PLÁSTICA

Un negocio para enmarcar

El caso reciente del novato Óscar Murillo, cuya obra alcanzó precios superiores a los de maestros consagrados, ha generado un fuerte debate sobre el mercado del arte y sus misteriosas reglas. ¿Cómo se define el valor de una obra y cómo se cotiza un artista?

31 de agosto de 2013
La discusión se centra en quién decide cuánto vale el trabajo de un artista y qué tanto esta decisión tiene que ver con lo artístico o lo financiero. En las subastas de Christie's las obras de artistas como Warhol o Bacon se venden por varios millones de dólares .

En una entrevista reciente con la revista Beaux Arts el filósofo Bernard-Henri Lévy criticó la comercialización del arte: “No coleccionar es para mí un principio inquebrantable (...) creo que la apropiación privada de la belleza es intolerable”. Lévy, siempre polémico, se refería a la relación cada vez más evidente entre la creación artística y el mercado. El filósofo criticaba el hecho de que hoy en día no se puede pensar en una obra sin remitirse inmediatamente a su precio. 

La postura de Lévy, sin embargo, no es la única. “Cualquiera que desconozca la importancia de las ventas en la labor artística está ignorando una parte muy importante del oficio. No les creo a los artistas que presumen de no tener nada que ver con el dinero. Y menos a los que dicen que no piensan en el valor de su trabajo”, le dijo Vik Muniz a SEMANA. 

El pintor y fotógrafo brasileño –uno de los latinoamericanos más cotizados– sostuvo durante su reciente visita a Colombia que el mercado del arte no es nocivo, simplemente es un juego del que hay que conocer las reglas.

No obstante, para quienes no están familiarizados con este mundo, esas reglas son un misterio. Es difícil entender por qué un cuadro puede costar millones de dólares en una subasta de Christie’s, mientras que otro vale centavos en un mercado de las pulgas. O por qué un joven treintañero se convierte en una estrella cotizada mientras que un veterano no puede vender su obra. 

La complejidad de este mercado está en que, a diferencia de otros, se basa en la subjetividad. Nadie puede cuantificar el valor estético de una obra ni su peso dentro de la historia del arte y de ahí nacen varias dudas. La discusión se centra en quién decide cuánto vale el trabajo de un artista y qué tanto esta decisión tiene que ver con lo artístico o lo financiero. 

El arte colombiano no está exento de la polémica. Hace unos meses esta se reavivó con la noticia de que una obra del pintor Óscar Murillo se vendió por más de 300.000 dólares en una subasta de Christie’s. El cuadro de Murillo, un joven caucano de apenas 28 años, alcanzó un precio similar al de obras de Doris Salcedo y superó el de los trabajos de maestros como Alejandro Obregón.

Lo curioso es que Murillo es un artista sin trayectoria y desconocido. La venta generó todo tipo de suspicacias: “Murillo no puede considerarse, de ninguna manera, un artista que haya hecho una contribución significativa al arte de ningún lugar. Tampoco existe un respaldo y menos un consenso contundente, curiatorial o crítico sobre su trabajo”, escribió el curador e investigador  Halim Badawi en esferapublica.com. 

En su análisis Badawi remata: “Además tiene una imagen personal que copia –frívola, anacrónica y pretenciosamente– la imagen de otro artista, Jean-Michel Basquiat”.   
  
En el caso de ‘el Basquiat colombiano’ todos los críticos parecen coincidir en que se trata de un artista inflado. ¿Cuáles son los mecanismos que llevan hasta ese punto?

Las claves del juego

El comercio siempre ha hecho parte del circuito artístico. “El problema es que tenemos una definición muy limitada del mercado. Pensamos solo en el valor comercial que se paga por una pieza. Pero el mercado del arte no es solo monetario y físico. También puede haber un intercambio de conocimiento y de información”, le dijo a SEMANA Francesca Bellini, una colombiana que trabaja en Londres en asesoría de arte como directora de la firma Portfolia. 

Su trabajo consiste en estudiar uno de los “mercados menos transparentes”, en sus palabras, con una metodología rigurosa, similar a las que se aplican en otros sectores.  

El mercado del arte funciona en dos niveles. El primario es el que se establece entre el artista y su galería. “El galerista tiene la potestad de poner el precio de cada pieza. Esta decisión no es caprichosa y se toma teniendo en cuenta la trayectoria del autor, los formatos en que trabaja, etcétera. Es una decisión arriesgada”, le dijo a SEMANA Gloria Samper, directora de la consultora de arte Paralelo 10. 
Por lo general hay muy poca información sobre las ventas que se hacen en el mercado primario  –sobre todo en Colombia–  pues estas se dan en privado entre el galerista y los coleccionistas. 

Carlos Hurtado, el director de la galería Nueveochenta le dijo a SEMANA: “Es un proceso en el que tenemos en cuenta el pasado del artista, no especulaciones sobre lo que podría pasar con su carrera. Vemos lo que ha hecho y comparamos con sus pares. Hay que tener en cuenta que cualquier creador está insertado en un mercado altamente competitivo”. Aunque los galeristas se cuidan de inflar el precio de sus representados –porque las consecuencias pueden ser graves–, ahí puede empezar la especulación. 

