PASADO VIVO

En busca del pasado

Bogotá es la única capital del mundo que le dedica un mes entero al Patrimonio. A través de exposiciones, visitas guiadas, lecturas y recorridos se busca recuperar la memoria de sus habitantes.

19 de septiembre de 2009
Uno de los grafitos de la exposición ‘Memoria Canalla’, en el Museo de Bogotá, parte de las actividades del mes del Patrimonio.

¿Bogotá carece de memoria? Es la pregunta que surge cuando se celebra en septiembre el Mes del Patrimonio en la capital de Colombia. Los bogotanos han visto, desde hace décadas, cómo su ciudad se transforma a veces sin dejar rastros del pasado. A partir del 9 de abril de 1948, con los desmanes de 'El Bogotazo', muchas edificaciones, costumbres, lugares y rutinas desaparecieron sin que las generaciones futuras pudieran conocer algo de esa ciudad que se quedó, irremediablemente, atrás. Y de ahí en adelante, con las sucesivas migraciones producidas por la violencia y la urbanización desmesurada, cada década parece estar condenada al olvido.

Esa memoria, sin embargo, está dispersa por la ciudad, aunque no a primera vista: está consignada en libros, museos, paredes, calles y en las costumbres que se pasan por alto todos los días. En exposiciones que recuerdan que las salas de cine eran lugares importantes y no iglesias evangélicas; en festivales gastronómicos que señalan que hubo y siguen existiendo plazas de mercado que recuperan parte de la entraña campesina de la ciudad; en novelas que narran episodios, eventos o lugares inexistentes hoy; en fotografías de época que muestran la arquitectura sensata de décadas anteriores.

Para articular dicha memoria, el Instituto Distrital de Patrimonio, adscrito a la Secretaría Distrital de Cultura y Turismo, desde hace 25 años protege el patrimonio de una ciudad que cuenta con unos 6.000 bienes de interés patrimonial e innumerables expresiones culturales. Y, a diferencia de otras ciudades que le rinden homenaje al patrimonio el 14 de septiembre, Bogotá tiene un mes entero para concientizar a sus habitantes de que "el patrimonio no sólo es lo que ya pasó, sino lo que está pasando, pues la memoria y el patrimonio se construyen día a día, en la cotidianidad de cada uno", como dice el director del Instituto, Gabriel Pardo.

O en la cotidianidad de sus paredes como ocurre con la exposición llamada Memoria Canalla, que estará abierta hasta el 30 de septiembre en el Museo de Bogotá. La exposición, que nació de una convocatoria, incluye textos, esténciles, objetos (latas de spray, mochilas, recortes de periódicos y hasta sacos y zapatos pintados) que se relacionan con la cultura Hip-Hop y el grafito, muy asentada en las poblaciones juveniles populares de Bogotá. Su objetivo era fomentar nuevas formas de representación de la ciudad. Por eso, ahora en las paredes del Museo de Bogotá se pueden leer mensajes como El territorio es por donde se pasea el pensamiento y la memoria

, un esténcil de la cultura Nasa, del Cauca. Se trata no solo de nuevas formas de crear memoria sino de nuevas formas de entender la ciudad y el territorio.

Además de la memoria que desaparece, como los grafitos, otras ciudades han hecho de su memoria no solo homenajes al pasado, sino centros turísticos. Así ocurre con los mercados en Barcelona, cuyo centro de abastos La Boquería es, además de un homenaje a lArt Noveau, un lugar vital para la economía de la ciudad. En Bogotá, las plazas de mercado terminaron por convertirse en simples pasajes en los cuales se intercambiaban mercancías, con aspectos cada vez más decadentes. Una de las maneras para recuperar la memoria es revitalizar las plazas. Por eso, hasta el 20 de septiembre se realizaron festivales gastronómicos en las plazas y mercados. Así mismo, pronto se habilitarán puestos de comida que ofrecen gastronomía vernácula, como ocurrirá en el barrio Las Cruces, donde se adaptarán 50 puestos de comida.

