EDUCACIÓN

Varias formas distintas de decir #GraciasProfe

En el día de los maestros, Semana Educación honra a los docentes que, con sus palabras, resguardan las lenguas y el espíritu de los pueblos ancestrales de nuestro país.

15 de mayo de 2018
| Foto: Semana Educación

“Aquí siembro para las ardillas, aquí siembro para las loras…”, comienza una antigua canción que el pueblo Nasa ha transmitido de generación en generación en su lengua para acompañar la siembra. En ella se conserva más que un ritual: sus palabras guardan en sí la manera en que el pueblo se relaciona con el mundo.

Escritores, poetas, lingüistas y filósofos se han preguntado siempre sobre el lenguaje. Mitos tratan de explicar su origen, mientras que lingüistas modernos siguen asombrándose por su capacidad de transmitir ideas y describir el mundo. Muchos, incluso, hablan de fe cuando se trata de explicar el fenómeno de la comunicación, y otros han llegado a afirmar que el lenguaje llega a crear el mundo en vez de describirlo. “En los lenguajes viven las culturas y las cosmogonías”, afirma Aníbal Bubú, indígena y Premio Compartir al Rector 2013. No en vano afirmó George Steiner: “Cuando muere una lengua, una manera de ver el mundo muere con ella”.

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Lengua madre ha sido el término acuñado para referirse al primer idioma aprendido, que nace de la forma en la que es adquirido: tradicionalmente por las palabras de la madre. Su importancia no solo es primordial para la adquisición de cualquier otro tipo de conocimiento, es verdaderamente la manera en la que por vez primera se articula una mirada del mundo.

Por su historia, el territorio colombiano ha sido casa de varios pueblos. Según el último censo del DANE, además del español, en Colombia se hablan 68 lenguas de tres tipos: las criollas, habladas por los pueblos Raizal y Palenquero del Caribe; las indoeuropeas, como la lengua Rromanés o Shib Rromaní y sus variantes habladas por los pueblos Rrom o Gitano; y las lenguas indoamericanas de los indígenas.

A pesar de la riqueza lingüística del país, diferentes procesos históricos que se han desarrollado desde el conquista, la violencia regional y la ampliación de la frontera agrícola han sido algunos de los factores responsables de la lenta desaparición de estas culturas y sus lenguas. La ONIC,Organización Nacional Indígena de Colombia, ha identificado 64 pueblos en riesgo de extinción, cifra que representa el 62,7% de los 102 pueblos indígenas presentes en Colombia. Sin embargo, mediante el Auto 004 de 2009 la Corte Constitucional sólo reconoció que 34 pueblos indígenas estaban en peligro. Además, la preponderancia del español y la cultura occidental ha comenzado a permear estas comunidades, erosionando sus tradiciones y lenguas.

Alrededor de Colombia, maestros, fundaciones y padres de familia se esfuerzan por mantener vivas sus tradiciones. Muchos de ellos han estudiado lingüística para poder fortalecer sus lenguas y establecer un alfabeto, gramática y escritura que aseguren la permanencia de sus idiomas en el tiempo. Paradójicamente, en lugares de Colombia menos influenciados por la cultura occidental, los indígenas y raizales aprenden español a manera de defensa, para proteger sus costumbres. El inherente diálogo entre culturas se presta también para adoptar formas o concepciones occidentales a la enseñanza, transformando y empoderando a los estudiantes.

El esfuerzo por crear gramáticas ha sido monumental, ya que estas lenguas solo se han transmitido oralmente, sin escritura. Según Cátedra Raizal, organización que promueve el creole, “Hasta abril del año 2016 no había un sistema normativo público sobre cómo se escribirían las palabras, suspiros, gritos, lamentos y exclamaciones en nuestro idioma raizal”.

En este sentido, el esfuerzo de maestros por preservar y fomentar el uso de un idioma que se ha transmitido solo de manera oral ha sido fundamental. En su quehacer diario, con sus palabras, resguardan conocimientos milenarios por medio de la educación. Sus testimonios remiten a los acentos e historias que mantienen viva la esencia de las comunidades en las que trabajan para la preservación de estas lenguas madre.

