REFLEXIONES

La encíclica verde del papa

Francisco se metió con la sociedad de consumo, con la industria, con el petróleo y con los países ricos.

20 de junio de 2015
El papa Francisco advirtió que la tecnología basada en combustibles fósiles muy contaminantes -sobre todo el carbón, el petróleo y, en menor medida, el gas- necesita ser reemplazada progresivamente pero sin demora. | Foto: A.F.P.

El papa Francisco acaba de publicar su primera encíclica dirigida no solo a los católicos, sino a todos los habitantes del planeta. Este documento, que lleva el título Laudato Si (Alabado Seas), es el primero escrito enteramente por él, pues la anterior encíclica (Lumen fidei) había sido redactada casi en su totalidad por su antecesor Benedicto XVI. A lo largo de las 192 páginas de esta carta papal, divulgada por el Vaticano el pasado jueves, el papa critica a todos aquellos que tienen alguna responsabilidad en la construcción del futuro del planeta.

Bergoglio critica las formas de contaminación que afectan a las personas, especialmente a los más pobres, provocando millones de muertes prematuras. Se refiere a la contaminación provocada por los medios de transporte, al humo de la industria, a los fertilizantes, insecticidas, fungicidas, controladores de malezas y agrotóxicos en general. Según el pontífice, el sistema industrial, al final del ciclo de producción y de consumo, no ha desarrollado la capacidad de absorber y reutilizar residuos y desechos.

La encíclica también cuestiona la cultura del consumo. Afirma que dado que el mercado tiende a crear un mecanismo consumista compulsivo para colocar sus productos, las personas terminan sumergidas en la vorágine de las compras y los gastos innecesarios. Un cambio en los estilos de vida de las personas podría llegar a ejercer una sana presión sobre los que tienen poder político, económico y social.

El documento dedica varias páginas a reflexionar sobre la situación de muchos pobres que viven en lugares afectados por el calentamiento, y cuyos medios de subsistencia dependen fuertemente de la agricultura, la pesca y los recursos forestales. Ellos no tienen otros recursos que les permitan adaptarse a los impactos climáticos o hacer frente a situaciones catastróficas, y poseen poco acceso a servicios sociales y a protección. Por el contrario, quienes tienen más recursos y poder económico o político parecen concentrarse en disfrazar los problemas o en ocultar los síntomas, tratando solo de reducir algunos impactos negativos del cambio climático.

Critica la relación perversa entre los países ricos y en desarrollo. De diversas maneras, los pueblos en vías de desarrollo, donde se encuentran las más importantes reservas de la biosfera, siguen alimentando el desarrollo de los países más ricos a costa de su presente y de su futuro. Las exportaciones de algunas materias primas para satisfacer los mercados en el norte industrializado han producido daños locales, como la contaminación con mercurio en la minería del oro o con dióxido de azufre en la del cobre.

Dice Francisco que la humanidad ha ingresado en una nueva era en la que el poderío tecnológico pone al hombre en una encrucijada. La informática y, más recientemente, la revolución digital, la robótica, las biotecnologías y las nanotecnologías son avances tecnológicos valiosos, pero deben ser bien manejados. El problema es que la economía asume todo desarrollo tecnológico en función del rédito, sin prestar atención a eventuales consecuencias negativas para el ser humano.

Finalmente, el papa Francisco señala que hay que resolver la disputa entre la política y la economía pues tienden a culparse mutuamente por la pobreza y la degradación del ambiente. Deberían más bien reconocer sus propios errores y encontrar la manera de trabajar juntos por el bien común. Mientras unos se desesperen por el rédito económico y otros se obsesionen por conservar o acrecentar su poder, el mundo solo tendrá guerras o acuerdos espurios donde lo que menos interesará a las dos partes es preservar el ambiente y cuidar a los más débiles.