COLOMBIA NAZI

Cómo fue la guerra de espias nazis y del FBI en Colombia y cómo afectó al gobierno y a la sociedad de la epoca

29 de septiembre de 1986

El tema nazi no pasa nunca de moda. No sólo en Hollywood, donde se siguen filmando películas sobre Hitler, los judíos y la Segunda Guerra Mundial, sino también en Colombia, donde de un tiempo para aca, la gente ha venido cobrando interés por todo lo que sucedió en el país en esos años. En 1984, los televidentes colombianos siguieron uno a uno los capítulos de la telenovela "La estrella de las Baum", basada en una obra del escritor tolimense Jorge Eliécer Pardo, quien utilizó testimonios y personajes reales para crear una novela de ficción sobre el espionaje nazi en el país en los años 40.
El asunto se siguio moviendo el año pasado, al celebrarse los 40 años de la finalizacion de la Segunda Guerra, cuando la prensa colombiana se dedicó a revivir episodios como el del hundimiento de las goletas Rubby y Resolute por parte de submarinos alemanes en el mar Caribe. La semana pasada, los periodistas Silvia Galvis y Alberto Donadio publicaron en Editorial Planeta un revelador libro titulado "Colombia nazi", que, con base en documentos minuciosamente desempolvados del archivo nacional en Washington sobre el Departamento de Estado americano y el FBI, y de los archivos de la Cancillería colombiana y el Ministerio de Defensa, presenta un completo cuadro sobre distintos aspectos como el espionaje nazi en Colombia entre 1939 y 1945, la presencia de una docena de agentes del FBI enviados por el gobierno americano en misión de contraespionaje, los pactos suscritos en forma secreta por los gobiernos de Eduardo Santos y Alfonso López Pumarejo con los Estados Unidos para garantizar el envio de tropas americanas a territorio colombiano en caso de una invasión nazi, las actitudes antisemitas de algunos funcionarios colombianos y muchos otros asuntos.
Por considerarlo de gran interés para sus lectores SEMANA reproduce uno de los capitulos centrales del libro, titulado "La guerra de la propaganda", y analiza dos aspectos adicionales que, seguramente, desatarán agudas polémicas ahora que el libro sea puesto en venta al público. Estos dos puntos son los documentos que presentan los autores para demostrar que el canciller colombiano del gobierno de Eduardo Santos, Luis López de Mesa, era antisemita, y los que tienen quever con la posible inspiración nazi del intento de golpe contra López Pumarejo en Pasto en 1944.
Sobre los autores, basta decir que Donadio ha sido la llave de Daniel Samper en la Unidad Investigativa de El Tiempo y sus averiguaciones fueron determinantes para el descubrimiento de las irregularidades en los autopréstamos que llevaron a la quiebra al Banco del Estado en 1982. Ha publicado ya tres libros, dos de ellos sobre la crisis financiera de esos años. Silvia Galvis es politóloga de la Universidad de los Andes y ha sido columnista y directora del departamento de investigaciones del diario bumangués Vanguardia Liberal. Ella fue quien hace casi tres años inició la investigación sobre la Colombia nazi, a la que Donadio se sumó meses después,
A partir de ese año (1940) Colombia fue escenario donde los bandos, el nazi-fascista con ayuda de la Falange española y el de los Estados Unidos con la cooperación de Gran Bretaña, compitieron en materia de proselitismo y espionaje. El gobierno colombiano, hasta 1941 no intervino a favor de ninguno de los dos. De un lado, porque el presidente Santos personalmente apreciaba la contribución económica y social de la colonia alemana en el país; de otro porque la depéndencia de Colombia respecto del "Buen Vecino" creaba ataduras insuperables.
Uno de los primeros combates se libró en el terreno de la divulgación ideológica. Las acusaciones de la Embajada norteamericana contra la legación alemana y de ésta contra aquella corrían parejas con las protestas de ambas misiones diplomáticas ante el gobierno colombiano que no quería intervenir.
La correspondencia que diariamente llegaba al Ministerio de Relaciones Exteriores y a la Presidencia de la República cubría desde reclamos por la proyección de películas hasta quejas por la infiltración de la ideología nazi en el Ejército colombiano.
