LA RESURECCION DE LA CATEDRAL
Con su restauración, la Catedral Primada de Colombia quiere volver a congregar a su alrededor la actividad cultural que la caracterizó hace 200 años.
DURANTE CIENTOS DE AÑOS, LA Plaza de Bolívar, de Bogotá, ha constituido no sólo el centro urbano por excelencia, desde donde se ramifica y desprende la capital en toda su extensión. La Plaza de Bolívar ha sido, de igual forma, el centro político e histórico de la Nación. Ella misma, modificada en contadas ocasiones, ha presenciado la transformación de sus habitantes en el accidentado transcurrir del tiempo en las diferentes épocas de la patria. No sin razón algunos de los más importantes edificios del país se levantan en sus costados, uno de los cuales es quizás de los más antiguos testigos de la historia cultural del país: la Catedral Primada de Colombia, que hoy quiere volver a convertirse, como en sus primeros años, en un centro cultural de grandes proporciones.
Erigida y derrumbada en varias oportunidades para volver a construirse en el mismo lugar, la Catedral ha recogido en sus cúpulas, en sus muros, en sus capiteles y en sus naves, una buena parte del patrimonio religioso, arquitectinico, artístico, histórico y social de Colombia. Desde la Colonia, la Iglesia Catilica estuvo ligada al desarrollo de la Nación; y por tanto, en torno de ella giraron durante siglos todos los acontecimientos culturales, sociales y hasta políticos que ayudaron a formar la historia del país. Alrededor de ella giraba la actividad artística nacional. La Catedral llegó a albergar dos coros y dos orquestas con compositores particulares, además de numerosos pintores que no sòlo se ocupaban de motivos religiosos, como obispos o pasajes bíblicos, sino que reflejaban en sus obras el entorno social de la época. Además de esto, la Catedral guarda los restos de muchas de las figuras políticas, sociales y religiosas más destacadas del país hasta mediados del siglo pasado, así como riquezas de incalculable valor histórico y cultural celosamente resguardadas por los diferentes mayordomos que han administrado el templo y al que en un futuro tendrán acceso los bogotanos (ver recuadro). Su importancia como centro cultural y social fue decayendn con los años al mismo tiempo que fue descendiendo su poder económico.
A pesar de que sus actividades paralelas prácticamente desaparecieron, la Catedral de Bogotá conservó su importancia como patrimonio nacional. Un monumento que estaba a punto de abandonarse al deterioro, si no fuera por la iniciativa del cardenal Mario Revollo y la intervención de la propia Iglesia, el Banco de la República, la Subdirección de Monumentos Nacionales y un grupo de expertos encabezados por el arquitecto Jaime Salcedo. La idea: la restauración total del templo y el estudio pormenorizado de cada una de sus estructuras para conformar un documento histórico, que arroje visiones sobre el desarrollo cultural arquitectónico en el transcurso de la historia colombiana.
Los primeros trabajos, los más urgentes, tienen que ver con la reparación completa del techo, conservando la arquitectura impuesta por Fray Domingo Petrés a comienzos del siglo XIX, cuando se culminó la última de las cuatro catedrales que se han erigido en el mismo sitio, que hoy contemplan los bogotanos. Pero el proyecto va mucho más allá. La intención es también restaurar el interior del monumento, intentando recuperar, en el mayor grado posible, la pintura original del templo, retocado enteramente de blanco con motivo de la visita del Papa Paulo VI en 1968 y que le ha restado la imponencia que antiguamente conservaba la Catedral. Para múchos, el insulso blanco de sus paredes actuales tiene que ver más con el interior de un hospital que con el de un templo cargado de historia.
Hasta el momento, las primeras pesquisas en muros y pisos han arrojado resultados sorprendentes. Debajo de las capas de pintura blanca han aparecido no sólo las tonalidades de las diferentes intervenciones a las que ha sido sometida la Catedral, sino restos de yesos en algunos vértices, de lo que debieron ser figuras de ángeles u otra clase de adornos, hoy desaparecidos.
