Cine

La sombra del caminante

El director Ciro Guerra se empeña en atar los cabos de dos vidas colombianas unidas por un secreto. ***

Ricardo Silva Romero
17 de abril de 2005

Título original: La sombra del caminante.
Año de producción: 2004.
Director: Ciro Guerra.
Actores: César Badillo, Ignacio Prieto, Inés Prieto.
En la carrera séptima del centro de Bogotá, en las aceras ocupadas por vendedores ambulantes que no tienen otro lugar a donde ir, un hombre sin nombre carga pasajeros en una silla que se ha instalado en la espalda. A unas cuadras, en las empinadas calles del barrio La Perseverancia, un desempleado al que todos llaman Mañe es humillado, una vez más, por una pequeña pandilla que no le perdona su cojera. Los dos personajes mencionados, el hombre de la silla y el indefenso Mañe, se harán amigos cuando descubran que se necesitan mutuamente. Mientras los veamos avanzar por los andenes, cada uno dependiendo del otro, entenderemos que sobre todo somos testigos de una alegoría. Algo se nos está diciendo sobre el desamparo que vivimos en Colombia. El artista José Alejandro Restrepo, que ha usado la imagen del carguero en alguna de sus obras, intuía lo siguiente en una entrevista: "El poder lo tuvo, lo tiene y lo ha tenido siempre el que está abajo, no el que está encima".

La sombra del caminante es la primera película de un joven colombiano, nacido en Río de Oro, en el Cesar, llamado Ciro Guerra. Pero como ser debutante, ser joven y ser colombiano no son méritos de ninguna clase ni excusas para tener en cuenta el día del juicio final (estoy seguro de que el propio Guerra sería el primero en decirlo), nos vemos obligados a centrarnos en los aciertos que se ven en la pantalla. Los más evidentes, que evitan que la metáfora se trague del todo la historia, son los siguientes: las creíbles actuaciones de César Badillo e Inés Prieto, el montaje que no les teme a los planos largos, la banda sonora que no requiere nada más que la tristeza de un piano. La mejor idea del largometraje, sin embargo, es la más desconcertante de todas: vista en el borroso blanco y negro elegido por el director, la dolorosa realidad social que presenta la obra deja de ser explotación de la miseria para convertirse en símbolo.

No es coincidencia que el cineasta Jaime Osorio haga las veces de productor en este valiente relato: su Confesión a Laura conseguía por completo lo que este drama persigue -contar una pequeña historia en donde se asome la tragedia de un pueblo condenado - no siempre con fortuna. Escribo "no siempre con fortuna" pues en el empeño de atar los cabos a como dé lugar, de cerrar la historia como se cierra un texto literario, la resolución de La sombra del caminante resulta artificiosa, acomodada. Incluso ciertas interpretaciones parecen quedarse sin aire en pleno clímax de la narración. Queda al final, no obstante, la sensación de haber visto la obra de un verdadero autor, de un cineasta que es capaz de correr riesgos en tiempos de focus groups, ratings y targets. Se agradece profundamente que no nos menosprecie como público, que nos exija, que se lance al mundo a ciegas con la esperanza de que alguien complete su mensaje.