En enero de 1940, el ministro alemán Wolfgang Dittler envió su protesta al canciller López de Mesa por la exhibición de la película "Después de Mein Kampf... Mis crímenes, por Adolfo Hitler", cinta francesa que Dittler consideró hostil a su país y para la cual pidió censura.
Notas de esta índole abundaron en la correspondencia de la legación con la Cancillería.
Por su parte, la legación británica encontró ofensivo el hecho de que un abogado del Ministerio de Minas, de apellido Navia Cajiao, abucheara las escenas de alguna película donde aparecía Winston Churchill. "Creo que este doctor vive en la misma pensión que el doctor Guillermo León Valencia y no hay duda de que este caballero (Cajiao) ha adquirido sus ideas nazis", agregaba indignado el ministro inglés.
La respuesta de la Cancilleria no iba más allá de transcribir los reclamos a la jefatura de Policía.
En mayo, de nuevo el ministro Dittler urgió al canciller para que frenara las "publicaciones absolutamente falsas e inconvenientes que vienen haciendo los órganos periodísticos del país, en relación con la existencia de una supuesta 'Quinta Columna', que no es otra cosa que una fantástica invención de quienes están dispuestos a atentar contra las buenas relaciones entre nuestros dos países". A manera de prueba irrefutable de la inexistencia de la quinta columna, Dittler citaba el decreto del 30 de marzo de 1930 en el cual Adolfo Hitler prescribía dos mandamientos para los alemanes en el exterior: "1) Obedece las leyes del país del cual eres huésped; 2) La política interior de un país extranjero no debe interesarte. Nunca te mezcles en ella aun en conversaciones. La guerra actual no ha modificado estos mandatos del Fuhrer", concluía el ministro alemán.
Sin embargo, en julio de 1940, el embajador (americano) Spruille Braden, en extenso informe al Departamento de Estado, insistía en la "bien organizada red de nazis que opera en Colombia". Repetía que el partido nazi mantenía apretados nexos con la legación alemana en Bogotá. "La propaganda se hace a gran escala y hay mucho proselitismo entre los colombianos, en especial dentro de Ejército. Es imposible diferenciar entre las actividades de la Legación, los consulados alemanes y el partido nazi", aseveraba Braden.
El informe hacía cargos más graves como que el ministro Dittler actuaba bajo la vigilancia de Jurgen Schlu bach, paradójicamente representante de la compañía petrolera norteamericana Pennzoil y presunto agente de la Gestapo, con escritorio propio en las instalaciones de la legación. La Embajada aseguraba que la red nazi tenía agentes estratégicamente ubicados en cargos claves que iban desde las oficinas del gobierno hasta las casas de mala reputación. Braden persistía en la idea de que la Bayer, la Casa Helda y la Fábrica de Máquinas de Coser Pfaff servían de centros de distribución de propaganda nazi en el país.
Pero si las fuentes del embajador describían el escenario como infestado de simpatizantes de la causa totalitaria, las manifestaciones públicas contra la presencia del Eje parecían demostrar lo contrario. El 10 de junio de 1940, fecha en que Italia entró a la guerra, fue un día particularmente agitado para las colonias alemana e italiana en Bogotá. El ministro Dittler protestó por esa causa ante el canciller López de Mesa: "Después de haber desfilado por cuarta vez por la carrera 7a. en la cual ya habían apedreado las ventanas de la legación, se dejó pasar (a) las (sic) manifestantes todavía una quinta vez, en la cual repitieron sus actos de violencia. Además de estos actos de agresión contra la legación, los manifestantes dañaron muchos almacenes pertenecientes a ciudadanos alemanes causando graves perjuicios, sin que la Policía hubiera mostrado suficiente energía para impedir la comisión de esos actos salvajes".
Algunos días después, el Ministerio de Relaciones Exteriores recibió, con precisión germana, la nota de cobro y el inventario de los daños y perjuicios causados por los manifestantes, tanto a la legación como a otras propiedades de alemanes.
Dittler insistió en la indemnización para todos los negocios perjudicados por los manifestantes, pero el ministro López de Mesa se negó a reconocerla, aunque naturalmente deploró y condenó los hechos del 10 de junio y aceptó reparar los daños causados por los revoltosos a las instalaciones de la legación.

