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LAS ESCALERAS DEL CAPITOLIO

La restauración integral del monumento más importante de Colombia ha desatado una ardua polémica alrededor del traslado de las escaleras.

27 de noviembre de 1995

POCAS ESCALERAS EN COLOMBIA han tenido tanto debate en su restauración como las que dan acceso al Capitolio Nacional. Y no es para menos, si se tiene en cuenta que pertenecen al que es considerado por los expertos como el monumento arquitectónico más valioso de Colombia. De hecho, el Capitolio marcó la ruptura definitiva entre la arquitectura española heredada de la Nueva Granada, y la republicana que recibía con los brazos abiertos el nacimiento de la independencia colombiana. Características únicas en cuanto a su concepción arquitectónica y su carácter histórico, lo elevaron a la categoría de 'quintaesencia de la monumentalidad', en palabras del arquitecto restaurador Lorenzo Fonseca, y en este sentido el Capitolio se convirtió en el edificio más importante del país y en una de las insignias de la República.

LA CONCEPCION ORIGINAL
La obra fue concebida por el arquitecto inglés Thomas Reed a mediados del siglo pasado, por iniciativa del presidente Tomás Cipriano de Mosquera, ante la necesidad de erigir un edificio para alojar en él a los altos poderes nacionales. La idea del inglés fue construir un capitolio que resaltara los valores republicanos de la Nación en una estructura cuadrada y perfectamente simétrica, al mejor estilo neoclásico, en cuyo centro funcionaría el Congreso y al frente de él "un gran patio a manera de atrio, como si fuese una inmensa puerta para toda la República", según rezan sus memorias. Los dos cuerpos laterales harían las veces de dos brazos que recibirían al pueblo y estarían unidos por una inmensa columnata.
Después de múltiples obstáculos técnicos y financieros y luego de la intervención de varios arquitectos en diferentes épocas, entre ellos Pedro Cantini, Antonio Clopatofsky, Gastón Lelarge y Mariano Santamarías el Capitolio quedó concluido en 1926, con algunas variaciones al proyecto original pero con absoluto respeto por el ideario primigenio de Thomas Reed.
Hoy, 70 años más tarde y por cuenta de la restauración integral de la edificación, iniciada a comienzos de los 90 después de la elaboración de un juicioso proyecto en el que intervienen la firma Conconcreto, la oficina de Monumentos Nacionales, Colcultura, el secretario del Partido Liberal y ex parlamentario Héctor Anzola, en calidad de delegado del Congreso ante el comité de obra, y un gran pool de arquitectos, restauradores e ingenieros, encabezados por la arquitecta Nora Aristizábal de Baena, coordinadora general, el traslado de las escaleras principales del Capitolio ha abierto una ardua polémica entre los artífices del proyecto, que lo quieren llevar a cabo por razones de seguridad, y un grupo de expertos que se opone a él con el argumento de que mover las escaleras de su sitio violaría los principios arquitectónicos bajo los cuales se rigió Reed. "Es un atropello contra el monumento", afirma Fonseca, quien es además director de la revista Proa y miembro de Iconos, organismo consultor de la Unesco para la conservación del patrimonio cultural.

PUGNA Y CONCILIACION
Como el Capitolio es un Monumento Nacional, cualquier intervención debe ser autorizada por el Consejo de Monumentos Nacionales, organismo adscrito al Ministerio de Educación y creado en 1959 para velar por la preservación de los bienes patrimoniales de la Nación. Desde el inicio de la restauración, el Consejo ha mantenido estricta vigilancia en el proyecto y lo cierto es que todos sus miembros están de acuerdo con que en términos generales se trata de una intervención muy bien elaborada. El problema apareció cuando el comité de obra presentó ante el Consejo de Monumentos, a principios del año pasado, la propuesta de traslado de las escaleras que dan acceso al Capitolio. "Después de haber estudiado los efectos en la estructura como consecuencia del traslado de las escaleras, comenta Juan Luis Isaza, subdirector de Monúmentos Nacionales, el Consejo decidió rechazar la propuesta, pues las alteraciones eran sustanciales con respecto a la organización espacial del edificio".
No obstante, el decidido empeño de Héctor Anzola por sacar adelante el proyecto como representante del Congreso en la obra, cambiaría el rumbo de la decisión. "El Capitolio requiere un hall de entrada por evidentes razones de seguridad, comenta Anzola; y para adecuarlo es necesario mover las escaleras unos metros más atrás, para crear el espacio suficiente en la recepción. En este orden de ideas la restauración del edificio debe hacerse pensando también en las necesidades de quienes lo utilizan y hasta ahora el Consejo de Monumentos no ha esgrimido argumentos técnicos suficientemente valederos como para prohibir la intervención".
Ante la ratificacion del Consejo y la negativa de Anzola a aceptar el fallo, la pelea por el traslado de las escaleras duró cerca de un año, hasta que Juan Guillermo Angel, entonces presidente del Senado, sugirió una fórmula que terminó aceptando el Consejo más por impotencia que por conviccion: un comité de conciliación mediante el cual ambas partes en conflicto aceptarían la decisión final. Los miembros del Consejo eligieron al reconocido arquitecto Rogelio Salmona y el Congreso, por intermedio de Anzola, al arquitecto y senador de la República Alberto Montoya Puyana. Finalmente el dúo de expertos llegó a la conclusión de que era válido el traslado de las escaleras e incluso presentaron entre ambos un proyecto diferente del inicial que dirimió el conflicto.

MAL SABOR
Pero aunque los miembros del Consejo de Monumentos se habían comprometido a aceptar el veredicto, la solución dejó un mal sabor en todo el proceso. Fuentes cercanas al proyecto de restauración del Capitolio que prefirieron mantener su nombre en reserva, dijeron a SEMANA que la aceptación de un tribunal de conciliación por parte del Consejo obedeció a las presiones de algunos congresistas y del propio Héctor Anzola, que amenazaron con acabar por ley el Consejo de Monumentos Nacionales, si no se autorizaba la intervención de las escaleras. Sin embargo, Anzola desmiente categóricamente tales afirmaciones: "Si yo hubiera querido perjudicarlos lo habría hecho hace año y medio, cuando surgió el problema. Con una ley, en ocho días habría desaparecido el Consejo. Pero tan no era nuestra intención pasar por alto sus conceptos, que propusimos un comité de conciliación, el cual fue aceptado a cabalidad por todos sus miembros". Al mismo tiempo, algunos opositores al proyecto han visto en el comité conciliatorio la intención de los miembros del Consejo de Monumentos de no ganarse la animadversión del Congreso en momentos en que está pendiente el debate sobre la creación del Ministerio de la Cultura.
Pero aparte de todos estos rumores, la verdad es que el episodio del Capitolio, para muchos expertos un evidente pecado contra el mayor monumento arquitectónico del país, va mucho más allá de las simples escaleras, de las amenazas y las conveniencias personales. Al fin y al cabo se trata de la alteración arquitectónica de un edificio único y como dice Lorenzo Fonseca, "si se altera el Capitolio, que es el principal edificio de Colombia, ¿qué autoridad moral queda para prohibir atropellos en los demás monumentos?".