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Dwiawikúngumu Adéy, Arhuaco

Mi nombre es Yesid Anderson Torres, aunque en realidad nosotros los Arhuacos decimos que ese es nuestro apodo. Mi nombre es Dwiawikúngumu Adéy. Trabajo en la Institución Etnoeducativa Distrital Tayrona de Bunkwímake y he sido profesor por 19 años. Con el tiempo, fuimos notando que hacía falta trabajar en dos lenguas, en nuestra lengua materna, iku y nuestra segunda lengua, el español.

Todo comenzó cuando en 1916 una comisión de nuestros ancestros caminó hasta Bogotá a pedirle al Presidente de la República educación escolarizada, porque por no hablar castellano ni saber hacer cuentas nuestro pueblo era dañado. Cuando vinieron las misiones franciscanas y tomaron la educación en sus manos incluso nos prohibieron hablar en iku. Entre atropellos hemos sabido mantener nuestras escuelas y saberes tradicionales, dirigidos por nuestras máximas autoridades, los mamos. También nos hemos esforzado por conocer mejor nuestra lengua para poder transmitirla. Antes, algunos occidentales tuvieron la intención de escribirla, pero las grafías y los fonemas nos confundían. Ahora tenemos más claro con qué cantidad de letras trabajamos.

Algunos ya han olvidado el iku. Por eso para nosotros es muy importante conservarla y fortalecerla, solo así podemos dirigirnos a los ancianos y mantener nuestra cultura, que vive en ella. Porque cuando dices “territorio” se te puede ocurrir que es una tierra o un terreno, pero para nosotros decir territorio en iku, es sagrado. No sabemos cuándo será nuestra última generación, pero lo que queremos es que nuestra cultura permanezca y eso solo lo conseguimos a través de la lengua.

Jesús Leonardo Campo, Nasa

Yo soy indígena del pueblo Nasa y vivo en el municipio de Florida, Valle, en un resguardo de la comunidad indígena. Hace 30 años comencé a ser profesor porque nuestros líderes indígenas, uno de ellos mi persona, necesitaban gente que ayudara a la comunidad como maestros. Creo que la educación es un arte muy bonito y para nosotros es valioso complementar nuestros saberes ancestrales con lo que aprendemos afuera. Lo que yo sé, cultivar animalitos, sembrar, hilar y tejer, todo lo aprendí sin ir a la escuela. Y todo lo he podido complementar y fortalecer con la educación escolarizada.

Ahora, centro mis clases en nuestra lengua y doy talleres sobre su importancia a otros maestros para que la fortalezcan. Desde que soy pequeño aprendí el castellano con mi mamá, y mi abuela me enseñó el idioma yuwe. La lengua para nosotros es algo muy bonito. En yuwe uno siente que la naturaleza te habla cuando le hablas. Cuando digo agua en nuestra lengua al tiempo se me está diciendo que el agua es nuestra mamá, que ella nos parió. Cuando digo cordillera en yuwe me estoy refiriendo a un lugar sagrado, la casa de nuestros dioses, y en su nombre recuerdo santificarla. Todos estos saberes están en nuestro lenguaje y solo con su transmisión se conservan.

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Porque incluso cuando educamos a nuestros hijos, cuando les enseñamos que algo no está bien, no es lo mismo hacerlo en español. Cuando lo hacemos en nuestra lengua se entiende que tus acciones están afectando al agua, a la sierra y a muchas cosas que no ves. Cuando dictamos clases aprovechamos que algunos lugares están un poco retiraditos y podemos estar en espacios diferentes al salón para trabajar. Un profe entonces tiene la posibilidad de ir al río, de ir a la naturaleza para orientar a sus estudiantes en Matemáticas, Ciencias Naturales, y explorar la relación del hombre con la selva.

Rosalba Estrada León, Sikuani

Nací en el Resguardo Indígena El Tigre, que queda a 200 kilómetros de Puerto Gaitán, Meta. En mi resguardo tenemos varios sitios sagrados, pero el lugar más venerado tiene una piedra en forma de tigre, uno de nuestros animales totémicos. Por esta piedra mi resguardo se llama así. Siempre he querido ayudar a mi comunidad, me gusta mucho colaborar con los niños y quiero ser una gran líder para mi pueblo. Por eso desde hace siete años soy profesora.