LA QUINTA COLUMNA
¿Existió realmente la quinta columna nazi en Colombia? Los rumores, los informantes y el embajador Braden, quien ocupó el cargo hasta marzo de 1942, afirmaron que sí; que en Colombia se fraguaba un golpe de Estado de inspiración nazi con el fin inmediato de derrocar el gobierno liberal y establecer uno conservador; y después recuperar el Canal de Panamá para Colombia o para Alemania según diferentes versiones. De acuerdo con Braden, había una alianza tácita entre el Partido Nacional Socialista y el Partido Conservador, o por lo menos, la fracción orientada por Laureano Gómez.
Para el presidente Santos y el ministro Dittler el asunto no pasaba de habladurías de mentes calenturientas; sin embargo, originó abundante correspondencia entre los interesados, e inclusive dio pie a frecuentes titulares en la prensa local y norteamericana.
En mayo de 1940, Dittler protestó vehementemente por la acusación del periódico liberal La Razón que tildaba a los empleados de la legación de "quintacolumnistas ".
El propio New York Times hizo eco a la noticia: "Los Nazis en Colombia toman posiciones más intrépidas". En el subtítulo anunciaba la aparición de un nuevo periódico pronazi en Bogotá. Noticia más bien premonitoria, puesto que fue sólo tres meses después, en septiembre de 1940, que los bogotanos vieron el primer número de La Nueva Colombia. Efectivamente, sus páginas no escatimaban elogios para Franco, Hitler y Mussolini, con despliegue fotográfico en poses clásicas.
Ese mismo mes, el New York Herald Tribune lanzaba el siguiente titular: "Colombia pone en peligro la democracia cerrando los ojos a la amenaza nazi". El texto informaba que, si bien los colombianos eran amigos sinceros de los Estados Unidos, no aceptaban la existencia de la quinta columna. "Dicen que es producto de una imaginación romántica" escribió el corresponsal del Herald Tribune de regreso a Nueva York.
Por su parte, Laureano Gómez desde El Siglo ridiculizaba la historia de la quinta columna y alegaba que el peligro real radicaba en los Estados Unidos "verdadera amenaza para la soberanía nacional".
La guerra de información había sido declarada. Braden, convencido de la vulnerabilidad del Canal de Panamá y del avance de la ideología nazi, urgía a las firmas norteamericanas a que retiraran sus anuncios de publicaciones antiamericanas o pronazis y a que anunciaran en periódicos amigos. Inclusive intervino para que la publicidad se destinara a Estampa y Esfera, "semanarios pronorteamericanos fervientes... ".
El otro bando no sólo negaba toda actividad, sino también la existencia de una organización activa y beligerante. El presidente Santos lo creía y garantizaba personalmente la idoneidad de los viejos alemanes venidos a Colombia hacía muchos años, con lazos afectivos y familiares sólidos.
Así lo sostuvo hastas finales de 1940, cuando el embajador Braden informó a Cordell Hull, su superior en Washington, que la situación había cambiado y que ahora había consenso en la prensa nacional de que la existencia de la quinta columna era un hecho indiscutible.
De acuerdo con Braden, El Tiempo -que antes pedía mesura en el tratamiento del problema-, El Liberal y El Espectador no sólo comenzaron a publicar los casos de alemanes y colombianos arrestados por distribuír propaganda nazi, sino que editorializaron sobre la existencia de la quinta columna en Colombia.
El siguiente episodio dejó entrever que también el presidente Santos comenzaba a modificar sus opiniones. En noviembre de ese año remitió al ministro López de Mesa un informe sobre actividades nazis elaborado por el jefe de Investigaciones de la Policía Nacional, Arturo Vallejo Sánchez. El informe, de 6 páginas tamaño oficio, describía las actividades de 30 personas, entre colombianos, alemanes e italianos, sospechosos de simpatizar con el Eje. En la nota remisoria, el presidente Santos escribió al ministro López de Mesa, que se hallaba enfermo: "Mi querido Ministro: Te incluyo, con la esperanza de que no te haga subir la fiebre, un informe de la Policía sobre actividades nazis en Medellín. A un cuando creo que hay un poco de literatura también creo que hay algo de cierto (...) Que te mejores pronto. Tuyo afectísimo. . .Eduardo ".
