Casa, carro y beca
En los años ochenta se popularizó un dicho que simbolizaba el progreso familiar, cifrado en sumar estos tres logros.
En los años ochenta nació la expresión “casa, carro y beca”, pero en el alma profunda el coche era quizá lo más anhelado: no solo servía entonces como inversión para ahorrar o como medio de transporte, sino que también permitía hacer amigos y daba estatus social.
En mis estudios sobre álbumes de familia, que cubren todo el siglo XX, el carro ha sido uno de los principales protagonistas y se exhibe en distintas poses. Una de las más reiteradas era mostrarlo al frente de la casa, y hasta los setenta y ochenta, como asunto de hombres.
*Autor de Álbum de familia, próxima reedición actualizada por Sello Editorial Universidad de Medellín, 2011. Ciudadesimaginadas@gmail.com
Celebrando un cumpleaños
"Seguramente celebrábamos algún cumpleaños, porque estaba en casa mi tía Lorenza Mejía, la dueña del carro. Como mis papás son de la costa, en la mañana las reuniones se centraban en los niños y por la noche, en los adultos, a veces con conjunto vallenato y Ron Caña, cuando existía. Y como casi todos los fines de semana, nos reuníamos con mi hermano Iván y con mi primo Giovanni para jugar fútbol, tintín corre-corre y ponchados. La foto la tomó mi tío Gabriel Mejía, que siempre tenía buenas cámaras y se convirtió en el fotógrafo oficial de la familia. Mi hermano Iván está ahora en Rennes, Francia, haciendo una maestría en Finanzas Internacionales". Luis Fernando Mejía.
En esta foto de la familia Mejía en el barrio Fontibón, tres jovencitos, todos varones, sonríen con gusto exhibiendo su ‘primer coche’: la casa, la calle, la familia y el barrio son convocados por la imagen para dibujar orgullosos una ambiente de época.
Lavar el carro, el plan sagrado
"Ese domingo del 87 no solo quedó en nuestras memorias, sino en el papel, gracias a mi esposa, Eva Makovej, quien sacó la cámara en cuanto nos vio a los cuatro alrededor del auto, un Renault 12 que compré en Medellín cuando trabajaba en una empresa paisa. Mientras Elisa Mendieta, la segunda esposa de mi papá, hacía el tradicional ajiaco, los hombres nos encargábamos de lavar el carro. Era el plan sagrado de cada domingo. Cada uno se manchaba un poquito en medio de la charla y, a veces, del juego. Después, a almorzar, tomar buen vino y terminar de pasar la tarde en familia". Antonio Giraldo
Lavar el carro en casa, un rito bogotano. La palabra fetiche, como amuleto, significa alguna cosa portadora de buena suerte, aquello que nos da futuro, y como hecho profundo expresa un objeto que porta pasiones, incluso eróticas. El carro es uno de los objetos que más se prestan en las sociedades mercantiles a ser convertidos en fetiche: se le exhibe, se le contempla, se le desea. En Bogotá, el asunto se extiende más, y se le quiere tanto que se le humaniza y se le da nombres de personas, de fallecidos, de bebé o, más revelador, el de la novia.
Disfrutando el domingo
"Mi esposo y yo trabajábamos, así que los domingos aprovechábamos para pasar en familia. Llevábamos a los niños a un parque o a divertirse de alguna manera. Ese día íbamos a almorzar y antes de salir, mi esposo, Antonio Mejía, tomó la foto. Siempre le ha gustado mucho la fotografía, cosa que heredaron mis hijos. Por supuesto, no podía faltar Bofi en el cuadro familiar; la perrita tenía unos cuatro meses en ese entonces y estuvo con nosotros ocho años. Desde hace siete tenemos a Sol. Mi hija Claudia está radicada en Estados Unidos desde hace 14 años". Carmenza Parra
Carro y perro se constituyen en los objetos no-humanos más retratados en los álbumes bogotanos de los años ochenta. A ambos se les endilga ser fieles, se les quiere y se les saca a pasear. La mascota tiene privilegios, como sacarlo en carro a ‘dar vueltas’, y en ocasiones sirve de policía que vigila. Y esta práctica de salir con el perro se consolida en los ochenta, cuando el carro se populariza en Bogotá y se posicionan las llamadas ‘marcas de carros colombianos’, que muchas familias adquirían imaginándolo como un nuevo miembro familiar.