Desde hace un tiempo, Óscar Murillo está en boca de toda la comunidad artística. Su nombre aparece regularmente en medios locales y extranjeros. No solo los nacionales le han dedicado espacio, también ha aparecido en el New York Times o el Independent, por solo citar un par de diarios extranjeros. Su caso ha suscitado semejante interés pues, como se ha contado hasta la saciedad, la obra de este joven artista, nacido en La Paila, Valle del Cauca, ha alcanzado precios exorbitantes, superiores o iguales a los de grandes maestros latinoamericanos.
Murillo estuvo la semana pasada en Bogotá para trabajar en su primer proyecto artístico en el país y accedió a hablar con SEMANA. En un lujoso hotel del norte de la ciudad, Murillo recibió a esta revista. Vestido con jeans desgastados, botas militares, una gorra negra y una camiseta que surgió de una colaboración suya con la marca Comme des Garçons, el joven habló de muchos temas que hasta ahora eran desconocidos. Comenzó manifestando su desconcierto por varios artículos que se han publicado en Colombia en los últimos meses, entre ellos uno de SEMANA (‘Un negocio para enmarcar’, edición 1635).
Según Murillo, mucho de lo que se ha dicho tiene que ver con el desconocimiento de su trabajo y de su trayectoria. Dice que en Colombia no se conoce mucho de lo que él ha hecho y que su relación con el país es puramente familiar. “Mi relación con Colombia era, hasta ayer, solamente personal. En este país apenas se está conociendo mi trabajo. Yo nací en Colombia y mi familia es colombiana, pero yo no soy un artista colombiano”, dice.
Al pintor le interesa entonces aclarar varios aspectos. Comienza por contar que a los 10 años llegó a Londres acompañado de su familia. Allí su madre, su padre, su hermana y él se instalaron en una comunidad que hoy está compuesta por más de sesenta colombianos. Se formó en el país europeo: “Hice un grado en Artes Plásticas en la Universidad de Westminster.
Terminé en 2007 y después trabajé como artista independiente en mi taller, sin ningún respaldo por tres años. En 2010 empecé una maestría en el Royal College of Arts. Desde entonces he hecho proyectos con la Serpentine Gallery, con el ICA, con South London Gallery y otras instituciones públicas y otros proyectos con el apoyo de galerías en Londres y en Berlín”, cuenta.
Durante su juventud jugaba fútbol e incluso pensó en convertirse en un profesional. Pero su inclinación por el arte era muy fuerte. “Cuando llegué a Londres ya no había ríos para cruzar, ni árboles de mango para treparse. El diseño y el arte eran la únicas áreas que me ofrecían ese tipo de libertad”, dice. Entonces decidió que lo suyo era hacer una carrera en el arte, pero necesitaba encontrar los medios para hacerlo. Fue así como empezó a trabajar en los oficios más diversos.
Primero trabajó en galerías, como ayudante. En esa época vendió su primera obra: “Conocer a Franz West en 2009 todavía es uno de los momentos más importantes de mi vida. Aunque ya murió sigue siendo uno de los artistas que más admiro. Yo trabajaba como técnico en una galería y un día llevé una de mis obras. Él la vio y le gustó. Se la quise regalar pero me dio 1.000 dólares por ella”.
Después limpió oficinas: se levantaba todos los días en la madrugada, terminaba las 8 de la mañana y dedicaba el resto del día a pintar. Luego pasó a trabajar, también como aseador, en un estudio de yoga. Durante esas largas horas de trabajo físico, que era como una meditación para él, empezó a pensar en la relación entre el cuerpo y el arte. Su trabajo hoy es muy físico y pinta en el piso o hace instalaciones que requieren gran esfuerzo.
Pero esto duró poco. Murillo comenzó a exponer y los galeristas y coleccionistas se empezaron a interesar en su obra. “Al principio no tenía relación con galerías pero me invitaron a una exposición colectiva en Los Ángeles en 2010 y ahí empezó el reconocimiento de mi trabajo.
Paralelamente en Londres entré en contacto con la galería Carlos/Ishikawa y comencé proyectos con instituciones como el Institute of Contemporary Arts (ICA). En adelante el trabajo empezó a ser visto en círculos críticos, comerciales. Trabajé con la galería de arte contemporáneo Stuart Shave Modern Art en Londres y también con Isabella Bortolozzi en Berlín”, cuenta. El resto es bien conocido: hoy las piezas de Murillo se venden en más de 300.000 dólares.
Estos precios tan elevados han generado polémica. Los expertos se preguntan por qué razón su obra se cotiza tan alto en el mercado si se trata de un artista muy joven. “Mi trabajo está enfocado a lo social y hago pinturas. De entrada uno se pregunta ¿un artista hace trabajo social pero vende pinturas? Pero muchas de las personas que mandan en un contexto capitalista occidental, las personas que tienen el poder, son coleccionistas.
La pintura es el medio más tradicional y conservador y el más fácil de manipular. Yo veo mis pinturas como una manera de infiltrarme en un segmento social del que yo no hago parte, una sociedad elitista”, explica. Y añade: “Si alguien está en desacuerdo porque un artista joven vende una obra en más de 300.000 dólares, yo también estoy en desacuerdo.
Pero desconozco esas manipulaciones de subastas y de mercado de las que hablan. Cuando se vendió esa obra, por casi 800 millones de pesos colombianos, fue un ‘shock’ para mí y para la gente con la que trabajo”.
Finalmente, Murillo cuenta que la semana pasada empezó a trabajar en Colombia, con apoyo de la Fundación Menorah. Se trata de una obra que involucra a niños de varias ciudades, entre ellas Bogotá. Esa es, por el momento, la única relación laboral que tiene en el país. Aunque no descarta regresar, si las condiciones lo permiten, a ser profeta en su tierra.