POPAYAN: RESTAURACION O CATASTROFE
Limitaciones técnicas, económicas y políticas ponen en peligro la recuperación del centro histórico de Popayán
Ha sido afortunada la ayuda concedida por el gobierno y por las comunidades nacional e internacional a los barrios pobres de la ciudad. En medio de tanta tragedia, y pese a ciertas fallas inevitables de organización y control eminentemente comprensibles dentro de las circunstancias, ha sido indudablemente exitosa la lucha contra el hambre, las enfermedades, el abandono y la soledad.
Naturalmente, mucho resta aún por hacer y todos estamos conscientes de que demandan atención prioritaria, en particular, la creación de nuevas fuentes de trabajo y la solución de los múltiples problemas asociados con el asentamiento brusco y potencialmente explosivo, en Popayán, de emigrantes del Cauca y varias regiones vecinas.
Con todo, bastante se está haciendo y mucho más está anunciado.
Muy pocas medidas se advierten, en cambio, con relación al centro tradicional de la ciudad, con la notoria excepción de sus iglesias y de algunos monumentos de indudable valor histórico, debido a tres limitaciones: técnica, económica y política. La limitación técnica consiste tanto en el descubrimiento de una grieta subterránea en posible expansión -y parte sintomática de una falla geofísica de mucho mayor longitud- como en el concepto negativo que expresa el ingeniero civil, constructor o arquitecto, así como el técnico foráneo -por razones obvias condenado observar una cautela extrema- cuando dice de una casa, una manzana o un barrio que "no se puede" restaurarlos en su estado original. De hecho, se multiplican los estudios técnicos (misiones japonesa, mexicana y del Banco Mundial, conceptos técnicos de las numerosas entidades oficiales en principio competentes) y abundan correspondientemente las más variadas conjeturas y propuestas tendientes a "substituir" la ciudad vieja mediante parques o conjuntos culturales, recreativos y comerciales.
La limitación económica es todavía más clara. De seguirse las nuevas orientaciones de las autoridades, en el sentido de que todos los edificios del centro histórico en manos de particulares deberán ser sísmicamente resistentes, puede estimarse en unos US$1.000 millones el costo combinado de su acondicionamiento, reparación y reconstrucción. Este requerimiento global no sólo es desmedido frente a las sumas actualmente disponibles o esperadas de parte del Banco Central Hipotecario y el Banco Interamericano de Desarrollo (aproximadamente $ 4.000 millones) sino que también implica, para los propietarios individuales, unos costos fuera de toda proporción con sus recursos propios.
En estas condiciones, no es sorprendente que a las limitaciones técnica y económica, se sume una indecisión política: aparte de algunos edificios históricos, ya señalados, las autoridades aún no han definido qué se hará con respecto a la ciudad vieja, si bien manifiestan que prestarán la máxima colaboración posible a quienes emprendan "por su cuenta" la reconstrucción de sus casas.
LA PERDIDA CULTURAL
¿Qué consecuencias trae consigo esta situación? En primer lugar, y como es natural, pocos son los payaneses que invierten siquiera los recursos requeridos para detener el deterioro de sus casas averiadas, con el seguir del tiempo y de la lluvia, mientras no se resuelva la presente indefinición. Entretanto, y salvo por una docena de monumentos en los cuales se concentran los esfuerzos oficiales de restauración, continúa desapareciendo el centro histórico. El país observa este proceso, vagamente emocionado por la tragedia payanesa pero mucho menos consciente de que se está perdiendo, de paso, parte del patrimonio cultural de Colombia y de la humanidad. A esta pérdida se agrega aquella de la integridad humana -y, por ende, económica y social- del Popayán histórico. Este era uno de los pocos centros urbanos viejos de nuestro continente que aún conservaban su población original y contaban, en particular, con una importante clase profesional. Para ésta, el admirable contexto estético y cultural de la ciudad compensaba la falta de alicientes económicos. También la vinculaba con Popayán una circunstancia especial: las casas en que vivía constituían generalmente su principal patrimonio.
Una vez desaparecido dicho contexto, y sepultadas sus casas, nada más la retiene verdaderamente.
De hecho, ha iniciado un éxodo cada vez mayor y que rara vez termina en los barrios residenciales modernos de la ciudad; mucho más a menudo, culmina en Cali, en Bogotá o en otras ciudades del país. La verdad es que Popayán está perdiendo su clase dirigente y, con ella, gran parte de su capacidad para volver a ser, algún día, una ciudad con vigor y ánimo propios .
