LA NUEVA CARA DEL CAPITOLIO
Después de cinco obstaculizados años, esta semana culmina la restauración integraldel monumento más importante del país .
A comienzos de la decada de los 90, y sin que muchos pudieran advertirlo, el edificio del Capitolio Nacional amenazaba con venirse abajo. El paso del tiempo y las sucesivas intervenciones como consecuencia del trabajo cotidiano del Congreso habían deteriorado de tal forma el recinto monumental que su restauración no daba más espera. La humedad estaba acabando con las paredes, las aguas negras estaban devorando las estructuras y los cimientos originales sufrían el trajín de los años transcurridos desde la inauguración del edificio, ocurrida con gran pompa en 1926 después de casi 80 años de una accidentada construcción iniciada bajo el mandato del entonces presidente Tomás Cipriano de Mosquera. La urgencia convocó pronto un equipo interdisciplinario de arquitectos, ingenieros y diseñadores expertos en restauración que se le midieron a la tarea de recuperar el que es considerado, por sus particulares características, como el monumento más importante del país. Bajo la supervisión del Consejo de Monumentos Nacionales, la subdirección de monumentos del Instituto Nacional de Vías y el propio Congreso de la República, la firma Conconcreto, con la arquitecta Nora Aristizábal de Baena a la cabeza, le puso manos a la obra al proyecto luego de un riguroso estudio histórico y técnico que permitió intervenir y readecuar el edificio sin alterar el espíritu del diseño original. "Las diferentes intervenciones realizadas a lo largo de su historia, explica Jaime Barrera, otro de los arquitectos líderes de la restauración, y los usos indebidos del edificio ocasionaron modificaciones espaciales y estructurales en patios, muros sin especificaciones técnicas y sobrecargas en entrepisos", factores que, adicionados a la creciente humedad de baños hechizos y cocinas mal dirigidas, llevaron al Capitolio a un estado de deterioro imposible de sostener por más tiempo. Curiosamente el trabajo más importante y significativo, según los expertos, no se puede observar a simple vista. Se trata de la consolidación total de las estructuras, un trabajo de alta ingeniería no sólo por la delicadeza que siempre exige un monumento en restauración sino por los malabares tecnológicos utilizados en aras de respetar el complejo diseño del Capitolio. En general el grupo de especialistas dedicó buena parte del tiempo en la consolidación de los techos, los muros y los pisos; la recuperación de los espacios y corredores de los que poco a poco fueron adueñándose los congresistas para la instalación de oficinas, cocinas y otros menesteres; a la liberación de los patios y a la reacomodación de los baños, añadidos con el paso del tiempo de manera improvisada porque el diseño original no los contemplaba; a la solución de los alarmantes problemas de humedad de la edificación y a la reestructuración del alcantarillado. Sin embargo todo este trabajo no impidió que el equipo aprovechara para intervenir las fachadas de los diferentes recintos y unificara un tipo de decoración integral acorde con la magnanimidad de las funciones del Capitolio como símbolo de la democracia nacional. Aunque sobria y discreta, la restauración de las fachadas, cornisas, ventanales, bóvedas, vitrales y columnas fue realizada con tal filigrana y perfección artesanal que los maestros de obra que trabajaron en el proyecto terminaron convertidos en verdaderos expertos de la yesería. En este sentido, los mejores ejemplos son el Salón Elíptico, el del Senado y el Salón Boyacá, donde sesiona la Cámara de Representantes. Pero en especial este último, que debió soportar primero los estragos de un incendio hace cerca de 20 años y el estallido de una bomba hace dos años, la cual, entre otras cosas, dejó en ruinas el Salón Boyacá cuando ya se había terminado su restauración, obligando a los expertos a repetir el trabajo y a reconstruir el vitral de la cúpula, pues del original quedaron fragmentos inservibles. Hoy los 18.000 metros cuadrados de este monumento muestran su cara debidamente corregida y maquillada en sus mejores tonos para continuar prestándole al país sus oficios como recinto de las más importantes decisiones del Estado. Y aunque los cinco años ocupados en la faena son considerados por muchos como excesivos, existen razones que explican su demora. El primer factor fue el económico, pues su recuperación definitiva costó más de 17.000 millones de pesos, una cifra que se fue consiguiendo a cuentagotas. "El segundo fue un obstáculo de tipo logístico, cuenta la arquitecta Beatriz Elena Ramírez, directora del proyecto, pues nos tocó trabajar con el edificio ocupado". Hacia el futuro queda un proyecto presentado por los arquitectos de Conconcreto, en el cual se concibe la creación de una torre de parqueaderos y un túnel subterráneo que comunique el Capitolio con el edificio del Congreso. De esta manera se resolverían dos problemas: el impacto urbano de los trancones de la zona cuando hay una sesión y la seguridad de los congresistas.Por ahora el monumento más importante del país ha quedado listo para recibir el próximo milenio. Atrás han quedado los problemas de ruido, polvo y tránsito que hacían el día a día de restauradores y congresistas en el congestionado Capitolio. Atrás quedó, incluso, el recuerdo de la curiosa maldición hacia el Capitolio, proferida en 1847 cuando el arzobispo Juan Manuel Mosquera bendijo con la mano izquierda el edificio, disgustado porque su hermano, el general Tomás Cipriano de Mosquera, había decretado la expulsión de los jesuitas de Colombia.En su lugar retorna la "dignidad y majestad que debe respirar el primer templo civil de una nación", como lo dijera en su época Thomas Reed, artifice de la obra original y el empeño de quienes concibieron el Capitolio en la manzana que antes ocupaban el palacio viejo y la Real Audiencia de Santafé de Bogotá.A propósito, el proceso de restauración no podría terminar sin un maravilloso hallazgo arqueológico, sucedido mientras se llevaban a cabo las excavaciones para la construcción de un tanque de reserva en el terraplén del costado noroccidental. Allí los expertos descubrieron una serie de muros perpendiculares a la fachada del Capitolio que finalmente resultaron ser los vestigios de lo que fue la Real Audiencia, vestigios que datan del siglo XVI y bien podrían convertirse en una verdadera pieza de museo en pleno corazón del Capitolio. Un aliciente más para celebrar la recuperación del edificio que guarda, quizás como ningún otro, buena parte de la historia política del país.