La última vez que lo vieron hablar animadamente fue hace unos ocho años, cuando departía con su hermano mayor, Criterio. Pero este falleció al poco tiempo de una enfermedad tropical.
Hoy Sixto vive en su pequeña casa de madera, que algunos campesinos de veredas cercanas levantaron por solidaridad luego de que se derrumbaron las chozas originarias de palma, que él mismo había construido. Solo quedó una de ellas, que llama Tiguana: en ella atiende a las personas que vienen de otras comunidades para curar sus males. Y todo porque Jizityu (nombre de Sixto en tinigua) es un reconocido especialista en medicina natural, una tradición heredada de los hombres de esta etnia.
El anciano dice que habla la lengua con su dios tinigua Janiniye y con sus gallinas para no olvidarlo. Sus fuerzas no le permiten ir de cacería como lo hacía antes, ni pescar con su arco y sus flechas. Sixto Muñoz es, ni más ni menos, el último heredero de una cultura, de una visión del mundo, de una lengua única. Solo él tiene los conocimientos medicinales, las tradiciones de un pueblo desaparecido.
Los tinigua habitaban las cuencas de los ríos Yarí, Caguán y Guayabero, en Caquetá. Este pueblo sufrió diversos traspiés que mermaron su población: la explotación del caucho, enfrentamientos con otras tribus y la llegada de los colonos. Pero el acontecimiento que marcó definitivamente el destino de esta etnia ocurrió en 1949. Un sanguinario bandolero, Hernando Palma, acabó con todas las mujeres fértiles y los hombres jóvenes porque no le dejaron llevarse a la fuerza a una de ellas.
Don Adriano, uno de los Fundadores de La Macarena, recuerda la tragedia: “Los encerró a todos en un rancho, los ató y los mató uno a uno haciendo tiro al blanco, quemándolos vivos y asesinando a las mujeres embarazadas y los bebés que tenían en su panza. Fue desgarrador”.
Sixto se encontraba en ese momento en San José del Guaviare. Gracias a ello fue de los pocos supervivientes de una masacre que fue el principio del fin para su etnia, su familia y su lengua. Un fin que se aceleró por vivir en una zona que se convirtió en un escenario de guerra entre los colonos, los militares, los paramilitares y la guerrilla. Frente a este panorama las posibilidades de los indígenas eran escasas: desplazarse o morir.
El anciano vive sus últimos momentos retirado de la civilización con problemas de salud y sin ningún tipo de asistencia. Aunque cada 21 de febrero algunos lo recuerdan en el Día Internacional de la Lengua Materna, por ser el único hablante de una lengua, poco ha hecho el Estado para brindarle un fin digno, a pesar de que existen leyes para proteger estas comunidades. El sabio anciano tinigua está a punto de decir adiós y llevarse con él toda su historia.
*Productor y director. Creador del documental 'La última palabra'.