Pero una noticia de esa naturaleza ciertamente no hubiera empeorado la salud del ministro. Por el contrario, según la opinión de la oficina del coordinador de Información, antecesora de la OSS, habría ayudado a su recuperación: "El doctor Luis López de Mesa, ministro de Relaciones Exteriores repetidamente ha tomado decisiones a favor de los nazis en Colombia... ", señalaba el informe de este organismo, precursor de la CIA, al Departamento de Estado.
Una serie de artículos del periodista Russell Porter del New York Times donde denunciaba la subversión nazi en Colombia, corroboró el cambio de actitud que ocurrió a finales de 1940. El presidente Santos le manifestó al embajador Braden acerca de las crónicas de Porter: "Por supuesto, son ciertas pero hubiera sido mejor no publicarlas".
También el ministro de Guerra, José Joaquín Castro Martínez, admitió la existencia de la quinta columna. Así narró Braden a Cordell Hull los secretos de gobierno confiados a él durante una reunión social:
"La noche del 22 de noviembre se ofreció una comida en honor de los oficiales militares norteamericanos en Colombia y de mi persona por el jefe dsl Estado Mayor. Allí tuve la ocasión de preguntar al ministro de Guerra por qué su colega de gabinete (ministro de Gobierno) había declarado ante el Senado que los nazis no tenían organización militar, cuando todos sabemos que sí la tienen. El ministro de Guerra respondió: 'Esta interpelación del Senado coloca al gobierno en una difícil posición ya que debemos suministrar suficiente información para demostrar que sí existe una quinta columna y al mismo tiempo queremos dar la menor información posible puesto que indudablemente algunos conservadores están a la expectativa de saber cuánto sabemos nosotros. Por esa razón el Presidente decidió que fuera el ministro de Gobierno y no yo quien respondiera a nombre de la administración pese a que yo conozco mucho mejor el asunto. De hecho el Presidente definió su política ante nosotros citando el viejo adagio yo no creo en brujas pero que las hay las hay"'.
¿Qué provocó el cambio de opinión del presidente Santos? De un lado, el torrente de información acerca de las actividades nazis en el país, que en muchas ocasiones no era información fundamentada en documentos probatorios, pero sí suficiente para crear la duda.
Desde Berlín, Ernesto Caro, encargado de negocios de la legación colombiana, había advertido al ministro López de Mesa:
"Es absolutamente cierto que la propaganda nazi en el exterior, y especialmente en nuestros países, es dirigida y sostenida económicamente por las casas industriales alemanas establecidas en ellos. Entre dichas casas, la I.G.Farben Industrie de Frankfurt (la Bayer en Colombia) y una de las más poderosas en este país es reconocida como agente del Ministerio de Propaganda en el exterior. Se dice que, no solamente la Bayer atiende a todos los gastos de las campañas de propaganda en favor de Alemania, sino que en muchísimos casos paga los sueldos de los funcionarios diplomáticos y consulares del Reich. En Colombia, por ejemplo, el gerente de la Bayer es también cónsul general de su país. Posición admirable para el desarrollo de toda clase de actividades".
ROOSEVELT Y LAS PISTAS CLANDESTINAS
En septiembre de 1941 se presentó un incidente que debió hacer más difícil para Eduardo Santos negar la existencia de actividades subversivas. A raíz del hundimiento de varios barcos mercantes y de guerra norteamericanos por submarinos alemanes el 11 de ese mes, el presidente Frankiin Delano Roosevelt, en un discurso por radio, además de protestar por las agresiones contra su país, mencionó el reciente descubrimiento de campos de aterrizaje secretos en Colombia en cercanías al Canal de Panamá. Al día siguiente, el Senado citó telefónicamente al ministro de Relaciones Exteriores, López de Mesa. El debate, propiciado por la bancada conservadora, fue muy agitado. El canciller hizo una intervención inicial en la cual manifestó que el gobierno estaba vigilante y que si "supiera de la existencia de esos campos de aterrizaje y lo ocultara, cometería una felonía".
El senador Laureano Gómez enfatizó que se trataba de una especie recogida en los mentideros o corrillos de la calle y pidió al ministro que indicara rotundamente si existían o no las pistas. López de Mesa señaló entonces: "Dije y repito que el gobierno, después de una prolija investigación, no tiene conocimiento de la existencia de esos campos". Sobre esa base el Senado aprobó una resolución proclamando su certeza de que en Colombia no existían pistas clandestinas.

