CINE
Fuego en el mar por Manuel Kalmanovitz
El director Gianfranco Rosi estuvo un año y medio en la isla de Lampedusa para hacer esta película delicada y respetuosa, que alterna entre la tranquilidad europea y la desesperación de los migrantes.
Título original: Fuocoammare
Año: 2016
País: Italia
Director: Gianfranco Rosi
Protagonistas: Samuele Pucillo y Giuseppe Fragapane
Duración: 114 min
A diferencia de la mayoría de documentales que pasan en televisión, llenos de entrevistados hablando sobriamente de sus campos de interés, esta película se aproxima a lo real de una forma menos directa. El interés de Gianfranco Rosi (quien dirigió, hizo la fotografía y grabó el audio) es capturar algo del carácter incierto de lo que ve, evitando explicaciones obvias, especulaciones de expertos y diagramas didácticos.
Quizás sea paradójico que la fortaleza de esta aproximación esté en la distancia que mantiene frente a lo que registra, pero así es. Ensordecidos como estamos por los aullidos del amarillismo audiovisual, resulta reconfortante encontrar una visión tan respetuosa y mesurada resonar con tanta fuerza. Es reconfortante también sentirse ante una película que confía en la inteligencia y sensibilidad de los espectadores (que ese amarillismo cotidiano desprecia radicalmente).
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Fuego en el mar tiene lugar en la pequeña isla de Lampedusa a 70 millas de la costa africana y a 120 de la siciliana, que, por su situación estratégica, ha sido un punto de llegada histórico para los migrantes que huyen de las guerras en los países del Oriente Medio y África.
Lo primero que la película muestra es un niño recorriendo distraídamente un paisaje extraño, donde coinciden pinos y cactus en un suelo arenoso. Este niño de 12 años, Samuele, es el personaje principal de esta colección de viñetas que muestra la vida en la isla, monótona y tranquila, alternándola con las operaciones de rescate en altamar y la vida de los refugiados en centros de detención.
En una entrevista Rosi comentaba que antes los refugiados llegaban a las costas de Lampedusa y tenían alguna interacción con los nativos, pero que ahora la frontera se había movido a altamar, cambiando la dinámica y haciendo que el primer contacto humano de los refugiados con la Europa soñada sean seres enfundados en vestidos protectores y máscaras blancas, las presencias asépticas y extrañas de los funcionarios de la Marina italiana encargados de rescatarlos.
La situación aparece como dos mundos paralelos sin ningún contacto. El pequeño Samuele, que caza pájaros con caucheras, que dispara imaginariamente al horizonte del mar, que destruye unos cactus sin motivo, que tiene un ojo perezoso y problemas de ansiedad, se convierte a lo largo de la película en una especie de símbolo de una Europa que ha compartimentado radicalmente su vida para que el dolor que desembarca en sus costas pase desapercibido para la mayoría de sus habitantes.
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Pero el documental parece insistir en que esa ignorancia tiene un precio –la agresividad de Samuele, sus disparos imaginarios al aire, sus ataques de ansiedad–. El horror, aunque se esconda, trae consecuencias.
La estructura de la película está más cercana a la poesía o al cine argumental que a los ensayos o a los documetales televisivos. Y su efectividad reside en la forma magistral en que Rosi hila las tonalidades de las secuencias entre sí para retratar, indignada y respetuosamente, la complejidad del drama humano de la migración y la indiferencia de una Europa que prefiere no enterarse.
CARTELERA
Silencio ***
El maestro Martin Scorsese retrata las dudas espirituales de unos misioneros jesuitas en el Japón del siglo XVII.
Aquarius ****
El brasileño Kleber Mendonça Filho hace un retrato rico y matizado del universo familiar, musical y físico de una escritora (la excelente Sonia Braga).
Jackie ** ½
Retrato de la viuda de John F. Kennedy tras su asesinato, dirigido por el chileno Pablo Larraín.
La cacería **
Situada en Finlandia en el siglo XVI, esta película histórica reconstruye prosaicamente un episodio de cacería de brujas.