Nicolás Maduro y Cristina Fernández anunciaron este año fuertes devaluaciones de sus monedas para contener la caída de reservas de sus bancos centrales. | Foto: AFP

REGIÓN

Argentina y Venezuela comparten la misma desgracia

Ambos países presentan problemas similares: inflación alta, caída en las reservas, devaluación de sus monedas y una posible recesión. Se enfrentan a un futuro incierto.

8 de febrero de 2014

La situación económica que viven Argentina y Venezuela es de lejos la mayor preocupación de América Latina. Los dos países comparten problemas similares y corren riesgos muy parecidos, derivados de decisiones y políticas económicas equivocadas.

Ambas economías enfrentan una alta inflación. En Venezuela alcanzó el 56 por ciento el año pasado –una de las más altas del mundo– y en Argentina, según economistas independientes, llegó a casi el 30 por ciento. En cuanto a las reservas internacionales, en ambos casos se han menguado considerablemente. En Venezuela se redujeron de casi 30.000 millones de dólares a finales de 2012 a 20.400 millones en enero del presente año. En Argentina, por su parte, bajaron de 52.000 millones de dólares en 2011 a menos de la mitad a comienzos de este año. En un solo mes disminuyeron 2.500 millones de dólares.

Para frenar la creciente salida de reservas de los bancos centrales, en las últimas semanas, los gobiernos de Nicolás Maduro y Cristina Fernández de Kirchner devaluaron sus monedas. En Venezuela, se decidió mantener un rígido control cambiario, a una tasa sobrevaluada de 6,3 bolívares por dólar, lo que ha aumentado la disparidad con la paralela (dólar negro) que hoy cuesta más de 12 veces. La semana pasada el gobierno suspendió la única subasta que estaba programada para ofertar dólares a una tasa de 11,36, lo que ha causado una gran incertidumbre en el sector privado.

Por su parte, el gobierno argentino anunció a comienzos de año una brusca devaluación del peso, lo que llevó al dólar de 6,90 a 8, acumulando una baja del valor de la moneda local de un 32 por ciento desde diciembre, y de casi el 50 por ciento en un año.

En ambos casos, las medidas solo han logrado aumentar la preocupación por el efecto inflacionario que puedan tener.

El persistente deterioro en las cifras macroeconómicas de estas dos importantes economías, grandes productoras mundiales de petróleo y soya, ha prendido las alarmas en el mundo. La revista The Economist en un análisis señala que las dos economías más débiles de la región están llegando a un punto de ruptura. Y el diario The Wall Street Journal anota que ambos países están reviviendo el fantasma de la hiperinflación y se encuentran bajo la amenaza de una posible recesión económica.

Analistas del Bank of America-Merrill Lynch creen que Venezuela no está quebrada ni en riesgo de un default. No obstante, calificadoras de riesgo como Moody´s han alertado de un “desbalance macroeconómico insostenible” que puede llevar a la economía venezolana por una senda peligrosa.

Sin embargo, los habitantes son quienes más sienten los verdaderos efectos de este deterioro económico y de las medidas cambiarias recientemente tomadas. En Venezuela, el desabastecimiento es pan de cada día. La última noticia es que varias aerolíneas han suspendido o reducido la venta de tiquetes en bolívares y la empresa de alimentos Polar emitió un comunicado público hace dos semanas en el que advertía que si no le cancelaban 463 millones de dólares de deuda, no podrían continuar produciendo comida, por la que los venezolanos ya hacen largas filas. La deuda con el sector privado, según Fedecámaras, ronda los 10.000 millones de dólares, aunque otros la estiman en 13.000 millones.

En Argentina, para intentar contener una inflación –que según los pronósticos puede subir al 40 por ciento este año– el Banco Central provocó una fuerte alza de las tasas de interés, que se duplicaron hasta llegar al 30 por ciento, aunque en realidad, los clientes de los bancos privados pueden pagar incluso un 80 por ciento de interés para préstamos personales, o para financiar saldos de tarjeta de crédito.

En los bolsillos de los argentinos se ha sentido el impacto de la inflación: la carne, base de la alimentación gaucha, se trepó un 20 por ciento en una semana, los remedios subieron un 50 por ciento, los combustibles –que aumentaron más del 50 por ciento el año pasado– se incrementaron otro 6 por ciento. En las grandes cadenas desaparecieron los precios de los electrodomésticos y los concesionarios dejaron de vender carros. En enero, la venta cayó el 19,5 por ciento con respecto al año anterior.

Las fábricas argentinas recortaron horas extra y no renovaron a los trabajadores temporales, mientras que las centrales sindicales exigieron aumentos salariales sin esperar la negociación de las convenciones colectivas de este año. Los maestros, que serán los primeros en negociar salarios en el mes de febrero, antes del inicio de las clases, ya están pidiendo el 61 por ciento de aumento.

En la misma orilla

Venezuela y Argentina no solo coinciden en los problemas. También en muchas de las causas que los originan. Economistas afirman que uno de los graves errores cometidos por ambos países es haber adoptado el modelo del socialismo del siglo XXI que ha demostrado que no funcionó en ningún parte, pero que los dos gobiernos actualmente en el poder tercamente han intentado mantener.

Son gobiernos de corte populista que terminaron por dilapidar millones de dólares que les ingresaron por las exportaciones de materias primas: petróleo para el caso de Venezuela y soya para Argentina. The Economist dice que ambos países han estado viviendo a lo grande por años, alegremente repartiendo el producto de las materias primas que recibieron durante un periodo de auge que será irrepetible.

