OPINIÓN

La irresponsabilidad del periodismo deportivo

La hazaña de Nairo Quintana en el Tour quedó empañada por las críticas de algunos periodistas deportivos que minimizaron sus logros. Pero, ¿por qué esta actitud?

Julian de Zubiría*
4 de agosto de 2016
| Foto: AFP

Nairo Quintana es el mejor ciclista latinoamericano de la historia. Ha participado en tres ocasiones en el Tour de Francia y en todas ha alcanzado el podio. Ha ganado el Giro de Italia y se tuvo que retirar de la vuela a España portando la camiseta del líder. Es un historial inigualable para un joven de tan sólo 26 años. A esa edad, Fromme, primero en el escalafón mundial actual, era gregario de Wiggins en el Sky y todavía no había ganado ninguna carrera profesional importante.

Sin embargo, el ciclista boyacense recibió durante la semana anterior múltiples críticas en las redes sociales, cuando se hacía cada vez más evidente que se distanciaba del líder en la general en el Tour. Muchos hablaron de fracaso y le reprocharon que no atacara al líder en la montaña.

El origen del problema está en los comentaristas deportivos que hemos tenido en Colombia, como Edgar Perea, famoso por incitar a los hinchas, promover hasta la saciedad el regionalismo y la descalificación hacia los árbitros durante los encuentros deportivos.

Estas actuaciones irresponsables no fueron sancionadas en su momento y, en cambio, sus habilidades como narrador deportivo fueron sobrevaloradas y premiadas, ya que elevaban el rating de los medios de comunicación para los que trabajó.

Iván Mejía y Carlos Antonio Vélez son los ejemplos más recientes de comentaristas conflictivos, generadores de polémicas antes, durante y después de los partidos. Con frecuencia, siembran cizaña al hablar sobre algunos jugadores de la Selección colombiana de Fútbol y acusan a la mayoría de los directores de torcidas intenciones al mantenerlos en el campo de juego; al tiempo que se autoproclaman ellos mismos como directores técnicos infalibles y eternos.

Este periodismo y este tipo de periodistas insisten hasta la saciedad en el absurdo dogma de que lo único que vale es ganar y que hay que crucificar a quien pierde, se equivoca, o quien se enfrenta a uno de los más grandes deportistas o equipos de todos los tiempos.

En muchos países sería tratado como héroe quien tuviera un palmarés como el que tiene Quintana a los 26 años, pero una parte importante de Colombia, que suele leer poco y mal y que tiende a la intolerancia, considera que el boyacense fracasó porque no alcanzó la camiseta amarilla.

El fracaso de la selección nacional en el mundial de fútbol de 1994 le debió enseñar a todo el país a ser más humilde, menos triunfalista y a trabajar para mejorar. El fracaso nos debió enseñar que, como les dice Pékerman a sus discípulos,  cuando se gana, todos lo hacemos, y que cuando se pierde, todos perdemos. Sin olvidar que los otros también saben jugar y que muchos de ellos lo hacen mejor que nosotros.

El triunfalismo generado por los periodistas deportivos irresponsables hace un daño enorme al deporte, porque todo un país termina creyendo el cuento de que es posible ganar los torneos antes de jugarlos. La muerte temprana y absurda de Andrés Escobar nos debió haber enseñado que combinar el deporte y las mafias termina en tragedia, y que nadie debería morir por un pedazo de trapo, un autogol o un error cometido en un juego.

A Colombia le hizo daño el 5 a 0 frente a la selección argentina porque la llevó a pensar que era fácil alcanzar el máximo trofeo mundial. Un país triunfalista razonó de manera equivocada: si le ganamos y ellos son campeones mundiales, entonces nosotros seremos campeones mundiales. Pero resulta que en el deporte no funciona la ley de la transitividad y que los partidos sólo se ganan al terminarlos. Y que muchas veces se pierden o se empatan, ya que nunca jugamos o corremos solos.

Deportistas como Nairo, Chaves, Urán o Pantano, nos demuestran lo contrario: Nos enseñan que para triunfar hay que prepararse de la mejor manera durante años y entrenar todos los días con disciplina, dedicación y excelente orientación. Nos demuestran lo exigente que tiene que ser subirse a su “caballito de acero” durante 20 días continuos para batallar contra los ciclistas de la élite mundial durante cinco horas por jornada, independientemente de que llueva, haga viento, calor o niebla; les duelan las nalgas, tengan fiebre, se hayan caído, desarrollen alergias, estén deprimidos o se encuentren de pelea con su esposa. Es por ello que el apodo de “escarabajos” se lo han ganado a pulso, dando fe de un heroísmo casi ilimitado y sin contar con el más mínimo apoyo estatal, tal como le recordaba en días pasados Anacona al propio Presidente de la República.

Por todo lo anterior, hay que considerar como una verdadera hazaña lo que hasta el momento ha logrado Nairo Quintana. Tenemos un ciclista extraordiNairo. Muy seguramente sea el primer ciclista colombiano en ganar las tres carreras más importantes del mundo; pero si no lo logra, si se retirara mañana, ya sería muchísimo lo que ha hecho por el deporte y el ciclismo mundial. Por ello, lo único que queda es agradecer que un humilde campesino boyacense haya aumentado la ilusión y la esperanza de todo un pueblo, y que a sus 26 años sea un ejemplo de coraje, esfuerzo, dedicación y sacrificio para tantos jóvenes en el país. Y es aún más valioso si sabemos que lo ha hecho con poco o ningún apoyo estatal y a pesar de la irresponsabilidad de un periodismo triunfalista y disociador. ¡Gracias, Nairo!

*Educador y director del Instituto Alberto Merani