La entrega del documento causó entusiasmo. En la ceremonia abundaron los micrófonos, las cámaras y los aplausos, y el diario El Tiempo llamó a los diez sabios “la verdadera Selección Colombia”. Regocijados, el neurocientífico Rodolfo Llinás, el investigador Carlos Eduardo Vasco y el presidente pronunciaron sus discursos. Y al final, el nobel Gabriel García Márquez leyó su ya legendaria proclama ‘Por un país al alcance de los niños’. Allí, decía tener la esperanza de que, con esa “carta de navegación”, Colombia dejara de ser dos naciones a la vez: “una en el papel y otra en la realidad”.
Casi 20 años después, ese deseo no se ha cumplido. “Si tuviéramos que volver a reunirnos, presentaríamos el mismo informe”, dice el historiador Marco Palacios, que integró el equipo junto a Gabo, Llinás y Vasco, así como la microbióloga Ángela Restrepo, el ingeniero Eduardo Aldana, el experto en ciencias sociales Luis Fernando Chaparro, el economista Rodrigo Gutiérrez, el investigador Manuel Elkin Patarroyo y el físico Eduardo Posada. Las palabras de Palacios encarnan un hecho triste de la vida nacional. Mientras el país debate sobre el futuro de la educación, los expertos esbozan nuevas estrategias y los políticos hacen promesas floridas, muchos tienden a olvidar que una hoja de ruta para sacar al sector de la crisis ya está escrita. Así, vale la pena preguntarse por qué ningún presidente, académico, empresario o activista ha podido cumplir esa misión posible que los sabios le pusieron al país hace ya tanto tiempo.
SEMANA conversó con algunos de los comisionados de 1994 y con expertos con el fin de explorar los motivos que dejaron en el papel las recomendaciones para consolidar la capacidad de crecer económica y democráticamente a través de la educación. Si bien la situación no es la misma que entonces, pues ha habido avances, especialmente en materia de inversión y cobertura, la perspectiva actual es poco alentadora. SEMANA presenta las cinco lecciones que deja, 20 años después, el informe de los sabios.
1. La educación es la prioridad
“La educación es tan secundaria que se nos olvidó que podemos cambiarla”, dice Marco Palacios. Como él piensan la mayoría de los consultados. Pues están convencidos de que uno de los males de Colombia es la falta de fe en el país y en su capacidad de progresar. Y esto, según ellos, se refleja en la historia del informe de los sabios. Rodolfo Llinás atribuye parte del fracaso a “la falta de disciplina como país”. Según él, ya es tradición que abunden los estudios y que se falle en la ejecución. Y tiene razón. Durante décadas, los colombianos han debatido sobre los grandes cambios que necesita el país, pero la realidad no los refleja. El resultado es una sociedad frustrada e insegura, que no se atreve a actuar para romper paradigmas.
Y la educación no es la excepción. Según el filósofo y economista Francisco Cajiao, profundo conocedor de la misión de 1994, el país no parece querer apostarle a un cambio radical, lo cual solo afianza “la educación elitista”. Los sabios querían poner la educación a la cabeza de la agenda del país, pero, según Cajiao, el gobierno y la sociedad civil fallaron “en convertir esa iniciativa en una bandera de movilización social”. Así, cuando el conflicto armado puso la lupa en el gasto militar y las negociaciones del Caguán absorbieron la energía social, la misión quedó sepultada. Y la educación pasó a segundo plano.
2. El interés debe ser auténtico
Ángela Restrepo, la única mujer de la Misión de Sabios, se muestra hoy algo menos pesimista que sus colegas de entonces, pues piensa que el trabajo al menos logró poner a pensar a la gente. Su visión, sin embargo, permanece crítica: “Han pasado 20 años, de los cuales se ha perdido el 85 por ciento del tiempo”. La razón: a pesar de la fanfarria con que se celebró la entrega del informe hace 20 años, el tiempo ha mostrado que el interés de transformar la sociedad a través de la educación no ha sido tan real como se creía.
Los sabios que hablaron con SEMANA se mostraron frustrados. Carlos Eduardo Vasco recuerda que César Gaviria solo atendió el tema cuando Llinás lo convenció, casi al final de su gobierno. Y que más allá de las arandelas que rodearon la misión, esta tuvo que competir con la Ley General de Educación, que no conectaba con lo que ellos querían. “Nos sorprendió a todos”, dice Vasco. También Francisco Cajiao y Marco Palacios insisten en la falta de interés. Y señalan a los políticos. Según ellos, después del tambaleante gobierno de Ernesto Samper, Andrés Pastrana no tuvo la capacidad de recoger los resultados de la misión y se concentró en racionalizar: en pensar no que faltaban recursos, sino que había que usarlos mejor. “Uribe heredó esa idea de la educación”, dice Cajiao. Así, el sueño de los sabios se diluyó y las propuestas no tuvieron impacto.
3. Lo más importante no es el político, sino la política