ARTE

La historia detrás del mural de Obregón en el salón elíptico del Congreso

Hace 30 años el maestro Alejandro Obregón pintó un potente mural en el Salón Elíptico del Congreso. El llamado que hizo al país en esa obra sigue vigente.

6 de agosto de 2016
Alejandro Obregón.

Cuando en 1948 el muralista y pintor Santiago Martínez Delgado le contó a Alejandro Obregón que le habían encargado un mural para el Salón Elíptico del Capitolio Nacional, el maestro no imaginó que casi 20 años después enfrentaría un reto similar. A mediados de 1986, el presidente Belisario Betancur se reunió con el maestro barranquillero para encomendarle una obra que ocuparía la pared detrás de la mesa directiva del salón. “En ese momento estaba limpia”, cuenta. “Había un vacío que llenar y pensé que una obra de Alejandro le daría muchísima potencia a ese lugar”.

Obregón, dicen sus allegados, era consciente de la responsabilidad que representaba realizar la segunda obra que ocuparía el recinto del poder legislativo del país. Hasta entonces, las paredes de la que ha sido desde 1874 la sede permanente de las plenarias de la Cámara de Representantes albergaban un solo mural, el de Martínez Delgado, reconocido como el mejor muralista del país de comienzos del siglo XX.

Su tríptico, titulado Bolívar y el Congreso de Cúcuta, retrata un momento clave de la historia de Colombia: la apertura de la asamblea convocada para unir a la Nueva Granada y Venezuela en una sola nación. Allí, Antonio Nariño, Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander salen con aire solemne con otros próceres de la independencia vistiendo sus uniformes perfectos y sus espadas relucientes.

Obregón buscó una estética completamente distinta. Evitó el escenario de héroes y figuras épicas inspiradas en la iconografía decimonónica para hacer un llamado a la unidad nacional a partir del mayor tesoro de Colombia: su diversidad natural. Esta vez los cóndores, las barracudas, el mar y las montañas serían los protagonistas.

El trabajo tomó dos meses, documentados paso a paso en el cortometraje Detrás de la pared (1987) del ya fallecido cineasta Diego León Giraldo. “Era muy amigo de Alejandro y le pareció interesante registrar en video todo el proceso”, cuenta María Clara Gómez, viuda de Diego Obregón, hijo del maestro. Este, precisamente, se convirtió en el principal ayudante de su padre. Se encargó de pedir los permisos necesarios, consiguió los materiales, tomó medidas, mezcló colores y ayudó a pintar el fondo del mural.

El cortometraje se inicia con una frase contundente de Obregón: “No hay nada más bello que una pared blanca porque de ella puede salir lo que el pintor quiera o pueda”. Comenzó dibujando las siluetas de más de 20 cóndores en la parte alta del mural; luego dio forma a las barracudas y al sol, y finalmente delineó las cordilleras. Pero cuando parecía haber terminado, cambió de idea y borró en una noche el mural. No porque dudara de sí mismo, sino, según sus palabras en el filme, porque no sabía qué era lo más conveniente para Colombia, un país “embellecido por el arte pero castigado por la desigualdad”.

Una gruesa y asustadora capa de acrílico blanco cubrió por una noche la pared hasta que el maestro retomó la tarea. Los cóndores, las barracudas, el sol y las montañas asomaron de nuevo, con otros tonos y leves cambios, y en poco tiempo el pintor dio por terminado lo que llamó Victoria de tres cordilleras y dos océanos. “La gente se asustaba cuando él borraba porque lo veían como un desperdicio, pero no entendían que para él hacían falta cosas”, recuerda María Clara.

Obregón nunca reveló el significado de este mural que este año cumple 30 años. Pero el poeta Juan Gustavo Cobo, amigo suyo y quizá el mayor conocedor de su obra, tiene una teoría: “Alejandro quería enviarle un mensaje al país, especialmente a quienes hacen las leyes y actúan en representación del pueblo”, cuenta. “Su idea era mostrar cómo a pesar de ser tan diferentes y de tener tantas opiniones distintas, al fin y al cabo todos somos colombianos y debemos aprender a convivir en la diferencia”.

El contraste entre dos especies, las barracudas y los cóndores, y dos ecosistemas, los encumbrados Andes y el Caribe, todos opuestos, era según Cobo la manera de materializar tal llamado. Pero el movimiento de ambas especies es tal vez el elemento más diciente. “Que los cóndores y las barracudas vayan en sentidos opuestos no es gratuito, sirve para mostrar que dos corrientes contrapuestas pueden convivir en el mismo espacio. Toda una lección para nuestros legisladores”, dice Cobo.