Pero si las plazas de mercado recuperan la identidad perdida, hay un capítulo que parece mucho más triste. Los teatros de Bogotá han desaparecido en su mayoría. Hoy se convirtieron en asépticos multiplex; en iglesias evangélicas, o en el peor de los casos, han sido demolidos. Nombres como el Palermo, Teusaquillo, Embajador, Ópera, Radio City son cosa del pasado. Pensando en esos lugares, se realizó la exposición Cinema insostenible, en el Planetario de Bogotá, que cerró el pasado 15 de septiembre y que recuperaba objetos de esos cines que se quedaron relegados al olvido. Carteles, silletería, avisos y un sinnúmero de objetos compusieron una muestra de los artistas David Laserna, Camilo Ordóñez y Jairo Suárez. "Un día nos encontramos con el Teatro San Jorge en Los Mártires, un teatro que está clausurado desde 1998", cuenta Suárez. Empezaron a recordar entonces los teatros a los que habían ido de niños, el Metro, el Lux o el Libertador, y a partir de recortes de periódicos de 1978, el año en que nacieron, empezaron a levantar un inventario de los teatros de la época. "No es una investigación hecha con el rigor historiográfico de un académico sino un recorrido más emotivo basado en la experiencia".

Exposiciones como la anterior han dejado un registro de lugares y hábitos inexistentes para las nuevas generaciones. Quizás, como apunta Gabriel Pardo, se trata de no sólo ver el lado positivo de la memoria, sino el negativo. Y en vez de desconocerlo, hacerlo visible, entenderlo y valorarlo. Por eso, además de las ruinas de los teatros, durante lo que resta del mes, se harán visitas guiadas al Hospital San Juan de Dios, ese monumento a la desidia institucional, que hoy en día es cuidado por las antiguas enfermeras que ofician de guías. El lado negativo de una historia que pasa, evidentemente, también por la arquitectura, dejando que edificaciones representativas de una época se declaren en ruina para poder construir inmensos edificios o parques recreativos, como ocurre con algunas de las construcciones de Fernando Martínez o los Columbarios del Cementerio Central.

Pero así como hay un lado negativo, Bogotá tiene un perfil positivo. Las sucesivas administraciones desde hace 15 años han apostado por promover la conservación del patrimonio, al hacer obras de infraestructura que crean identidad y sentido de pertenencia. Bibliotecas como El Tintal o El Tunal, alamedas, parques como el Simón Bolívar, TransMilenio, o colegios distritales de altísimos niveles arquitectónicos parecen ser muestras de un resurgir.

Tanto ha sido el trabajo de recolección de memoria en los últimos años, que el Instituto Distrital de Patrimonio inaugurará este martes 22 de septiembre su Centro de Documentación Patrimonial. Además de una biblioteca con 2.000 libros, revistas y folletos sobre Bogotá se pueden encontrar allí fotografías, planos de los proyectos de restauración de los que ha estado a cargo desde que inició la recuperación del centro de Bogotá.

Entre lo negativo y lo positivo, cada vez más bogotanos se han empeñado en cambiar la idea de una "Bogotá de nadie", como se percibía en los años 80, en novelas como Sin Remedio, de Antonio Caballero, que escribió: "Bogotá, que ahora se llama así en lenguaje vulgar... es la Atenas Suramericana y ha sido muchas cosas: Santa Fe, Bacatá. Se ha ido cambiando furtivamente el nombre, como quien al dormir en un hotel de paso deja un nombre supuesto. Tuvo un río alguna vez, que se llamó primero Vicachá, y luego San Francisco. Y más al sur, el Fucha o San Cristóbal. Y por no ver reflejada su imagen en su río lo encorsetó en un caño de cemento y lo escondió bajo una calle, lejos, lo convirtió en alcantarilla atascada de carroñas de perros y de niños".