Especiales Semana

El divino niño

Un símbolo de reconocimiento social que, por su origen urbano, masivo y popular, tiene gran aceptación ritual dentro de los colombianos

Sandra Marcela Durán *
24 de junio de 2006

El Divino Niño es el símbolo sagrado por excelencia que abarca todo el territorio nacional. Su nombre y su imagen están ligados a lugares, movimientos y tiempos que dan cuenta de la realidad colombiana, arraigando su efectiva sentencia de "Yo reinaré".

Entre los católicos, la devoción por Jesucristo se expresa especialmente en aquellas imágenes que enfatizan su sufrimiento en la cruz. En cambio, son pocas las advocaciones relacionadas con su infancia; representaciones principalmente asociadas a la Natividad, al Niño Dios del pesebre o al Niño Dios en brazos de la Virgen Madre. Pero imágenes de un Niño Jesús que esté de pie y que como figura aislada sea objeto de culto, sólo se conocen la del Niño Jesús de Praga, la del Niño Jesús de Atocha (venerado en México, pero de origen español) y la del Divino Niño del 20 de Julio.

En Colombia, la fe por Jesús Niño se comenzó a difundir en 1912, con la llegada de Juan del Rizzo, sacerdote italiano de la comunidad salesiana y devoto del Niño Jesús de Praga. Esa fue la imagen con la que inició el culto en Barranquilla (lugar inicial de su arribo), pero al llegar a Bogotá, en 1935, el superior de la comunidad le sugirió llamarlo simplemente Divino Niño Jesús, porque la Comunidad Carmelita reclamaba los derechos exclusivos de propagar esa imagen. Entonces se dispuso crear una nueva, que es la que hoy conocemos y que nació en uno de los tradicionales talleres de arte religioso del centro de Bogotá.

Así se generó una devoción propia al Niño Jesús, con una iconografía única y con atributos específicos. Una figura que, desde el barrio obrero 20 de Julio, se ha extendido a todo el país.

Hoy, el Divino Niño se ha ubicado en regiones geográfica y culturalmente distintas; se articula a la vida cotidiana, cuidando los niños en los parques o velando por la seguridad de los policías en los CAI. Con su nombre se han bautizado barrios, escuelas, centros de salud y hasta tiendas; está presente en plazas públicas, en el altar familiar, en oficinas, restaurantes, en las telenovelas, en el deporte y en la publicidad. En carros, taxis y buses se disputa con la Virgen del Carmen, los afectos de los conductores. Incluso es posible encontrar su figura y sus devotos más allá del territorio nacional.

El ícono ha trascendido el ámbito religioso para transformarse en un símbolo cargado de sentido, con una gran capacidad de movilizar socialmente y producir nuevas realidades culturales revitalizadoras. Distinto a otras imágenes religiosas desgastadas y carentes de significado ante las exigencias de los nuevos modos de vida urbana.

El auge del Divino Niño ha estado marcado por el contexto socio político del país en las dos últimas décadas. Particularmente, por la crisis vivida a finales de los años 80 y comienzos de los 90. Época en que el narcotráfico desató una nueva modalidad de violencia, que se registró en la urbe con asesinatos, atentados, acciones dinamiteras y secuestros a líderes políticos, altos funcionarios, periodistas y ciudadanos del común. Sucesos que fueron motivo para generar una nueva práctica de devoción: pedir por los secuestrados. Una acción que con el paso del tiempo se ha intensificado notablemente. Dado el recrudecimiento de la violencia, el Niño se ha especializado en ser mediador del conflicto armado.

El Niño Jesús adquiere especial sentido para el creyente, y se convierte en la tabla de salvación ante el malestar social. Su imagen se asume como un símbolo de esperanza contrapuesto a la dura realidad; ella representa la exaltación de la bondad y la ternura. En contraste con la situación de violencia, el Divino Niño genera tranquilidad y dulzura, inspira una serenidad que difiere de los gestos dramáticos y de sufrimiento que caracterizan a otros íconos religiosos. Los creyentes se acogen a él y encuentran protección, seguridad y paz, además con la plena confianza de que todo aquello que le sea pedido siempre lo concederá.

Su supremacía es consecuencia de su fuerte influjo y de su capacidad de congregar una diversidad de actores sociales a su alrededor. No tiene exclusividades de ninguna índole. Su origen, su inmenso poder de convocatoria, su legitimidad y su significado nacional lo han convertido en patrimonio de todos los colombianos.

La eficacia simbólica del Divino Niño se sustenta hasta en su misma iconografía: sencilla y sin mayores pretensiones estéticas que han facilitado su reproducción. Imagen con la que se sienten identificados cientos de miles de colombianos. Diferente al aristocrático Niño de Praga, demasiado majestuoso para calar fácilmente entre el común de la gente.

El Divino Niño se potencia como símbolo de nación y cumple la difícil tarea de integrar regiones y superar separatismos de clase, mediando en el conflicto y proyectándose al exterior como el Divino Niño colombiano.

* Antropóloga, Universidad Nacional de Colombia.