OPINIÓN

Jornada Nacional por la Reconciliación y el Perdón

Con cada día que pasa se acerca más la visita del papa Francisco a Colombia. Es por eso que para darle la bienvenida a él y a la paz en el país se hace necesaria una jornada nacional por la reconciliación y el perdón en todas las instituciones educativas.

Julián De Zubiría Samper*
28 de junio de 2017
| Foto: Álvaro Cardona

Desde hace 21 años, cada vez que llega el mes de junio, celebramos en el Merani el Día del Afecto. Es un bello momento para recordarle a los otros cuánta falta nos hacen; es la ocasión para detener el tiempo, poner el corazón en la mano y expresar nuestros sentimientos. En una pequeña institución, con 863 estudiantes, circularon el pasado jueves 8 de junio, un poco más de 50.000 “corazones de papel” llenos de mensajes afectivos. Todos los miembros de la comunidad enviamos nuestros mensajes de gratitud, esperanza y alegría a quienes nos rodean. En los últimos años, los padres se han contagiado de la “fiesta afectiva” y han empezado a enviar mensajes. No hay ninguna duda: El afecto es tan contagioso como lo es el llanto o la risa. ¿Ha visto lo que sucede con los demás bebés cuando uno llora en una sala cuna, o lo que pasa cuando dos jóvenes suben al bus y no paran de reír en todo el recorrido? Eso mismo pasa con el afecto: se contagia.

Vivimos en una cultura tan marcada por la productividad y la competencia, que apenas nos permite espacios para expresar nuestras emociones. Al hacerlo, nos priva de la posibilidad del abrazo, las caricias y las palabras que nos humanizan. Por ello, el Día del Afecto contagia a toda nuestra comunidad. Como podrá comprenderse, en este contexto es imposible desarrollar las clases normalmente, ya que el ambiente está tan cargado emocionalmente, que sería impertinente intentar elaborar macroposiciones, argumentos e ideas originales. Hay que reconocer que la mayoría de las clases de la semana anterior tampoco funcionan a cabalidad, ya que toda la comunidad está pensando en decirle lo que tiene pendiente a su amigo, su profe, su compañero, la monitora de la ruta o a quien hace el aseo al culminar el día.

El año pasado, uno de los niños más impulsivos que han estudiado en la institución, con apenas cinco años cumplidos, entró en mi oficina a mostrarme una bolsa similar a la que todos usamos para guardar los corazones que nos escriben y me dijo: “Julián, yo pensé que a mí nadie me quería, pero ahora sé que hay 4 niños y 7 profesores que sí me quieren”. “Juan” es diferente desde aquel día, porque la Jornada nos sensibiliza y humaniza a todos. Por ello, tantos niños nos piden una y otra vez que, si fuera posible, hiciéramos un Día del afecto no cada año, sino cada mes. Seguramente, en poco tiempo cumpliremos con su deseo.

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Por otro lado, he recorrido unas veinte ciudades colombianas en los últimos cinco meses. Participar en conferencias y hablar con los profes y estudiantes es una de las actividades que más llevo a cabo. Hoy quiero hacer pública una conversación larga y continua que he tenido con los estudiantes universitarios en los últimos meses, desde el día que nos renovaron la esperanza al convocar las marchas en defensa de la paz, después de que el ‘No’ alcanzara en el plebiscito algunos pocos votos más que el ‘SÍ’. Se trata ahora de proponerle al país una Jornada Nacional por la Reconciliación y el Perdón para darle la bienvenida al papa, quien llega a Colombia el 6 de septiembre. La propuesta es recibirlo una semana antes con una expresión masiva de afecto en todos los colegios y universidades del país. Hablamos de un acto simbólico de bienvenida al sumo pontífice, quien afirmó hace ya varios meses: “No tenemos derecho a permitirnos otro fracaso más en este camino de paz y reconciliación”. Hace dos días, como antesala a la entrega total de armas individuales de las Farc, volvió a expresar: "El pasado es la memoria, el coraje es el presente y la esperanza el futuro".

Un solo dato bastaría para que los colombianos salgamos masivamente a celebrar la dejación de armas de las Farc: El Hospital Militar atendió en 2011 a 424 militares y a 388 en 2012. Para el año 2016 recibió 36 heridos y en lo corrido del año, apenas van tres. En redes, Antanas Mockus señaló hace dos días: “Cuando una sociedad aprende a respetar la vida, aprende a respetar los otros derechos”. Sin duda, el adiós a las armas que hemos vivido, nos permitirá afrontar las únicas guerras que deberíamos luchar los colombianos a partir del momento: contra la desigualdad, la pobreza y la baja calidad de su educación.