Aunque a primera vista la restauración del entejado y de la cubierta en general parezca un simple trabajo de reparación, en el fondo se trata de un ambicioso estudio sobre las características de la Catedral a lo largo de su existencia. En realidad, pocos son los documentos históricos que se tienen sobre las anteriores construcciones, sobre los materiales utilizados y sobre los elementos conservados en el nuevo templo cada vez que este debía ser derrumbado y vuelto a levantar. Es la primera vez en la historia del país que un grupo de expertos en arquitectura, restauración, arqueología e, incluso, ingeniería forestal intenta reunir completa información para evaluar y clasificar las diferentes etapas sufridas por la Catedral.
Gracias a estos estudios preliminares, se ha podido establecer que algunos de los muros son anteriores a la última construcción, terminada en 1823. Al mismo tiempo, todo parece indicar que Fray Domingo Petrés trabajó con materiales reutilizados para llevar a feliz término la actual edificación. Es probable, por ejemplo, que los maderos que sostienen la cubierta sean del siglo XVI, pues los restos de su decorado dejan entrever a los especialistas que pertenecían al estilo mudéjar, característico de la época. "A principios del siglo XVIII usar el estilo mudéjar era como si hoy se fabricara un automóvil a vapor -comenta Tomás Castrillón Valencia, un arquitecto restaurador del proyecto-. Hemos encontrado soluciones de ingeniería que no tienen nada que envidiar a la tecnología moderna. Y eso que hasta ahora estamos comenzando".
Aunque los recursos económicos son limitados, pues por el momento sólo se cuenta con presupuesto apenas suficiente para culminar la restauración de la cubierta, el objetivo es que la totalidad del proyecto, incluido un museo de reliquias religiosas, esté finalizado hacia 1996. Por lo pronto, los bogotanos tendrán que acostumbrarse a ver los andamios que bordean la Catedral, por dentro y por fuera, como parte integral de su arquitectura.
DIVINO TESORO
DURANTE MAS DE 400 años, los mayordomos de la Catedral Metropolitana se han encargado de preservar cerca de un centenar de cuadros y esculturas; alrededor de 300 objetos de orfebrería en oro y plata entre cálices, custodias, copones, incensarios y patenas, y más de 500 ornamentos religiosos que hacen parte del legado histórico de la Iglesia Católica en Colombia desde la llegada de los españoles. Sin embargo, salvo algunos de estos tesoros, que han sido exhibidos esporádicamente en el país y en el exterior, todos los objetos han permanecido ocultos para el grueso público capitalino.
Muy pocos conocen, por ejemplo, que la Catedral guarda, entre centenares de prendas sacerdotales, el ornamento con el que Fray Domingo de las Casas celebró la primera misa en Santafé de Bogotá en 1538. Asimismo, son escasas las personas que han podido apreciar el relicario de plata con la imagen de Santa Isabel de Hungrìa, patrona del Arzobispado de Bogotá, que reposa en los recintos de la Catedral desde hace màs de 300 años. De igual forma, hasta hace poco prácticamente se ignoraba la existencia de las partituras originales de los primeros coros de la Nueva Granada y que, por su gran formato y peso, eran utilizados sobre inmensos atriles giratorios. En estas partituras están escritas composiciones traídas del Viejo Mundo, así como las más remotas obras religiosas de autores criollos, en las que ya se habìan incorporado ritmos e instrumentos autóctonos.
No obstante, acceder a este acervo histórico y cultural dejará de ser un privilegio en la medida en que se desarrolle el proyecto de restauración total de las instalaciones de la Catedral Primada.
La razón del sigilo con que se ha conservado todo este material es obvia. El incalculable valor patrimonial de cada una de las piezas que conforman el tesoro de la Catedral exige para su exhibición unas garantías de seguridad, comodidad y preservación que sólo puede ofrecer un museo destinado para tal fin.
En este sentido, el proyecto contempla la adecuación de una casa aledaña al templo, en la cual los historiadores bogotanos podrán por fin observar desde pinturas originales de la escuela flamenca del siglo XVI y los mejores exponentes de la pintura colonial (Arce y Ceballos, los Figueroa), hasta las más suntuosas custodias que reflejaban el poder de la Iglesia en las épocas pasadas; entre ellas, la de Caycedo y Flórez, del siglo XVII, impresionante por sus rayos de sol que parecen arte cinético, y la Preciosa, del siglo XVIII, un finísimo trabajo de orfebrería de 18 libras de peso, en oro macizo, y recubierta con más de 3.200 piedras preciosas y 227 perlas netas.