: Me preocupa que no se exploren otros lenguajes cinematográficos para representar esas realidades. Hubo un momento en el que ese lenguaje servía, como en Rodrigo D, pero se convirtió en una fórmula: la vedette de televisión, mucho morbo, volver la violencia algo estético, mucha sangre y tres o cuatro actores naturales.
 
SEMANA: Más allá del narcotráfico, la violencia en general ha rondado nuestras producciones. ¿Por qué es un tema tan frecuente?

J.S.: La cuestión ahí es que hacemos muy poco cine y la violencia es un tema con el que convivimos en el día a día. Es interesante que Colombia tenga una historia de violencia tan larga y sean tan pocas películas en las que se haya tratado con seriedad la dimensión humana, la dimensión trágica, por ejemplo, de la guerrilla. La violencia ha sido carnavalizada como en Soñar no cuesta nada o Golpe de estadio. Es como si solo nos pudiéramos aproximar a esas películas por medio de la risa, de la burla. Como si tuviéramos miedo de enfrentarla. Hace falta que el cine deje de mirarse el ombligo y supere la anécdota.

SEMANA: ¿Cómo lograrlo? Una queja recurrente es por la falta de buenas historias...

J.S.: En Colombia hay historias, no son solo sobre violencia. Como las de los ciclistas. Eso es un género. Están las vidas de Patrocinio Jiménez, Cochise Rodríguez, de las pesistas que vienen del Pacífico; historias humanas que sería muy interesante mirarlas. Y eso no quiere decir que tengan que aparecer desprendidas de la violencia. Esto se dio en contextos en los que el país ya era violento. Estamos aterrados con el documental de los dos Escobar, pero nosotros no hemos hecho una película sobre Andrés Escobar: una figura donde está cifrada toda la violencia colombiana, también la Nación, la región, la violencia del narcotráfico, los sueños del joven de clase media que quiere llegar a ser algo en un entorno en el que no se lo promete y cómo se convierte en carne de cañón.

SEMANA: ¿Hay alguna constante en los guiones que se han hecho en los últimos años?

J.S.:
Encuentro una cadena: primero una moda de adaptación: Satanás, La Virgen de los sicarios, Perder es cuestión de método. ¿Cuál es el propósito de adaptar una novela que no fue trascendente y que la película, salvo de pronto Satanás, no la hace mejor? Ahora estamos llevando a la televisión lo que venía de la pantalla grande como La guaca y Soñar no cuesta nada o al cine lo que venía de la televisión. ¿Realmente estamos tan cortos de historias en Colombia que tenemos que crear este círculo del que no salimos? ¿Quiénes están detrás de estos guiones? En Colombia hay mucha literatura por explorar, ¿pero siempre se tienen que adaptar las historias de sicarios y la obra de García Márquez?

SEMANA: ¿Dónde estaría la clave?

J.S.: Falta mucho taller de guión, trabajo de observación, recopilar historias. Hay una película reciente que me gustó mucho: El vuelco del cangrejo. Todavía habla de la violencia, del territorio, de cómo nos hemos peleado la tierra, pero encontró otra historia que decir y otro ángulo para contarla.

SEMANA: ¿A esta altura ya se puede hacer un balance de la Ley del Cine?

J.S.:
La Ley de Cine tiene que tener un periodo de prueba, se le han hecho ajustes. Hay que esperar. No tiene diez años todavía. Aunque se están haciendo más películas, la ley necesita 20 o 25 al año para hacer una evaluación.

SEMANA: ¿Hay algo que se pueda corregir sobre la marcha?

J.S.:
Nos está matando el efecto expectativa. La expectativa que se gesta alrededor de los directores que están surgiendo. Antes de que salga la película ya se ha bombardeado mucho al espectador, como en La sociedad del semáforo o Retratos en un mar de mentiras, y eso hace que la gente vaya esperando una obra maestra y se encuentra con una película abstracta, pensada para festivales, quedando abandonado al espectador. Al contrario, al espectador hay que seducirlo. Para eso hay que saber qué tipo de cine se hace y para quién.

SEMANA: ¿Qué tareas cree que son las más urgentes?

J.S.:
Se necesita tener el norte claro y menos expectativa. Falta mirar más allá de las políticas: el contexto sociológico y estético. Mirar el caso de Argentina, que en su peor momento, cuando el corralito, vivió un renacer de su cine con historias diversas, películas bien hechas y de relativo bajo precio. El mejor arte es el crítico y el que ha surgido de conflictos políticos y sociales; las películas más interesantes son las que no le tienen miedo a afrontar nuestros grandes temas.