Algunas galerías muy influyentes, como la Saatchi o la Gagosian de Londres, entran en un complejo sistema, sobre todo con los artistas emergentes, en que aumentan el precio de sus obras. 

Algunos buscan coleccionistas que estén dispuestos a pagar mucho dinero y así legitimar una venta: “Para no ir muy lejos, el ruso Roman Abramovich, dueño del equipo de fútbol Chelsea, compra arte con los ojos cerrados y le tiene a su esposa una galería como pasatiempo. El ‘quién da más’ tampoco ha tenido límites. Varios artistas –no todos– lo han entendido así, y se han vuelto empresarios de su propio arte”, le dijo a SEMANA Diego Garzón, periodista cultural y director de la nueva Feria del Millón. 

Luego viene el mercado secundario en el que participan marchantes, dealers, páginas de internet y casas de subastas, entre otras. Esta etapa es la más pública y en la que se descubre el valor –a veces altísimo– de las obras: sobre todo, en las subastas de Christie’s o Sotherby’s que se registran en los medios. “Porque a falta de crítica, o por los problemas y demoras que genera una valoración crítica, la subasta es el medio expedito para inflar y dar legitimidad”, escribió hace poco el crítico Lucas Ospina en una columna en la revista Arcadia titulada El InterBolsa del arte.

Todos los especialistas coinciden en que lo que debería valorizar una obra es la solidez del artista, la cantidad de exposiciones y bienales en las que participa, el estudio crítico serio de su trabajo y la cantidad de museos en los que se muestre. Aunque la mayoría de las veces funciona así, el poder de las galerías y de los coleccionistas es cada vez más grande. En este caso, los precios de artistas clásicos consagrados son más difíciles de manipular, mientras que los contemporáneos, en particular los emergentes, sí se prestan a especulación.   

A pesar de la complejidad, el mercado del arte es uno de los más estables y de mayor crecimiento, a pesar de la crisis, en los últimos años . En Europa, por ejemplo, el volumen de ventas en 2012 superó el del cine y la música, lo que podría sonar impensable. En Asia  –que hoy ocupa el primer lugar en transacciones–  los precios siguen aumentando. “El valor de una obra de arte nunca se deprecia. Es un activo refugio frente a la volatilidad de otros mercados. Además tiene contenido y genera placer”, dice Hurtado.   

El mercado colombiano todavía es muy pequeño comparado con el resto del mundo, pero está empezando a funcionar con la misma lógica. Además de artistas como Fernando Botero o Doris Salcedo, que venden muy bien por fuera, cada vez hay un interés mayor por los creadores locales.

Las ferias como ArtBo han logrado que cada vez más coleccionistas y galeristas miren lo que pasa en Colombia y los precios suban. Por ejemplo, una fuente que no quiso ser identificada le contó a SEMANA que los representantes de la galería Saatchi han venido varias veces al país a comprar un gran volumen de obras. Así mismo, los coleccionistas colombianos son cada vez más cuidadosos.
 
El crítico inglés Will Gompertz dice en su libro Qué estás mirando que después del modernismo y el posmodernismo vino lo que se ve hoy: “El empresarialismo”. Es decir el arte como empresa, como fuente inagotable de dinero. Puede que esto sea cierto. Pero eso no quiere decir que pierda su valor estético. Y, como lo sostienen Muniz y tantos otros, es ingenuo pensar que el arte puede sobrevivir sin el mercado.

Los artistas que más ganancias generan

Estos son los artistas internacionales que más ganancias han generado en los últimos cinco años (en diferentes tipos de ventas) y  que mejor se cotizan en galerías y subastas. 

Clásicos
Pablo Picasso: 1.350 millones de euros. 
Andy Warhol: 1.310 millones de euros. 
Francis Bacon: 554 millones de euros. 
Alberto Giacometti: 490 millones de euros. 
Claude Monet: 484 millones de euros. 

Contemporáneos
Gerard Richter: 644 millones de euros .
Damien Hirst: 310 millones de euros. 
Jeff Koons: 229 millones de euros.
Richard Prince: 199 millones de euros. 


Los colombianos más cotizados
Fernando Botero encabeza la lista de los artistas colombianos que mejor venden en el mercado internacional. Lo curioso es que ni él ni otros colombianos figuran entre los 200 más caros del mundo. Estos son algunas de las obras que se han vendido más caro en los últimos cinco años: 
‘Bailarines’ de Fernando Botero se vendió en 2008 por 1,7 millones de dólares.

‘La calle’ de Fernando Botero se vendió en mayo de 2012 por 1,2 millones de dólares.
‘Sin título’ de Doris Salcedo se vendió en 2005 por 475.000 dólares.
‘Sin título’ de Óscar Murillo se vendió en junio de 2013 por 391.000 dólares.
‘Narciso’ de Óscar Muñoz se vendió en 2012 por 62.000 dólares.
‘Barracudas’ de Alejandro Obregón se vendió en 2008 por 35.000 dólares.