En días recientes Rubén Salazar, el cardenal primado de Colombia, dijo que en medio de la polarización y el momento histórico que vive el país, el papa Francisco viene a “blindar el proceso con las Farc y a orar por la paz”. Por esta razón, invito a todos los estudiantes, profesores, administrativos y directivos de los colegios y universidades públicas y privadas del país a que el próximo 30 de agosto, a las 12 del día, suspendamos las actividades y nos unamos en una masiva oración por la paz de Colombia, que en un gesto de perdón entreguemos un pequeño mensaje afectuoso a nuestros compañeros y un abrazo profundo de reconciliación.

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Invito a estudiantes y profesores a que, una vez nos reincorporemos del periodo de vacaciones, comencemos a preparar la Jornada Nacional por la Reconciliación y el Perdón. A que definamos, entre otros, en dónde se escribirán los mensajes, cómo se repartirán, en qué lugar se reunirá la comunidad y qué pasará en la ceremonia simbólica. Para ello es esencial crear comités en los que estén representados todos los estamentos para que la jornada impacte a toda la comunidad y para que logre la contextualización que garantice pertinencia en las circunstancias propias de cada institución educativa. En lo posible, sería ideal que las ceremonias simbólicas estén acompañadas de expresiones artísticas: el baile, el canto, el dibujo, la literatura o el teatro, sólo tienen sentido si nos ayudan a sensibilizarlos.

La guerra en Colombia fue larga, cruenta y triste. Murieron tantos colombianos que todos perdimos una parte de nosotros. Desaparecieron tantas personas que una parte de nosotros también desapareció con ellas. Más de siete millones de compatriotas perdieron su tierra y tuvieron que marchar a las grandes ciudades para tratar de salvaguardar su vida; algo similar a la población de Medellín, Cali, Barranquilla y Cartagena.

Aunque solemos olvidarlo, el efecto más perverso de las guerras –sin excepción– es la deshumanización de las relaciones fundamentales y el debilitamiento de la confianza entre los habitantes, al generalizarse el temor y las acciones bajo amenaza o coacción armada. Pasa en todas las confrontaciones, pero su magnitud crece de manera exponencial cuando el conflicto permanece durante décadas, se vinculan diversos ejércitos irregulares y el narcotráfico permea todos los ámbitos de la vida. Son cincuenta y tres años conviviendo a diario con la muerte. Por ello, más que en otras, en esta guerra se rompió el tejido social y la esperanza, la savia que garantiza y alimenta la convivencia y la cohesión de la nación.

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Con sabiduría, la Unesco ha dicho “Puesto que las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz”. Por esta razón, el país tendrá que desarmar sus venganzas, sus odios y sus mentiras. Tendremos que trabajar colectivamente por la reconstrucción del tejido y de la confianza entre nosotros.

A partir del 27 de junio dejaron de existir las Farc como grupo armado. En cualquier otro país, habría por lo menos tres días de fiesta nacional y miles de grupos vallenatos las animarían gratis para que la gente echara maicena, bailara y celebrara hasta desfallecer. Deberíamos haber soltado las mariposas amarillas por todas las montañas y valles colombianos; pero en el país esto no ha sido posible, ya que quienes temen perder el poder económico y político que la guerra les generó, quieren cortarles las alas. No obstante, insistiremos en cambiar la ira por la alegría, el odio por el perdón y la venganza por la esperanza.

En esta larga y nueva tarea que nos espera, la educación tendrá un rol de primer orden. Tendremos que impulsar el cambio cultural, fortalecer la democracia y la participación en las instituciones educativas, transformar el currículo para que favorezca el desarrollo e impulsar múltiples actividades extracurriculares como la que aquí se está proponiendo.

Un educador que defienda la guerra sería más extraño que un sacerdote ateo. La explicación es sencilla: Educar consiste en potenciar el pensamiento crítico, fortalecer las competencias ciudadanas, consolidar el tejido social y la comunidad e impulsar las competencias para hablar, escribir, leer y escuchar ¡Esto sólo es posible si conquistamos la paz!

Démosle la bienvenida al papa con la celebración de una Jornada Nacional por la Reconciliación y el Perdón en todos los colegios y universidades del país. Una jornada que le enseñe a Colombia a contagiarse de paz, confianza, fe, esperanza y alegría: la posibilidad de despedirnos definitivamente de la guerra.

*Julián De Zubiría Samper 
Director del Instituto Alberto Merani y consultor en educación de las Naciones Unidas. 
Twitter: @juliandezubiria

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