EDUCACIÓN
La realidad de estudiar una carrera como el cine en Colombia
En el país hay 65 programas de educación audiovisual en los que 3.200 personas finalizan sus estudios cada semestre. La industria del cine ha crecido en los últimos años, pero todavía no está preparada para absorber toda la oferta laboral.
Valentina Torres estudia Cine y Televisión en la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Está en primer semestre. Eligió esta carrera porque desde niña ha sido aficionada a las películas y está segura de que no encajaría en ninguna otra disciplina. Dice que a pesar de llevar poco tiempo en la universidad, estudiar cine es la mejor decisión que ha tomado y que en un futuro se ve como productora cinematográfica.
Si todo sale bien, en siete semestres entrará al mercado laboral junto con 3.200 egresados que, según un estudio del Festival de Cortos de Bogotá, Bogoshorts, terminan programas profesionales, técnicos y no formales de Comunicación Audiovisual cada semestre. Un número elevado de aspirantes a directores, guionistas, directores de fotografía y productores para una industria en la que la oferta laboral sobrepasa la demanda.
El auge de estos programas es reciente: hasta 1988 no existía ninguno en el país. Ese año se fundó la Escuela de Cine y Televisión de la Universidad Nacional de Colombia, que desde entonces ha graduado a 650 personas y que durante varios años fue la única de su tipo.
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Dada esa limitada oferta académica, muchos tuvieron que salir del país en busca de formación pedagógica audiovisual. Durante las décadas de los sesenta, setenta e incluso los ochenta, la Unión Soviética y los países socialistas tenían escuelas posicionadas. Hacia el año 2000 se vuelve un punto de referencia la Escuela de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, en Cuba, ideada por Gabriel García Márquez. Unos años más tarde, algunas personas empezaron a buscar programas en Argentina y México.
El incremento de escuelas de educación audiovisual en el país empieza hace diez años y está estrechamente relacionado con el buen momento que vivía el cine nacional. La industria se vio beneficiada por la Ley 814 de 2003, más conocida como la Ley de Cine, y la 1556 de 2012. La primera creó el Fondo de Desarrollo Cinematográfico, cuya función es recaudar la cuota parafiscal que pagan exhibidores, distribuidores y productores por presentar obras nacionales y extranjeras en el país. La segunda ley fomenta el rodaje de producciones extranjeras en el territorio colombiano, las cuales requieren servicios cinematográficos locales.
En ese escenario, la exhibición de películas nacionales también creció. Según cifras de la Dirección de Cinematografía del Ministerio de Cultura, 62,9 millones de personas asistieron a las salas de cine en 2017, de las cuales 3,6 millones estuvieron en la proyección de las 44 películas colombianas que se estrenaron ese año. Estas recaudaron cerca de $27.000 millones.
En 2008, por ejemplo, el panorama era distinto: solo se estrenaron 13 películas nacionales, que recaudaron $17.423 millones.
Sobreoferta laboral
Jorge Navas, director de Somos calentura, recientemente estrenada, y La sangre y la lluvia (2009), considera que lo mejor que le puede pasar a un cineasta es estudiar algo que no sea cine. Formado como comunicador social en la Universidad del Valle, opina que el aumento de la oferta académica tiene que ver con el gran momento de la industria, pero también con que estas academias se dieron cuenta de que era un magnífico negocio: “Colombia siempre ha tenido una buena industria de televisión y publicidad. Con la aparición de los nuevos medios, el país está preparado para recibir ese flujo de trabajo. Ese boom genera que todo el mundo quiera estudiar cine; hay mucho movimiento, pero al final eso se depura y no hay espacio para tanta gente”.
Para Mónica Molano Soler, directora de la Escuela Nacional de Cine (Enacc), a pesar de este crecimiento de la industria, hay una desarticulación con la oferta académica. Como consecuencia, los programas educativos contribuyen a la creación de falsas expectativas entre sus estudiantes: la mayoría quieren ser directores, pero el mercado hoy en día requiere más técnicos.
Con relación a lo anterior, para Jaime E. Manrique, director de Bogoshorts, los programas están formando realizadores audiovisuales sin tener en cuenta el mercado, el marco jurídico o la relación entre las instituciones cinematográficas y el Estado. “Las universidades se concentran demasiado en los procesos de producción, pero no en los de distribución y circulación, y eso hace que el panorama para los realizadores esté completamente fuera de la realidad. En general, son procesos que están enfocados en la condición cinematográfica como arte, no como industria o como técnica”, complementa.
En esta misma línea está la opinión de Andrés Acosta, productor del proyecto de grado más costoso de la Escuela de Cine de la Universidad Nacional, con un gasto cercano a los $130 millones. “La universidad no nos prepara para aprender a financiar un proyecto audiovisual. Desde los primeros semestres, los estudiantes se acostumbran a conseguir dinero con rifas, fiestas, vendiendo comida e intercambiando favores. Si el alumno tiene esta mentalidad, en el momento que deba enfrentarse a una tesis o al mercado laboral va a ser más difícil que consiga recursos”.
Para Juan David Calderón, comunicador audiovisual de la Universidad de La Sabana y quien ha trabajado en varias empresas de la industria, otro problema de la sobreoferta laboral ha sido la competencia desleal. “Esto hace que los salarios se reduzcan enormemente. Las grandes casas se aprovechan para contratar personas recién egresadas que ofrecen un trabajo de calidad pero prácticamente lo regalan”, dice.