Entre tanto, el mismo día, la Cámara de Representantes escuchó al ministro de Guerra José Joaquín Castro Martínez, quien sostuvo que su despacho había tenido noticia sobre aeropuertos clandestinos y que estos eran objeto de investigación.
Pero no negó la existencia de los aeródromos. Según apreciación del embajador Braden, Laureano Gómez manipuló a López de Mesa y logró que el canciller negara la existencia de pistas secretas en el país. Acto seguido el embajador informó a Washington que los ataques al gobierno en el Congreso fueron inspirados por elementos nazis que se valían de amigos colombianos. Pero reconoció que la única prueba de ello consistía en que un capitán Concha, piloto militar que trabajaba en Avianca, había suministrado informaciones al Congreso. El capitán Concha mantenía contactos con el coronel Gerbert Boy, que según la Embajada era nazi. De ambos hechos el embajador dedujo la presencia del nacional socialismo en el trasfondo del debate. En cuanto a la derrota que sufrió el gobierno en el Congreso, Braden dijo a Washington: "Una posición clara y firme de la administración habría podido detener los ataques. Pero en este caso, como en todos los demás, Santos carece del coraje necesario para enfrentar el problema".
Ni siquiera los golpes cáusticos que dejó escuchar la prensa conservadora lograron que el Presidente colombiano respondiera con firmeza a las acusaciones del "Buen Vecino" . El diario La Patria de Manizales, a la derecha del laureanismo, no desaprovechó la oportunidad para fustigar a los dos presidentes Santos y Roosevelt: "¿Es inexacto que existan los campos de aterrizaje? Bien, entonces el Presidente de los Estados Unidos ha calumniado a Colombia. Y, se podría arguir, ¿con qué objeto? Al más tonto se le ocurre la respuesta: para invadirnos. Es así que en Colombia existen campos de aterrizaje secretos y que el ministro Castro Martínez sofoca una conspiración nazi cada dos semanas, entonces hay razón suficiente para ocupar el territorio peligroso".
"NOS TOCA CONSEGUIR LAS PRUEBAS"
De ese tamaño quedó el incidente por la época. Treinta años después, Spruille Braden escribió su autobiografía. En ella reconoce que realmente no había pruebas fehacientes de la existencia de los campos de aterrizaje, pero como era imposible desmentir a Roosevelt, reunió a los funcionarios de la Embajada y les dijo: "Muchachos, el Presidente ha hecho una afirmación que lo coloca en posición vulnerable. Ahora nos toca a nosotros conseguir las pruebas de que él está en lo cierto". En efecto, Braden y sus muchachos lograron recoger ciertos indicios "en apoyo de la afirmación inoportuna e innecesaria del Presidente".
Las pruebas principales encaminadas a sostener las temerarias afirmaciones de Roosevelt fueron enviadas desde Estados Unidos por J. Edgar Hoover, director del FBI. Se trataba de unos mapas. Copia de ellos, que reposan en los archivos de la OSS, identifican algunas fincas de alemanes en la Costa Atlántica que hubieran podido ser acondicionadas para campos de aterrizaje. Sin embargo, ni durante ni después de la guerra pudo probarse que algunos de los terrenos de estas fincas hubiera sido utilizado para actividades subversivas. Lo que si quedó en claro fue que ante el clima de sospechas alimentado por los Estados Unidos, el gobierno colombiano perdió la autonomía y la iniciativa necesarias para enfrentar una situación que en primera instancia representaba un problema de seguridad interna.
ESPIANDO LA PAPELERA
No por el incidente de las pistas el embajador Braden abandonó su misión de combatir las actividades nazis antiamericanas en el país. Así, basado en su red de informantes, llamaba insistentemente a las puertas del gobierno para urgir la represión de dichas actividades: de distribución de propaganda, de transmisiones clandestinas de radio y de cuotas obligatorias al partido. A comienzos de octubre de 1941, la Embajada transmitió al Departamento de Estado que la central de distribución de propaganda seguía siendo la legación alemana "donde uno puede obtener toda la que quiera en uno de los salones de la legación. De allí se distribuye al resto del país, donde cuenta con personas para redistribuírla. La labor la cumplen los nazis afiliados, algunos judíos, familias necesitadas y personas pagadas por la lesgación".