Anteriormente nuestros ancestros no estudiaban, solo se necesitaba un poder espiritual. Esto ha cambiado. Hoy los niños y niñas quieren ser grandes líderes que luchan por el bien de nuestra región. Para que puedan hacerlo es importante que conozcan y aprendan todas las herramientas que les permita comunicarse fuera de nuestra comunidad, pero es igual de importante que conozcan nuestra cosmovisión y siempre la tengan en cuenta. Por eso, desde que soy profesora me he interesado en que los niños aprendan sobre todas las materias; que fortalezcan tanto el español como el sikuani, para que cuando crezcan puedan expresarse dentro y fuera de nuestra comunidad.

Creo que como profesora puedo ser un ejemplo para los chiquitos. En mi comunidad las mujeres casi no ocupan una profesión, solo se dedican al hogar y los hombres son los únicos que luchan por nuestra región. Entonces, trato de enseñarles a mis niños la importancia de la familia. La educación es el camino para que, como mujeres, no nos menosprecien más. Es necesario que nosotras entendámos que dependemos de nosotras mismas. Puedo transmitir esto enseñando las dos lenguas y mezclando estos saberes.

Katy Lineth Suarez Romero, Wayuu

Nací en una familia de maestros que me inspiró a ser docente. Desde hace trece años trabajo como profesora en las comunidades de la alta Guajira, con niños que pertenecen a la comunidad wayuu, como yo. Amo a los niños y quiero sacar adelante a mi comunidad, que tenga un mejor futuro. Creo que eso también me impulsó a ser docente.Además, me gusta mucho tener la oportunidad de mantener mi cultura y las creencias de mi pueblo a través de las enseñanzas que les he dado a mis niños. Al final, es la única herencia que podemos dejarles y la única que recibimos de nuestros padres.

En nuestras clases tratamos de trabajar en ambas lenguas porque a muchos niños se les dificulta mucho el español y solo entienden wayuunaiki. Lograr que los niños se concentren acá es muy difícil. No tenemos casi recursos para dictar nuestras clases, hemos sido totalmente olvidados por el gobierno. Hace mucho calor, hay mucha brisa y cuando tenemos que dar clases en los enramados es complicado.

Afortunadamente, nuestros niños todavía hablan bastante nuestra lengua, el español en ocasiones es lo que más se les dificulta, pero necesitamos el español para poder entendernos fuera de nuestra comunidad. En nuestras clases de Lengua Madre, les enseñamos la gramática del wayuunaiki y hacemos ejercicios de traducción. Para motivarlos trato de organizar juegos tradicionales como la lucha libre o el tiro con arco, que se han perdido mucho más que nuestra lengua. Así nos esforzamos por guardar nuestra lengua y anclarla a nuestra tradición. Esta es nuestra relación con la familia y sin ella lo valioso y lo sagrado que tenemos desaparece.

Yesenia Ortiz García, profesora en Taraira

Nací en Cartagena y desde hace 18 años ejerzo como docente en el Colegio Departamental de Taraira, en el Vaupés. Me convertí en profesora porque desde siempre he pensado que los niños son una fuente de riqueza y sabiduría. Desde que llegué a esta tierra indígena me he esforzado por ofrecerles a los pequeñitos escenarios en los que puedan construir su identidad como personas e individuos de su cultura, para que puedan soñar y convertirse en lo que quieran.

Cuando llegué a esta tierra me llevé una gran sorpresa. Noté que los niños tenían mucha pena de hablar en su propia lengua y mostrar sus costumbres. Acá, alrededor del Río Apaporis, hay muchas comunidades indígenas; están los Macuna, Tanimuca, Letuama, Cabiyari y Yauna, por ejemplo. Muchos de los niños a los que les enseño viven lejos del casco urbano, en su comunidad. Cuando están allá hablan sus idiomas pero cuando llegan, se encuentran con la tecnología, con la televisión y los celulares, y poco a poco van dejando su cultura a un lado.