OPCIONES TECNOLOGICAS
La evolución señalada no sólo es excesivamente triste: también es evitable. No es definitiva la limitación técnica, así como tampoco lo es la económica. De ninguna manera se pretende negar que Popayán se halle ubicada sobre una falla geofísica -muy seguramente la misma que corre, al sur, por las zonas de Quito, Lima y Santiago de Chile y, al norte, por las de Managua y Antigua de Guatemala-. En Norteamérica, la prolonga la famosa falla de San Andrés, la cual amenaza a San Francisco y a numerosas ciudades de Alta y Baja California. El mismo peligroso destino es compartido, en tros continentes, por Tokio, Lisboa, el antiguo reino de las dos Sicilias, etc.
Entonces, ¿es ésta una razón para renunciar al Popayán histórico y permitir que se quede sin sus habitantes? No, evidentemente. Se trata más bien de organizarse en consecuencia, tal como lo han hecho todas las ciudades anteriormente mencionadas. En cuanto a la reparación o reconstrucción de sus casas viejas, ello también es posible -para un uso y costo determinados-. No tiene límites la tecnología de restauración moderna en cuanto a lo que se puede hacer: sencillamente, el costo es función de lo que se pretende. Rehacer un edificio antiguo con materiales más sólidos (v. gr.ladrillo y cemento) y nuevas estructuras (columnas) vale más que repararlo con sus materiales originales (adobe y bahareque); tampoco cuesta lo mismo rehabilitarlo para fines de vivienda que acondicionarlo para un uso comercial, etc. Dicho en otros términos, hay distintas opciones tecnológicas y prácticas en cada caso, y todas deben ser presentadas al dueño particular, junto con el costo correspondiente, a fin de que éste pueda tomar, con base en una información completa, una decisión consciente y acorde con sus preferencias y posibilidades -o con la ayuda "externa" a su alcance-. En algunos casos, esta ayuda puede provenir de su familia "extensa", domiciliada en otras ciudades del país. Los créditos de emergencia abiertos por el Banco Central Hipotecario constituyen otra forma de ayuda. Con todo, y tal como ya se dijo, una y otra son notablemente insuficientes.
¿Dónde encontrar, entonces, el saldo de los US$ 1.000 millones?
APOYO INTERNACIONAL
A muchos parecerá con razón chocante el que, en un país en donde subsiste tanta miseria, se abogue por invertir tamaña cantidad de energía y dinero en una reconstrucción "artística" particularmente en la presente coyuntura de extremo déficit fiscal. A nivel del planeta, en cambio, este esfuerzo no extrañaría a nadie ya que ha quedado plenamente aceptada, como valor digno del respaldo financiero y sacrificio de la comunidad internacional, la preservación del patrimonio cultural común de la humanidad. El ser declarado parte integral del mismo por la UNESCO le valió a la ciudad de Quito un inestimable apoyo de dicha organización. Esta también invirtió sumas ingentes en la salvación de los tesoros del alto Egipto, amenazados por la construcción de la presa de Asuán. En ambos casos, se trataba de países con alto porcentaje de población muy pobre. No se busca, por cierto, equiparar los méritos "patrimoniales" de unos y otros. La ayuda que reciba Popayán puede no ser más que la vigésima parte de la que se asignó a los templos de Asuán -o menos-. Así estaría más conmensurada con la magnitud real -naturalmente mucho más modesta- de sus necesidades y de su aporte histórico.
Nada más que esta fraccción representaría un considerable volumen de recursos, no muy distante del que se estima necesario.
Con todo, y por múltiples razones, una "contrapartida" nacional aparece como indispensable. Además del Estado, ésta provendría de patrocinadores nacionales, que financiarían la reconstrucción o reparación de casas individuales -sistema éste exitosamente empleado para la Torre del Reloj y susceptible de extenderse a otras edificaciones-. Bien podría significar en muchos casos un cambio de propietarios pero no el total desarraigo de los pobladores actuales, al ser seguramente muy inferior su menoscabo económico al que sufrirían en cualquier otra eventualidad posible. Y se recuperaría al Popayán histórico que se ha perdido, con los correspondientes beneficios locales, regionales y nacionales. Esta solución existe y está al alcance del país si así se lo propone. Tal vez surjan otras, mejores, cuando se completen los estudios y se reciban los conceptos técnicos pero, para ese entonces, podría ser demasiado tarde. La decisión es ahora.
Tomás Uribe Mosquera