Ni corto ni perezoso, el servicio de inteligencia norteamericano se ingenió la manera de espiar en la legación alemana, o por lo menos en sus papeleras. Veamos, por informes de la Oficina de Inteligencia Naval encargada de vigilar la penetración extranjera en Colombia, el affaire de las papeleras. El agregado militar escribió al Departamento de Estado: "La inspección de una papelera de la legación alemana en Bogotá el 3 de enero reveló muy pocas cosas de interés. Varios sobres provenientes de otras legaciones de Centro y Sur América y de los consulados en el país muestran que la legación utiliza los servicios de 'Expreso Ribón' en lugar del correo regular".
No satisfecho con los resultados, el propio agregado, coronel Carl Strong, se ofreció voluntariamente para examinar el material encontrado en la papelera. "El coronel ha dedicado muchas horas a seleccionar el material y transmitirlo...", anotó la Oficina de Inteligencia Naval (O.N.I.).
El último capítulo del affaire reveló que la aseadora-espía encargada de entregar el contenido de las papeleras había sido despedida de la legación. Sin embargo, "nuestros informantes tienen la esperanza de que les confíen la papelera confidencial...".
Las papeleras no dieron muchos frutos de inteligencia. No obstante, el FBI averiguó que el capitán Fritz Hertzhauser había sido encargado de las "operaciones militares especiales" en Colombia desde enero de 1941 y que obedecía órdenes de Hans E.Riegner, secretario de la legación alemana en Bogotá. Se indicó que Riegner era el jefe de la Gestapo en Colombia y que supuestamente pertenecía al staff de Hitler en Berlín.
El servicio de inteligencia británico no se cruzó de brazos: en alguna ocasión pidió la cooperación de la Embajada norteamericana en la colocación subrepticia de documentos falsificados para hacer creer que la legación alemana era la causante de una manifestación ocurrida en Bogotá.
En diciembre de 1941, el canciller López de Mesa dijo al embajador Braden que el ministro Dittler había dado su palabra de honor de que ningún alemán en Colombia participaba en actividades subversivas. López de Mesa no creía mucho en esas promesas, porque él mismo había amonestado a Dittler dos veces por distribuir propaganda alemana entre el Ejército colombiano y Dittler continuaba haciéndolo.
Entonces comenzaron las medidas contra los nacionales del Eje. El decreto 281, dictado a finales de enero de 1942, contempló la suspensión de las cartas de naturaleza de los extranjeros nacionalizados que estuvieran comprometidos en actos contrarios al orden público; el gobierno deportó 50 extranjeros sospechosos de ser nazis o fascistas y ordenó el cierre de los colegios alemanes. Y, como nota curiosa el ministro de Educación prohibió la fijación en las paredes de retratos de mandatarios extranjeros, con excepción, por supuesto, del Papa.
LOPEZ DE MESA: ¿ANTISEMITA?
¿El erudito profesor y canciller de la República, Luis López de Mesa, era antisemita? Los autores del libro "Colombia nazi" así lo creen. Según la obra, López de Mesa consignó en sus "Memorias del Ministerio de Relaciones Exteriores", algunas explicaciones a la decisión gubernamental de limitar el ingreso de extranjeros, que apuntan en ese sentido. López de Mesa se refirió en esas memorias a "muchos elementos indeseables, en gran parte judíos", que habían adquirido nacionalidades europeas y ahora venían a buscar fortuna a Latinoamérica. En esas mismas memorias, el canciller del gobierno de Santos había sostenido que los judíos tenían una "orientación parasitaria de la vida".
El libro va más allá y, con base en el testimonio de Hans Ungar, judío de nacionalidad austriaca que llegó a Colombia en 1938, asegura que las medidas asumidas por el gobierno colombiano contra los inmigrantes judíos impidieron que algunos de ellos, como los padres de Ungar, se salvaran de ser llevados a campos de concentración donde luego murieron.
"Mis padres -le dijo Ungar a los autores en una entrevista en diciembre de 1984- murieron en campos de concentración alemanes porque no pude conseguirles una visa colombiana. Me ofrecieron visas en venta pero costaban el equivalente de medio millón de pesos de hoy y yo no pude conseguirlos...".
