En múltiples ciudades del mundo, como en Chicago, los Indignados se manifestaron contra un sistema injusto e inviable | Foto: AFP

INTRODUCCIÓN

Un mundo en caos

El sistema unipolar que reemplazó a la guerra fría no trajo el fin de la historia, sino nuevas e impredecibles turbulencias.

Mauricio Sáenz*
25 de agosto de 2012

En los 30 años transcurridos desde el nacimiento de esta revista, el mundo ha sufrido una transformación profunda. En 1982 estaba firmemente anclado en un orden que parecía inmutable y definitivo. Los nacidos después de la Segunda Guerra Mundial jamás habíamos visto algo diferente, y pensábamos que la Guerra Fría entre los bloques capitalista y comunista nunca llegaría a su fin. Pero de ese sistema bipolar queda muy poco, reemplazado por una especie de geopolítica del caos, como la ha llamado acertadamente el analista Ignacio Ramonet.

A partir de 1989, los cambios adquirieron una velocidad sorprendente. Todo comenzó cuando la Unión Soviética nada pudo hacer ante el derrumbe del Muro de Berlín, que condujo a la reunificación alemana y produjo un efecto dominó sobre los regímenes satélites de Europa Oriental. Poco después la propia URSS hizo implosión, víctima tanto de la incapacidad de su economía para seguir enfrentando la carrera armamentista con Estados Unidos, como de los torpes intentos de su dirigencia por mantener el poder del Partido Comunista con un barniz de democracia.

Pero ese cataclismo político no significó el final de la historia, como se atrevió a afirmar el norteamericano Francis Fukuyama. Es cierto que la hegemonía norteamericana sigue siendo abrumadora en todos los campos, en especial el militar. Pero es un concepto engañoso, pues tener las fuerzas armadas más poderosas del mundo ya no se traduce automáticamente en mayor control, ante los costos económicos, políticos y de opinión pública existentes en un mundo comunicado en tiempo real.

En medio de ese ambiente unipolar, Yugoslavia se disolvió en medio de un conflicto aterrador, y más de 60 conflictos nacionales en países como Colombia, Sudán, Argelia, Sierra Leona, Angola y un largo etcétera causaron muchos miles de víctimas, y cerca de 20 millones de refugiados. Convencido de su papel de policía mundial, Washington intervino unilateralmente con sus aliados en algunos de ellos, pero no solo fracasó, sino que acentuó la devaluación del papel de la ONU, hasta entonces universalmente reconocida como la más importante instancia de resolución de conflictos.

Con el comienzo del siglo, el ataque contra las torres gemelas vino a complicar aún más la situación. El mundo tuvo que enfrentarse a la realidad de que los conflictos del siglo XXI tendrían un signo diferente a los del anterior. No solamente el fundamentalismo musulmán reemplazó al socialismo panárabe en la mentalidad de ese sector del mundo, sino que las organizaciones terroristas no estatales se convirtieron en un enemigo suicida contra el que los tanques, los cazas y los acorazados no sirven de nada.

Pero las turbulencias político-militares, como la impune invasión a Irak o el intratable conflicto de Afganistán, son apenas una parte del panorama. Con el telón de fondo del crecimiento de China, la crisis económica atenaza al sistema financiero internacional. Millones de afectados en muchos países testimonian el fracaso de la eficiencia social del mercado, asumida hasta ahora como una verdad evangélica, y sufren el resultado de la presencia de nuevos agentes globalizadores, las grandes transnacionales, que movidas por intereses particulares proyectan cada vez una influencia mayor y dejan en segundo plano a los Estados nacionales. Como consecuencia, jamás las desigualdades sociales habían llegado a los niveles actuales, ni el hambre había afectado a tantos millones de personas en un mundo que, en una paradoja siniestra, nunca había producido tanto superávit alimentario.

Movimientos como la Primavera Árabe o los Indignados en Europa y Estados Unidos presagian que los cambios que comenzaron en los años ochenta no han terminado y que los ciudadanos de a pie tienen la palabra. Quizás quienes hagan el balance de los próximos 30 años de SEMANA deban pintar un panorama que a nosotros nos resulta imposible de avizorar.
 
* Jefe de redacción y editor de Mundo de SEMANA

Noticias Destacadas