ANÁLISIS
Además de que no van a la cárcel… ¿debemos pagarles la educación a los guerrilleros?
Un investigador de Corpovisionarios explica por qué invertir en la educación de los excombatientes es clave para que no reincidan.
La paz está cerca. Esta frase, que pareciera estar escrita en una tabla que carga algún enfermo mental con alucinaciones psicóticas, está a punto de ser realidad. Las negociaciones de La Habana han tenido un desarrollo inesperado para la mayoría de los colombianos, incluso los contradictores más vehementes han dejado de decir que hay que acabar con ellas para empezar a decir cosas como que hay que mantener indefinidamente las conversaciones. Incoherencias aparte, lo cierto es que se avecina un momento verdaderamente difícil para la sociedad colombiana: enfrentar el proceso de desmovilización y reintegración a la vida civil de los combatientes de las FARC. Esperemos que también sean pronto los del ELN y demás grupos que aún están en combate.
La reintegración de estos combatientes incluye la posibilidad de obtener una formación académica completa, incluyendo ingreso a universidades y su posterior titulación profesional. Pero ¿por qué facilitarles a los combatientes estas posibilidades de formación? Aunque para muchos de nosotros sea evidente la respuesta, igual debemos facilitarla para aquellos que todavía piensan que lo que está pasando en La Habana es una rendición incondicional. Aunque fuera una rendición incondicional, estamos hablando de al menos cinco mil personas entrenadas militarmente, cuyas formas de socialización están atravesadas por procesos de imposición de sus razones u opiniones por la fuerza, y así las cosas, la mejor forma de desactivar esas relaciones de fuerza es por medio de la inmersión en un ambiente democrático y académico, en donde la fuerza de la argumentación permite que los inevitables conflictos sean resueltos de manera pacifica.
Un tema no menor, adicional al proceso de reintegración, tiene que ver con el propósito de las vidas de las personas que han hecho parte de un grupo militar y pensado para la guerra. ¿Cuál es el propósito de vida de estas personas más allá de las metas militares fijadas? ¿Han pensado en qué van a hacer de sus vidas cuando entreguen el fusil y no tengan que seguir más órdenes de un superior militar? ¿Qué hacer cuando los planes de vida ya no sean solamente mantenerse vivo más allá de cada una de las batallas?
Preguntas difíciles que deben ser abordadas por la mesa de La Habana, y que deben prever estos dilemas existenciales para evitar que tengamos un proceso de postguerra tan traumático como el que han tenido otras naciones. El reencauche de los guerreros en bandas de delincuencia organizada no es una exclusividad del proceso de Justicia y Paz del 2005 (las desafortunadas BACRIM), sino que son una constante en procesos de desmovilización e integración que no entendieron que la dificultad, verdaderamente el centro de la discusión con los guerreros, debe centrarse en cuál va a ser el propósito de vida de estas personas una vez que no tengan la “seguridad” que emana de la pertenencia a un grupo militar.
En este escenario es en donde entra el sistema educativo. Es muy importante que estos combatientes puedan formalizar la educación recibida en el grupo insurgente, muchos de los que fueron reclutados cuando niños recibieron formación para leer, escribir y hacer cuentas, entre otras habilidades académicas que ahora deberán ser homologadas y debe facilitarse que puedan terminar su ciclo de preparación hasta, por lo menos, bachillerato.
Adicionalmente, debemos preparar una línea de educación superior, al estilo del programa “Ser pilo paga”, mediante el cual se pueda asegurar que estos combatientes puedan construir planes de vida enmarcados dentro de la legalidad y la democracia.
Para muchos esta propuesta resultará demasiado, “además de que no van a la cárcel, debemos pagarle la educación…” y cosas similares dirán. Pero las experiencias internacionales y nacionales muestran que cuando los combatientes tienen opciones reales para reconstruir sus vidas alrededor de propósitos acordes con las lógicas democráticas y pacíficas, la posibilidad de reincidencia en la violencia se reduce tendiendo a cero casos. Es preferible un reinsertado que pueda convertirse en agente de paz y en ejemplo de que sí es posible vivir en el marco de la convivencia pacífica, a un reincidente que termine usando un fusil y provocando nuevas víctimas por su accionar desbocado y sin sentido.
* Investigador de CORPOVISIONARIOS
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