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Entonces, con el psicólogo de la comisaría de familia comenzamos a trabajar con los padres de familia. Les pedimos que recordaran aquello que más les gustaba de su cultura cuando eran pequeños. Y les pedimos a los padres que les transmitieran eso que nunca querían que se les olvidara a sus hijos. Hicimos eventos de bailes y trajes típicos, los padres les enseñaron a sus hijos a tejer. Al final todos los niños expusieron sobre su tradición. Es muy lindo ver que ahora, mientras dicto clase, a veces los niños me interrumpen para contarme cómo se dice lo que digo en su lengua. Así, fue como pude integrar a las comunidades con sus lenguas y hacerlos orgullosos de su identidad.

Ana Cristina Chindoy, Inga

Hago parte del pueblo indígena Inga ubicado en el resguardo de Aponte, Nariño. Un lugar de gente resiliente. Primero tuvimos que reponernos a la violencia y luego a una falla geológica que prácticamente acabó con todas las viviendas, la iglesia y hasta la escuela.

Decidí estudiar etnoeducación no solo por ser docente en un salón de clases, sino porque uno en cualquier parte puede enseñar. Es un trabajo social permanente, en el que uno se apropia más de su propia cultura.

A veces, uno como indígena no cree en la relevancia que tiene pertenecer a un pueblo, hasta que otro se lo hace ver. Uno vive en dos mundos y lo importante es articularlos y no dividir el conocimiento. Nuestra lengua es la Inga, gramaticalmente muy diferente al español, y la cual durante los años 80 y 90 se había perdido. Pero desde hace casi dos décadas luchamos por recuperarla y mantenerla. Hace dos años trabajé con los niños de la guardia indígena de nuestro pueblo. Tenía 27 años. Fue una experiencia muy bonita ver cómo juntos íbamos volviendo a las tradiciones y costumbres, algo que la guerra nos había quitado en su momento.

Con ayuda de los mayores hemos ido fortaleciendo nuestra lengua mediante la tradición oral; escuchándolos y viéndolos hacer diferentes actividades propias de nuestra cultura. Es como un gran salón de clases donde todos los días aprendemos. Sin embargo, este proceso lo hemos articulado a la escuela. Hoy día, los niños y niñas tienen una hora diaria de clase en lengua inga. Allí, no solo se les enseña su escritura y pronunciación. También hacemos artesanías, por ejemplo, y en todo el proceso es como volver a la raíz, porque definitivamente la lengua y el territorio es lo que le dan vida a un pueblo.

Briceña Corpus, Raizal

Mi nombre es Briceña Corpus Stevens, nací en las islas de San Andrés y desde hace 31 años soy profesora de inglés en la básica primaria, principalmente a los cursos de tercero, cuarto y quinto. Desde pequeña, que jugábamos, yo era siempre la profesora. Después vi la oportunidad y empecé a laborar como docente, siempre continuando mis estudios, tengo varios diplomados y especialización. Lo más lindo de ser profesor es cuando uno ve a los alumnos, que han pasado por las clases de uno, vuelven como profesionales y te saludan “hola, mi profe”, y uno se siente orgulloso porque su éxito es en parte tu obra.

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Hasta ahora he visto una deficiencia en la enseñanza de idiomas, principalmente a los niños en educación primaria. En mis clases tengo que llegar a los niños, que son lo más importante. Entonces parto de su lengua materna, el creole, para llegar al inglés y al español. Hago cuentos y poesías. Con historias doy mi clase. Para mí es muy importante enseñar el creole porque si nosotros que somos los nativos no lo fortalecemos desde la escuela nuestra lengua se va muriendo y, entonces, llegará un día en que ya el creole no tenga importancia y con ella se nos muere la cultura.

El creole me hace pensar en todo lo que soy: una persona nacida de las islas de San Andrés y Providencia orgullosa de ser raizal. I am trilingual, I speak english, también hablo español and my beautiful creole, que es mi cultura y que voy a tratar de conserva con los niños.

Este artículo hace parte de la edición 34 de la revista Semana Educación. Si quiere informarse sobre lo que pasa en educación en el país y en el exterior, suscríbase ya llamando a los teléfonos (1) 607 3010 en Bogotá o en la línea gratuita ?018000-911100.

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