En tierra de gigantes
Todo en el Cerrejón es de dimensiones descomunales. SEMANA recorrió esta gigantesca mina de carbón.
Parece una película de ciencia-ficción. Al punto que existe un mirador al que a diario van decenas de turistas para ver la inmensidad de la función. Desde allí, la mina, lejos en la distancia, parece una pista de karts por la que bajan los camioncitos, como de juguete. Por un camino que serpentea de lado a lado, se deslizan sin carga y llegan hasta una especie de retroexcavadora que llena sus lomos de piedra y polvo negro. Cuando están al tope, los camioncitos arrancan muy despacio y comienzan a subir con esfuerzo hasta llegar a unos vagones lejanos que forman la hilera perfecta de un tren que se va lejos.
Todo está en movimiento. La brisa guajira, la temperatura a fuego vivo y, allá en la distancia, esa mancha negra se ve como en juego de Lego, donde personas diminutas con casco blanco y chalecos fluorescentes parecen estar construyendo una enorme ciudad. Sin embargo, al acercarse, todo cambia. Allá abajo probablemente trabajan las máquinas más grandes de Colombia. Los camiones, tan altos como un edificio de cinco pisos, bajan por una vía hasta encontrarse con unas palas de cucharón enorme que echan 320 toneladas de carbón en un minuto y medio. El conductor acelera con fuerza y comienza a subir hasta el vagón número 100, el último del tren que partirá desde el Cerrejón hasta Puerto Bolívar, en la alta Guajira, donde un buque carguero tardará dos semanas en llegar a Europa para llevar 110 toneladas del preciado mineral.
Así se trabaja las 24 horas en la mina de carbón más grande del mundo a cielo abierto. Ubicada a hora y media de Riohacha por una carretera rodeada de desiertos, cactus y piedras que llevan al mar Caribe, en el Cerrejón se vive y se trabaja como en tierra de gigantes, ya que para sacar las más de 28 millones de toneladas de carbón el año pasado, se necesitó una herramienta proporcional para exportar a Europa, Norte y Centroamérica este mineral utilizado casi siempre para generar energía en las termoeléctricas.
El Cerrejón es como una gran ciudad donde viven muchos de los que trabajan en la mina. Llegando al municipio de Albania, vallas amarillas sobre las carreteras repiten su nombre con un eslogan que resume lo que se produce en este lugar: "Carbón para el mundo, progreso para Colombia". A la entrada, en una caseta como de peaje, personal de seguridad revisa con rigor a cada uno de los trabajadores, visitantes, residentes y turistas que hacen fila para trabajar y conocer la empresa minera.
Primero, se presenta un video institucional que explica al detalle qué se hace en el Cerrejón, cuánto se produce, cuánto se vende: "En 2005 las exportaciones de carbón fueron de 2.598 millones de dólares y a septiembre de 2006 fueron de 2.042 millones de dólares. La operación minera de Cerrejón, en el año 2000, alcanzaba una producción de 17,2 millones de toneladas; el año pasado, 2006, fue de 28,4 millones".
Después, el turista va a la acción. En buses corrientes los visitantes son llevados a un mirador, mientras que un guía explica la historia del Cerrejón, que se remonta a 1984, cuando la explotación del carbón en La Guajira se convirtió en uno de los más fuertes motores de la economía regional. Antes, la mina era del gobierno nacional y de inversionistas extranjeros. Pero desde 1999, cuando el gobierno vendió la mitad e Intercor hizo lo mismo en 2002, tres importantes consorcios extranjeros asumieron el control de ésta: Anglo American, BHP Billiton y Xstrata, empresa de la cual es accionista Glencore.
Al terminar la explicación, los visitantes se bajan a uno de los tajos, es decir, un pedazo de mina. A Tajo Tabaco, una de las seis minas, llegan entonces los turistas para ver eso que parece una pista de karts de juguete. En realidad mide ocho kilómetros de largo, tres de ancho y tiene 300 metros de profundidad. De lejos, se ven los 'camioncitos'. De cerca, se oyen los 200 camiones que pueden cargar entre 190 y 320 toneladas de peso (en tolvas que parecen la piscina de una finca de recreo), ayudados por tractores oruga, tractores llantas, cargadores descomunales y palas eléctricas que cavan el suelo para extraer el carbón.
