El río Magdalena
En el siglo XIX fue el camino de acceso más importante para viajeros y mercancía. A través de él se empezó a conocer el país.
Al describir y reflexionar sobre la historia y la memoria de la nación colombiana contenida a través de sus íconos, no habría tal vez ninguno que superase la presencia inequívoca del río Magdalena: eje organizador y paso obligado de nuestra historia, arteria que irrigó y fecundó la semilla de nuestra atribulada identidad.
El río Grande de La Magdalena, que recorre por más de 1.500 kilómetros, de sur a norte, el actual territorio de Colombia (nace en el Nudo de los Pastos y desemboca en Bocas de Ceniza, en el mar Caribe), se constituye en el mayor río del país, al conectar de manera privilegiada todos los periodos de nuestra historia, desde sus primeros pobladores hasta la construcción moderna de la Nación. Es el escenario del desarrollo de las regiones y la emergencia y la consolidación de sus diversas culturas, las comunicaciones, el comercio, la política y la guerra, las artes, el avance tecnológico y la modernidad.
El río Magdalena forma el amplio valle interandino entre las cordilleras Central y Oriental y resultó ser el corredor primordial de los primeros pobladores americanos, en el lugar de habitación y asentamiento de los nativos o grupos prehispánicos y la frontera de comunicación, navegación y comercio de los pueblos indígenas. Con la llegada de los españoles en el siglo XVI, el río de los nativos y los caimanes, el Caripuña o Karacalí o Yuma o Huancayo se convirtió en el camino principal de la penetración y la conquista del territorio aborigen y en el escenario protagonista de las luchas y la resistencia indígena al enfrentar la arremetida ibérica.
Ordenar, controlar, y administrar el 'Nuevo Mundo' fue una tarea del modelo colonial trasatlántico, que tuvo como objetivo principal el río Magdalena: su acceso rápido determinó la fundación y el crecimiento de las ciudades puerto del Caribe, como Cartagena, y el desarrollo de los puertos fluviales desde Mompox hasta Neiva como puntos de comercio, bodegaje de la economía extractiva y lugares de avanzada en la conquista de nuevos territorios.
La navegación por el río se convirtió en el soporte esencial para el mantenimiento de la administración colonial: la exportación del oro, el tráfico de esclavos, transformados ahora en bogas del Magdalena; el camino de entrada de los gobernantes, y las órdenes religiosas; el tránsito de mercancías y la vía arteria de la inmensa cultura material y civilizadora que trajeron los españoles para habitar el 'Nuevo Mundo': con sus animales domésticos, semillas, muebles, arquitectura, oficios, fiestas, enfermedades y toda clase de creencias y santos patrones.
Posteriormente, y durante La República, la obsesión fueron los caminos que condujeran de las zonas andinas al río Magdalena, de allí, río abajo y de nuevo en sentido contrario, en un ir y venir incesante. Quien no estuviera conectado moría en un terrible aislamiento, el río se había convertido en el cordón umbilical, en la columna vertebral de la naciente república, y Honda, puerto fluvial, en el ombligo y centro de todas las operaciones. Bolívar le había dicho categóricamente a Elbers, el pionero alemán de la navegación a vapor por el Magdalena: "Yo les he dado la libertad, deles usted el desarrollo".
Viajeros, científicos y cronistas entraron al país durante todo el siglo XIX por el río Magdalena. Son innumerables sus relatos de viaje y sus registros gráficos (especialmente acuarelas), describiendo el país que se expresaba en sus orillas y las expediciones científicas como la Comisión Corográfica que dejó testimonio del país que crecía alimentado por su arteria principal. Mas tarde llegó el tren, replicando la gramática de comunicación aprendida en largos años: Medellín se conectó con Puerto Berrío, Bogotá con Girardot, Cartagena con Calamar, Bucaramanga con Puerto Wilches y Barranquilla nació y creció con vigor, precisamente por estar en las bocas del río. Por el río creció la pujante industria petrolera del Barrancabermeja así como se inició la navegación aérea, con hidroplanos que recorrían su seña amarilla desde el aire y acuatizaban en el Magdalena en la pujante Girardot.
Por el río llegaron los modelos de vida europea, que tanto gustaban a los nacientes pueblos de identidades confundidas, y se exportaron la quina, el caucho, el tabaco, el cacao, los sombreros y el café. Por el río pasaron las guerras civiles, y quienes controlaron el río tuvieron ganada la guerra.
El siglo XX verdaderamente empezó en 1930, y como símbolo inequívoco de modernidad y desarrollo, el presidente Olaya Herrera lanzó su candidatura en el Hotel Estación de Puerto Berrío. El río Magdalena había entregado un nuevo país, un ordenamiento territorial cuya distribución político-administrativa había organizado sus fronteras agroexportadoras alinderadas al gran río.
Asomada a sus orillas ha estado la extraña y milenaria estatuaria agustiniana que lo saluda en sus orígenes, en el sur de Huila; por él, navegan las leyendas de la Llorona, el Mohan, las fiestas de San Juan y el hombre que se convirtió en caimán, navegan los pescadores que entregan a sus familias el pez de cada día, y corre el río de la tumbas de ayer y de hoy; pero también navega sin cansancio nuestra esperanza de Nación.
* Antropólogo e historiador que escribe estas notas desde Villavieja, puerto maravilloso y olvidado del río Magdalena.