Según los autores, los decretos de López de Mesa, más que evitar el ingreso de "elementos indeseables", lo que hicieron fue desatar un comercio especulativo con visas colombianas, que determinó que no pudieran ingresar a Colombia los que Ungar llama "judíos calificados: hombres de ciencia, profesionales".
La obra revela un documento enviado por la Cancillería colombiana a sus cónsules en Berlín, Hamburgo y Varsovia en enero de 1939, en el cual ordenaba que "los cónsules bajo su jurisdicción opongan todas las trabas humanamente posibles a la visación de nuevos pasaportes a elementos judíos...". Un nuevo mensaje iba más lejos y hablaba de "impedir, hasta donde sea humanamente posible, que entren a Colombia judíos rumanos, polacos, checos, búlgaros, rusos, italianos, etc.".
Para los autores, la actitud antisemita de López de Mesa no correspondía a una posición coyuntural frente al inicio de la guerra, "sino que se enmarca dentro de las teorías raciales que expuso y reiteró en varios de sus libros". En su obra "Disertación sociológica", López de Mesa había dicho de los alemanes para esa época radicados en Chile, que eran hombres "disciplinados, laboriosos, patriotas y, algo muy importante para nuestro cruzamiento, fuertes...". Esto contrastaba según López de Mesa, con la actitud de la colonia judía radicada en Argentina, que fue regresando "poco a poco a sus costumbres inveteradas de asimilación de riqueza por el cambio y la usura...".
No faltarán quienes salgan en defensa de la figura de López de Mesa y justifiquen su actitud como canciller. En este, como en muchos otros puntos, el libro abre un debate de carácter histórico bastante interesante.

EL GOLPE DE PASTO ¿UN COMPLOT NAZI Y PERONISTA?
El último capítulo de "Colombia nazi" está dedicado a analizar las posibles vinculaciones nazis del intento de golpe del 10 de julio de 1944, cuando el presidente López Pumarejo fue detenido por oficiales del Ejército en la ciudad de Pasto. Según los autores, que se basan en documentos enviados por el entonces embajador americano Arthur Bliss Lane al secretario de Estado en Washington y en otras fuentes, la Embajada americana estaba enterada de la conspiración golpista y así se lo comunicó a funcionarios del gobierno. Según Lane, López Pumarejo habría viajado a Pasto a sabiendas de lo que se preparaba, para enfrentar la situación, con la convicción de que saldría fortalecido.
Pero aparte de la versión de Lane sobre la intentona, los autores mencionan otros documentos como la versión enviada por la OSS (Oficina de Servicios Estratégicos de la Embajada) según la cual el golpe había sido intentado por hombres "inspirados en el nazismo y el peronismo". Según la OSS, "en Pasto, el teniente general Diógenes Gil, líder de la insurrección y supuesto miembro de América Alerta, una organización secreta orientada por el vicepresidente argentino Juan Domingo Perón, detuvo al presidente López". Para la OSS, el golpe representaba "la culminación de un período de 2 años de lucha por el poder por parte de influyentes conservadores y elementos simpatizantes del Eje contra López...".
La OSS iba aún más lejos. Para ella, "el Partido Conservador está dirigido por Laureano Gómez, de quien hace rato se sospecha que recibe ayuda nazi y quien trabaja con el agente de la Falange, Luis Roldán ".
A Lane le inquietaba sobre manera la figura de Gómez. Según sus mensajes a Washington, López le había confiado días después del golpe de Pasto que Laureano había sido el instigador. La Embajada también estaba convencida de que Alvaro Gómez Hurtado había tenido una estrecha participación en el complot, preparando a los líderes revoltosos en Barranquilla y otras ciudades de la Costa.
La convicción de la inspiración nazi de Laureano Gómez llegó hasta las oficinas del FBI, donde J. Edgar Hoover consigno en un documento en marzo de 1941 que la legación alemana en Bogotá había hecho en el diario El Siglo una inversión secreta.
Sobre este punto, el libro no demuestra que efectivamente el golpe de Pasto hubiera sido de inspiración nazi, pero deja en claro gracias a una rica documentación, que la Embajada americana había convencido a las autoridades en Washington de eso y de mucho más.