Estos camiones se mueven gracias no sólo a la operación de una persona, sino a un equipo de mecánicos, electricistas y técnicos que reparan constantemente las piezas averiadas. En un taller tan grande como el hangar de un avión, se levanta una construcción enorme que también trabaja día y noche fundiendo láminas, cambiando repuestos, desmontando llantas, limpiando motores, ajustando resortes. Allí no hay ni uno solo autoparte de tamaño 'natural'. Sobre una de las paredes cuelgan herramientas utilizadas como destornilladores del tamaño de una raqueta de fútbol. Los motores de los camiones son tan grandes como un elefante adulto. Hay que inflar las llantas con nitrógeno, porque si se hace con oxígeno, pueden estallar.
William Campo, conductor de estos monstruos, es natural de Fonseca y lleva 23 años trabajando con Cerrejón. No conduce automóvil, pero en el Sena aprendió a manejar a la perfección los seis cambios de estos paquidérmicos aparatos tras el entrenamiento que además recibió con un simulador Hitachi, fabricante de los aparatos. Cada uno tiene dirección hidráulica, están computarizados, llevan comunicación por radioteléfono, aire acondicionado y música.
Debido a la magnitud de los aparatos que se manipulan, lo más importante en la mina es preservar la vida y cuidar la salud. En consecuencia, la prevención es uno de los pilares más importantes a seguir. Siempre hay que estar con casco, gafas industriales y zapatos con punta de acero, no vaya a ser que un pistón de algún camioncito de 100 kilos ruede sobre el pie de un empleado.
Por la fuerza requerida para poner en marcha una mina de carbón de semejantes proporciones, se podría pensar que este trabajo es exclusivo para hombres. Pero Yeraldith Beleño es un ejemplo de que el cuidado de una mujer como ella es imprescindible a la hora de arreglar un cilindro hidráulico que sirve para mover el cucharón de las palas. "Me gusta mi trabajo porque siempre vi a mi papá hacer lo mismo, pero con carros normales", dice esta joven que todos los días duerme en su casa de Albania, a 20 minutos de su trabajo. Como ella, el Cerrejón tiene 8.400 empleados, de los cuales 4.700 son empleos directos, y el resto, contratistas. Para 2007, se espera contar con 8.600 puestos de trabajo, de los cuales el 60 por ciento es de La Guajira; 30, de la Costa Atlántica, y 10, del resto del país.
Sacar carbón en cantidades gigantescas para emplear a miles de colombianos como estos y alcanzar así la mitad del PIB de un departamento como La Guajira no es tan fácil.
Aunque para Colombia es un regalo de la naturaleza encontrar una mina de carbón de estas magnitudes, para producirlo no sólo basta con perforar, recoger y vender. El carbón es el resultado de materia orgánica que se transforma por millones de años sobre un terreno en condiciones especiales, que finalmente se convierte en carbono. Este se encuentra enterrado en el Cerrejón, donde antes había una capa vegetal que albergaba especies animales, flora y fauna. Quienes hallaron la mina tuvieron que explorar el terreno y planear con biólogos, geólogos y ambientalistas qué hacer para que no se perdiera la riqueza vegetal que había en el lugar.
Hoy, la modernidad trajo consigo un arco iris perfecto que se divisa en cada uno de los tajos que se van perforando y se van reforestando: Una alfombra verde de pasto buffet sobre el que se levantan guayacanes amarillos y árboles con frutos rojos. A su lado, un suelo amarillo que se debe retirar con cuidado para volver a sembrarlo después de haberlo explorado. Después, la roca gris, que advierte la presencia de un rico yacimiento. Y por último, el negro azabache del carbón.
Para lograr una maravilla como esta, es necesario pensar en grande. Unos 31 millones de toneladas de carbón no se sacan de la noche a la mañana con herramientas regulares. Para venderlas hay que pensar cómo producirlas. Y esto sólo se hace en una tierra de gigantes.