Observadores de la región afirman que mientas Brasil, Chile, Perú y Colombia ahorraron y han hecho un bueno uso de los recursos del auge de los commodities, en Argentina y Venezuela pasó lo contrario. La plata se ha ido en entregar subsidios.

Pero esta política ha empezado a pasar cuenta de cobro, acrecentando el déficit público. En Argentina se estima que, en 2013, el gasto en subsidios al transporte y la energía fue de 100.000 millones de pesos, (unos 16.000 millones de dólares a la tasa actual), una cifra similar al déficit fiscal y a la emisión monetaria. Para tener una idea, la tarifa de la electricidad para un hogar de clase media de la capital argentina es diez veces menor que la de la televisión por cable. La crisis energética derivada de este derroche hizo que el superávit comercial se transformara en déficit: el año pasado, el gobierno gastó en importar combustible todo lo que obtuvo por la venta de granos.

En Venezuela, la petrolera Pdvsa sigue siendo la columna vertebral de la economía y del gobierno, que durante los últimos años le ha ido colgando responsabilidades como si fuera un árbol de Navidad, capaz de sostener lo que le pongan. Muchos de los programas sociales y empresas estatales dependen para su funcionamiento de Pdvsa. A través de ella se alimentan fondos paralelos, como el Fonden o el Fondo Independencia, que se utilizan discrecionalmente para proyectos especiales del gobierno. El gobierno también respalda los acuerdos con otros países mediante los barriles de PDVSA, lo que en vez de inyectarle más recursos a su caja, se los quita.

Venezuela y China firmaron desde 2007 un acuerdo, que se ha ido ampliando en los últimos años, a través del cual el país asiático le ha prestado 40.000 millones de dólares. Pdvsa le paga a China el préstamo con 450.000 barriles diarios de petróleo. Esto representa el 20 por ciento del total de sus exportaciones. A lo anterior hay que sumarle los 650.000 barriles que envía a través de los acuerdos de Petrocaribe, Petroandina y Petrosur, a precios preferenciales, y que no necesariamente se pagan en dólares, sino en especie. Algunos de estos países se han colgado en los pagos y el gobierno ha condonado algunas deudas.

Otra característica común entre estos dos países suramericanos es el menosprecio que demuestran hacia el sector privado, al que terminaron por ahuyentar.

El gobierno de Nicolás Maduro culpa al sector privado, al que llama la “burguesía parasitaria” de haber emprendido una “guerra económica” que acapara, especula con precios y desangra al Estado a través de importaciones ficticias o con sobreprecio. En los últimos días amenazó de nuevo con expropiaciones para quienes no cumplan la ley. Maduro se burló por televisión de un documento firmado por 47 economistas venezolanos, en el que hacen un diagnóstico de la crisis y critican al gobierno.

Efectos en la región

Hay una honda preocupación entre los expertos por las consecuencias del deterioro de estas dos economías. Consideran que podría generar fuertes vientos en contra en la región, justamente cuando América Latina se ha visto afectada por la desaceleración.

Los coletazos son evidentes. Colombia lo ha sentido en carne propia con la caída del comercio binacional. Luis Alberto Russián, presidente ejecutivo de la Cámara de Integración Económica Venezolano-Colombiana, señala que las reformas en materia cambiaria ejecutadas el año pasado, unidas a la caída en la oferta de dólares, han mermado el intercambio comercial entre los dos países. El total de las operaciones comerciales se situó en 2.600 millones de dólares al cierre de 2013, lo que representa una caída del 9 por ciento con respecto a 2012.

Se estima que uno de los factores que más ha contribuido al deterioro de la industria en Colombia es la caída del mercado venezolano, que fue muy importante para las empresas nacionales.

Argentina, por su parte, preocupa especialmente a Brasil y a Uruguay. La semana pasada el diario brasileño O Globo publicó un duro editorial titulado La fuerte propensión de la Argentina al error. En este señala que “en el término de 13 años, el país se hundió en una nueva crisis de divisas, debido a una sucesión de errores”.

Ahora, no todo el mundo está de acuerdo en ver a Argentina y Venezuela como dos gotas de agua en materia económica. El economista argentino Dante Sica, del centro de estudios Abeceb, afirma que si bien se parecen en el nivel de inflación, la situación cambiaria y el gasto público, como resultado de las políticas de gobiernos populistas, existen importantes diferencias entre los dos países. “Argentina no es Venezuela”, opina Sica. “El país caribeño es monoproductor, con una base institucional más débil, sin una estructura productiva y una división social mucho más acendrada. Argentina tiene una industria nacional, es menor la diferenciación social y tiene más recursos institucionales”, dice el consultor.

Lo que sí es cierto es que ambas economías están marcando la diferencia en la región, apartándose incluso de gobiernos también de corte ideológico de izquierda como Ecuador y Bolivia, que hoy lucen mucho más pragmáticos.

Los economistas e historiadores se siguen asombrando de cómo retroceden Venezuela y Argentina, dos países inmensamente ricos. Salir de la crisis requiere cambios en las políticas públicas, diferentes a los que han venido aplicando. El problema es que se trata de una receta que es demasiado neoliberal para los actuales gobiernos. Pero si no hay cambio de rumbo, las cosas podrían empeorar.