MÚSICA

El romántico científico

El más reciente disco del cantautor uruguayo Jorge Drexler plantea una evolución. Canciones escritas en perspectiva amplia, tomando elementos de la ciencia..

Juan Carlos Garay
30 de junio de 2018

Cuando Jorge Drexler recibió el premio Grammy Latino por su disco Bailar en la cueva, hace cuatro años, se lo dedicó a Colombia. La razón de aquel gesto era que las canciones habían sido grabadas en Bogotá y varios músicos colombianos participaron en la interpretación. Pero eso ha quedado como un recuerdo grato del pasado. Drexler ha dicho varias veces que busca que cada nuevo disco sea una antípoda del anterior. Así que por ahora desaparecen el tambor alegre, las maracas y toda esa instrumentación colorida para dar paso a un registro más sobrio. Las seis cuerdas de la guitarra vuelven a ser el centro.

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Salvavidas de hielo es una colección de composiciones mucho más cerebral y, desde ahí, ejerce su fascinación. Una canción que, en su primera estrofa, celebra el milagro de los teléfonos para hablar con su amada, termina examinando la importancia de los papiros egipcios y los versículos del Cantar de los Cantares. Nada de esto suena forzado: en tres minutos, lo que prometía ser una canción de amor se ha convertido en algo más completo, una reflexión sobre cómo los mensajes de amor se han valido de los medios más avanzados de cada época.

“Estudié medicina y tengo una visión del ser humano desde la complejidad”, explicaba el cantautor en una entrevista reciente. “No pienso en una foto actual, sino que intento siempre ampliar y poner un encuadre. Mirar de dónde venimos, como si fuera una cámara rápida de los últimos 60.000 Años de nuestra historia  como especie”. Ese parece ser el nuevo énfasis de sus canciones. Si bien ya habían aparecido elementos similares en discos anteriores, esta vez Drexler se concentra en la poesía que hay detrás de una mirada científica.

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En Bailar en la cueva, hace cuatro años, nos invitaba a cerrar los ojos y dejarnos llevar por el ritmo, sin más. Ahora vuelve a visitar las discotecas, pero como si estuviera en un laboratorio: el proceso de conquista entre los sexos es para él un llamado “desde lo profundo de los cromosomas”. Quizá no se escuchaba algo así en la música popular desde un disco de 1968 del estadounidense Mose Allison (otro caso de cruce entre ciencia y arte: un pianista que estudió ingeniería química) en el que ensalzaba la “estructura molecular” y la “termodinámica” de su novia.

Drexler se confiesa una especie de científico mimetizado en la cotidianidad: “Me gusta estar en una discoteca y sentir que todo ese galanteo, esos movimientos, esas conversaciones, en el fondo responden a un mandato ancestral de los cromosomas, a la voluntad de relacionarnos entre nosotros para la perpetuación de la especie. Me gusta ver la sombra y la raíz de los acontecimientos”. Salvavidas de hielo contribuye a acercar dos mundos, dos formas de pensamiento que por momentos se han creído contrarias: lo romántico y lo racional. Estas nuevas canciones recuerdan el espíritu del poeta inglés Samuel Taylor Coleridge, quien decía que le gustaba estudiar química porque le ayudaba a enriquecer su provisión de metáforas. En los versos de Jorge Drexler pasa exactamente eso. La fascinación y la intriga se expresan en términos de meteoritos, células, radiación de ondas y rayos láser. Al fin y al cabo, ¿qué son la poesía y la ciencia sino maneras de explorar el mundo?

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