TESTIMONIO
La conmovedora historia de vida de Nairo Quintana
De como un humilde muchacho boyacense está a punto de conquistar París con su bicicleta.
El periodista Jorge Enrique Rojas escribió una conmovedora y completa carta al ciclista en el diario El País de Cali y en la revista Ciudad Vaga de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad del Valle que Semana.com reproduce a continuación:
En los dos minutos que conversamos antes de que te montaran a un carro con destino quién sabe a dónde, me dijiste que tú, lo único que querías, era regresar a El Moral, esa loma de la vereda La Concepción, en Cómbita, donde hace 20 años naciste; regresar para dormir en tu misma cama, tomar leche recién ordeñada y ver de nuevo a esa novia que tienes a las escondidas. Tengo la impresión de que eres distinto a otros ídolos de barro que ante los logros, suelen sufrir de la memoria. Así que por eso también te escribo, campeón.
Me contaste que querías volver pronto, entre otras cosas, para enterarte de todo lo que ha pasado mientras estuviste lejos. Es que fueron 35 días, vea usted, dijiste con tu voz de monaguillo y ese acento lleno de sílabas estropeadas por aquella ESE arrastrada más de la cuenta por la que tanto se burlaban tus compañeros del colegio Alejandro Humboldt. Y sí, tienes razón, mientras corrías el Tour de l’Avenir, mientras ciclistas franceses y alemanes que dejabas regados en el camino te insultaban y escupían, algunas cosas sucedieron allá, en el pueblo donde alguna vez pensaron que tu, tan pequeñito y tan flaco, no podrías llegar a ser otra cosa que un buen campesino.
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Pero de los aguaceros caídos en tu ausencia hay algo bueno. Gracias a esa lluvia, las tinajas plásticas de almacenamiento han estado llenas. Así que Luis Guillermo, tu papá, con su cadera atrofiada por el accidente de tránsito que sufrió de joven y esas catorce operaciones encima que no pudieron remediarle la cojera, no ha tenido que pasar mayores trabajos para conseguir el agua que necesita para trabajar en la panadería que le montaste ahí, en los bajos de la casa. Y tu mamá Eloísa, con sus 46 años, también ha descansado de caminar los dos kilómetros hasta el nacimiento de Aguavaruna para traer los baldados que necesita para fregar la ropa en la lavadora de 26 libras que le regalaste con el primer premio que obtuviste dando pedalazos en contra del destino. Aunque suene manida, la frase es cierta Nairo.
María, señora que sabe de yerbas y otras cosas, le dijo a tu mamá que lo que pasaba es que alguien que había arreglado a un muerto le había tocado el vientre cuando aún estabas ahí dentro. Entonces le recomendó un agua hervida con cogollos de nueve árboles y un bebedizo de arracacha y tierra que de un día empezó a sanarte. El milagro ocurrió tan pronto que a los dos años, no podrás recordarlo, cuando todavía gateabas, te volaste de la guardería atravesando medio kilómetro de potreros y trochas hasta que encontraste tu casa. Eso de correr y escapar, así como lo hiciste en los riscos más empinados de Francia, contrariando pronósticos y vicisitudes que parecían mucho para tu tamaño, no es algo nuevo en tu vida: lo llevas en la sangre.
Y así también llevas el sacrificio, Nairo. Porque tu no empezaste a montar en bicicleta por gusto, sino por necesidad: porque tus papás, que ya habían ido al colegio a pedir que les rebajaran la pensión tuya y la de tus cuatro hermanos, no podían pagar el transporte para que ustedes llegaran hasta la escuela, lejos, a 18 kilómetros de tu casa, allá abajo en Arcabuco. Por eso cogiste esa bicicleta todoterreno que tu papá había comprado para ir a ver las vacas en el potrero. Por eso, ya a los 12 años, ibas y venías todos los días, a veces con tu hermana Lady trepada en la barra. Durante cinco años pedaleaste por esa cuesta que los carros deben subir en tercera, a veces segunda marcha, sin más pretensiones que ir a estudiar o llegar a los ensayos de danza.
Siempre fuiste osado. Tu hermana Esperanza, que te ayudó con setenta mil pesos cuando trabajaba como empleada doméstica en Barranquilla para que pudieras comprar unos mejores pedales, creyó que ibas a desistir por tantos golpes. Hace dos años, cuando ese taxi de Arcabuco se voló el pare y te elevó por los aires y quedaste sumido en coma por cinco días, todos pensaron que sería el fin de tu carrera. Algo parecido a lo supuesto por los franceses, alemanes, italianos que ahora, en el Tour de l’Avenir, te dieron patadas y codazos, hasta que te vieron caer a la orilla del camino después de gritarte “fucking indian”. Pero no por nada, ahora pienso yo después de conocer la historia, tu te salvaste de eso que allá en tu pueblo llaman “tentado de muerto”. Eres un elegido.
Ese fue el comienzo de todo, Nairo. Así fue como tu nombre, que tu papá dice fue una iluminación en la pila del bautizo, se fue haciendo mito entre las montañas boyacenses. Así fue como los alcaldes de Cómbita y Arcabuco al fin te dieron el patrocinio para que compraras una bicicleta decente, así fue como llegaste a tu primer club, Ediciones Mar, donde por primera vez te llamaron capo. De ahí vienes, campeón, esos son los pedalazos que has dado. Gracias a ese sacrificio al fin te dicen así, campeón, como tantas veces soñaste. Gracias a ese esfuerzo, el Presidente se ha comprometido a buscar la manera de darle una casa a tus papás y construir un centro de alto rendimiento para los deportistas de tu tierra. Gracias a ti, este país atribulado por la guerra ha vuelto a recordar que del campo pueden brotar otras cosas que no sean confrontaciones. Y yo, en nombre de muchos, también quería agradecerte por todo eso. Esa es otra de las razones por las cuales te escribo Nairo, no importa que a ti, no te guste leer.