La sobreoferta también ha dado pie al nacimiento de pequeñas empresas, generalmente productoras, que dependen del cubrimiento de eventos y la creación de comerciales y contenidos para redes, y que si logran posicionarse pueden estar en la capacidad de llevar a cabo proyectos creativos propios.
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Ahora bien, la perspectiva acerca de la oferta laboral es distinta en las regiones. Laura Morales, directora del programa de Cine y Audiovisuales de la Universidad del Magdalena, no cree que haya una sobreoferta. “Cada vez hay más confianza en nuestras narrativas y por lo tanto en nuestros realizadores. En el caso de la región Caribe, necesitamos incluso más personas que se formen para seguir contándonos como región desde nuestra perspectiva y así dejar de ser contados por otros”.
Los egresados de este programa se han destacado en producciones de la televisión pública como El buen verdugo y Déjala morir, producción de Telecaribe ganadora del galardón a mejor serie o telenovela en los más recientes Premios India Catalina.
Por su parte, Simón Mesa, profesor del programa de Comunicación Audiovisual de la Universidad de Antioquia y director de Leidi, cortometraje que ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes 2014, opina que se debe pensar más allá de los resultados a corto plazo: “Considero que la oferta académica y laboral hace que la demanda surja; es decir, se puede generar industria desde la academia. El cine está tendiendo a crecer y de algún modo logra que se encuentren caminos y se cree un ecosistema, al mismo tiempo que crece el apoyo institucional. Hay otros problemas que considero más graves, por ejemplo, los pocos docentes con la experiencia necesaria”.
Dificultades pedagógicas
La percepción de que hacen falta docentes más preparados es generalizada. Jaime Manrique opina que “los estudiantes no se están formando con gente que realmente sepa de lo que habla, y en tanto el cine es un oficio, se necesita practicar, actualizarse, evolucionar. La dificultad es que quienes hacen cine no tienen el tiempo para dictar clases”.
Para Molano Soler tampoco hay una articulación entre la educación media y superior: “Ojalá algún día se pudiera implementar en los colegios un acercamiento a lo audiovisual. Se trata de un proceso de formación en el que se adquieren ciertas capacidades y competencias como el trabajo en equipo”.
El desengaño de las posibilidades reales de hacer cine en Colombia depende, en gran medida, de los planes de estudio y del diálogo entre academia e industria. Laura Morales explica que los programas de pregrado hacen un panorama para que los estudiantes escojan un camino. “La formación está pensada para varias funciones. Nuestros egresados son guionistas, tienen productoras, proyectos para identificar convocatorias internacionales, etc. Entiendo que algunos pidan conocimientos más específicos, pero hoy en día continuar estudiando es una necesidad”, dice.
Aprender y enseñar cine, según Luis Ospina
Desde sus comienzos, el cine fue hecho por personas que no eran muy cultas. No había escuelas de cine y era gente que venía de otras profesiones (la magia, el teatro, el vodevil), pero que tenía un talento nato para este arte tan nuevo.
Entonces surgieron personalidades como Buster Keaton, Méliès y el mismo Chaplin. Los grandes maestros de Hollywood tampoco pertenecieron a academias –estas fueron un fenómeno muy posterior–. Mussolini fue quizás quien fundó la primera escuela de cine, el Centro Experimental de Cine. Después vino una generación que estudió, denominada el Nuevo Hollywood; allí estaba Spielberg, Lucas, Coppola y Schrader.
En Francia, la primera escuela que hubo fue el Instituto de Altos Estudios de Cinematografía (IDHEC), fundado a mediados de los años cuarenta y de donde surgieron algunas personas de la Nueva Ola.
Orson Welles decía que para hacer El ciudadano Kane se vio La diligencia, de John Ford, treinta veces y ahí aprendió todo lo necesario sobre cine. Por su parte, Werner Herzog tiene una escuela itinerante y pone a los alumnos a caminar y a leer un libro sobre cetrería. También hubo grandes talentos que no pudieron ni siquiera entrar a las academias de cine, como Rainer Werner Fassbinder. La ventaja del cine es que uno puede escoger a sus maestros. Uno ve una película de Bergman y dice: “Este va a ser mi maestro”, entonces uno se ve toda la filmografía de Bergman.
Estudié Cine en la Universidad del Sur de California y la UCLA, donde tenía la ventaja de salir de las clases teóricas y ver cine. Cuando regresé, Jesús Martín-Barbero estaba fundando la Escuela de Comunicación Social de la Universidad del Valle, y nos llamó a Andrés Caicedo y a mí para que diseñáramos el pénsum de cine.
Posteriormente, en 1979, esa universidad me llamó para ser su primer profesor de cine. Fue una enseñanza práctica: cada grupo de estudiantes hacía una película y yo les mostraba otras, porque esa fue la época en que salió el Betamax.
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Mis alumnos se volvieron docentes: Óscar Campo ha creado toda una generación de cineastas. Diría que uno no tiene que estudiar cine para aprenderlo. Creo que este se aprende viendo y sobre todo repitiendo las películas. Los grandes clásicos son los filmes que uno puede ver infinitas veces. Y si uno ve una película que le gusta, si uno se la repite, comienza a analizarla, a ver cuáles son los mecanismos y los dispositivos que el director pone en juego para contar una historia.