libros
La vía del Buda
Un maestro zen colombiano escribe acerca de su larga experiencia en la práctica de la meditación.
Densho Quintero
Conciencia Zen
Albatros, 2006
191 páginas
Si tenemos en cuenta que uno de los pilares del budismo es la crítica a la razón, resulta obvio concluir que esta creencia es totalmente opuesta a la civilización occidental, creada por los griegos con fundamento en la razón. Dicha lejanía, desde luego, no implica indiferencia: los polos opuestos se atraen. En una célebre conferencia, Borges lo expresó muy bien: "Para mí, el budismo no es una pieza de museo: es un camino de salvación. No para mí, pero para millones de hombres". Por desgracia, esa atracción no se ha resuelto en algo mayor. Y digo por desgracia porque un encuentro entre el cristianismo y el budismo -que impidió la religión musulmana, según la tesis de Claude Lévi-Strauss- hubiera propiciado un mundo distinto, acaso menos violento.
El interés por el budismo en Occidente se dio principalmente en el siglo XX y uno de los artífices fue el D. T. Zuzuki con su famoso libro Introducción al budismo zen, publicado en Londres en 1949 y desde entonces traducido a muchas lenguas, entre ellas, el español. Además de Borges, en Latinoamérica Julio Cortázar y Octavio Paz fueron también muy influidos por el budismo. Pues bien, algún día de 1984, el libro de Zuzuki cayó en manos de Iván Quintero, un joven actor del Teatro Libre que pasaba por una crisis personal intensa: había abandonado la universidad y estaba desilusionado con su vida. Luego de su lectura, que fue reveladora, decidió seguir "la vía del Buda" y viajó a París donde se hizo monje en la asociación Zen fundada por el maestro Deshimaru y luego ratificó su ordenación en Japón, en una escuela de la tradición Soto. Regresó a Colombia con intención de difundirlo y creó el grupo Camino de Paz. Los textos incluidos en La conciencia zen recogen toda la experiencia de su práctica de meditación. Quintero, ahora el maestro Densho, piensa que esa disciplina tiene una propuesta concreta para aliviar el sufrimiento profundo que ha caracterizado la historia de nuestro país.
El zen no es un dogma, no tiene una doctrina, no tiene verdades absolutas: "Una tarde en que un viejo maestro se encontraba en su lecho de muerte, vino un monje y le preguntó: 'maestro, ¿hay algo más que deba aprender de usted antes de que muera?'"
El maestro le respondió. 'Sí, sólo una cosa. ¡Apestas a zen!'". Su esencia no se puede transmitir a través del lenguaje y por eso la única manera de "decirlo"es a través de bellas y profundas paradojas:
-Le ruego maestro que me instruya en la doctrina de la liberación.
-Y, ¿quién lo tiene atado?
-Nadie me ata.
Entonces, ¿por qué busca la liberación?
Cada quien encuentra su propio camino. La única manera de acceder a él es a través del zazén: sentándose a meditar en una posición adecuada y dejando que los pensamientos se aquieten. Y que el yo, encadenado al placer y al sufrimiento sin solución de continuidad, se vea al fin como el obstáculo que nos impide llegar a la verdadera realidad, que es el aquí y el ahora, el instante en el que el universo entero es consumado y renace.
Para el maestro Densho, el objetivo de la meditación zen es 'despertar': llegar a un estado de conciencia y lucidez frente a la vida y a la muerte. No hay que tener expectativas o ideas preconcebidas. No existe un objetivo diferente a la práctica misma. El camino es la vida tal y como es en el presente y no hay que buscar nada fuera de ese momento. Sólo hay que mantener el cuerpo inmóvil y soltar todo lo que viene a la mente. El zen no niega el cuerpo, al contrario, invita tomar conciencia de él, de sus sensaciones y sus percepciones que, unidos a la conciencia, constituyen el ser. Y a experimentar la realidad de una forma directa, sin juzgarla, sin rechazar ni perseguir nada: "Zazén no es una técnica o un ejercicio para alcanzar la iluminación. Es la actualización misma de la iluminación mediante un esfuerzo sostenido. No practicamos zazén para convertirnos en budas; practicamos porque somos budas".
No es dogmática; no castiga; no promete la felicidad y lo hace a uno sentir bien. Ignoro si un día me siente a meditar, pero yo, que soy ateo, si tuviera que escoger una religión, escogería esta.