Especiales Semana

La cumbre que definió a América

Un colombiano encontró en el Archivo Nacional del Ecuador una carta que relata el encuentro de Bolívar con San Martín en Guayaquil, y pone fin a dos siglos de mitos y polémicas.

24 de agosto de 2013

¿Qué sería de la Historia sin el azar? Es la pregunta que hoy se hace Armando Martínez, profesor de la Universidad Industrial de Santander (UIS), que hace unas semanas encontró en el Archivo Nacional del Ecuador en Quito una carta que prácticamente pone fin a dos siglos de polémicas, especulaciones, debates, estudios, tesis, ensayos, cuentos y novelas en torno a lo que se dijeron en su encuentro secreto en Guayaquil el Libertador Simón Bolívar y el emancipador de Argentina, Chile y Perú, José de San Martín.

Estos dos gigantes se entrevistaron en Guayaquil el 26 de julio de 1822, y después de tres días de conversaciones el rumbo de sus vidas cambió y con ellas, una parte de la historia de Suramérica.

Mucho se especuló acerca de por qué Guayaquil se sumó a Colombia y no se constituyó en  una nueva Nación, como quería la mayoría de sus habitantes;  por qué San Martín renunció a seguir adelante a liberar el  Alto Perú, hoy Bolivia y consagrarse así como el gran Libertador y prócer de América, ni las razones que movieron a Bolívar a asumir esta tarea y a llevar a sus ejércitos  hasta los confines del mundo hispanoamericano, algo que no estaba dentro de sus planes. 

Con esto llevó a Colombia a mantener y financiar la guerra contra los españoles dos años más. Los historiadores consideraron siempre que los dos se llevaron a la tumba  los secretos de  la entrevista de Guayaquil, que con los años se convirtió en el mayor  misterio de la historia de la independencia de esta parte del mundo. 

Pues bien, el profesor Martínez acaba de develar ese enigma, pues la carta que encontró era la pieza que faltaba. El docente, doctor en Historia de la UIS, tiene un historial brillante: ha replanteado buena parte de la historia de los Santanderes y de la revolución neogranadina de 1810, y descubrió una nueva copia del poema Delirio en el Chimborazo, que ratifica que Bolívar lo escribió.  

Martínez estaba en Ecuador recopilando información para su tesis de postdoctorado sobre el fracaso de la primera República de Colombia (1819-1830). Al pedir la caja 595 del fondo Presidencia de Quito, que solo parecía contener las órdenes y documentos de Manuel José Restrepo, se encontró que en medio de los extensos volúmenes había dos tomos de documentos del general José Gabriel Pérez, secretario general de Simón Bolívar en la campaña del sur.

Al examinarlos se encontró con una copia de la carta confidencial fechada el 29 de julio de 1822 en la que este le hace al general Antonio Sucre, entonces intendente de Quito, un resumen del encuentro por petición de Bolívar.

Como es claro que en esa época no había papel carbón ni imprentas manuales, la única forma de llevar un control de la correspondencia que se enviaba era transcribirla literalmente en el libro copiador del secretario, el mismo que se encontraba desde mediados de 1970 guardado pero mal clasificado en el Archivo del Ecuador. 

El hallazgo ha causado tanta sorpresa entre los historiadores que la propia revista ecuatoriana de historia Procesos decidió detener la impresión de su número semestral, que ya estaba prácticamente listo, para publicar esta chiva histórica, algo insólito en este tipo de publicaciones. 

La carta de Pérez ya era conocida desde finales del siglo XIX pues el historiador chileno Diego Barros Arana la menciona diciendo: “La carta de 29 de agosto de 1822 en que San Martín anunciando a Bolívar su resolución de abandonar el Perú, se refiere a la reciente conferencia de Guayaquil, es sin disputa el documento capital que nos queda sobre ella; y si bien no basta para darla a conocer en todos sus incidentes, suministra bastante luz para formarse una idea clara de los asuntos que allí se trataron i de su resultado final. Obligado a guardar una reserva absoluta sobre este negocio, no tanto por el compromiso contraído por Bolívar, cuanto por el interés de la causa americana, San Martín se abstuvo durante veinte años de hablar de estos negocios”. 

Pero como lo manifestó Martínez a SEMANA, la importancia de su logro no radica en haber descubierto una fuente inédita y nunca antes vista sino en haber hecho un “redescubrimiento de la fuente original”, que reabre un debate olvidado para la inmensa mayoría, un misterio que les sirvió a grandes escritores como Jorge Luis Borges o Ernesto Sábato para escribir sobre este tema nunca cerrado para la Historia.

La reunión
Tras liberar Venezuela y la Nueva Granada, el general  Antonio José de Sucre, comandante en jefe de la División Sur del Ejército colombiano, llegó en 1821 a Guayaquil, que había declarado su independencia, con las órdenes expresas de Simón Bolívar de lanzar desde allí la liberación de Quito.

Tras una primera derrota, en 1822 Sucre recibió el apoyo de 1.200 hombres del Ejército patriota peruano enviado por San Martín. Luego de casi cuatro meses de travesía, Sucre y su Ejército llegaron a la falda del volcán Pichincha en donde salieron victoriosos el 24 de mayo de 1822.

Una vez liberada la Real Audiencia de Quito, la única forma de derrotar a los españoles era ir hasta el alto Perú, pero en Lima estaba el general San Martín, quien había liberado a Argentina y Chile y, tras armar durante dos años a un Ejército y librar importantes batallas, había entrado victorioso a la capital del antiguo Virreinato del Perú mientras los españoles huían a Cuzco. El 28 de julio de 1821, ante una multitud en la Plaza de Armas, declaró la Independencia y fue nombrado Protector del Perú.

Además de este obstáculo había uno mayor: definir la forma de gobierno de Perú, lo que produjo un desencuentro político. Estos dos asuntos, entre otros, llevaron a los dos grandes generales a buscar encontrarse personalmente. Hasta ese momento, todos los testigos esperaban que San Martín terminara su campaña para liberar Perú, pero tras el encuentro con Bolívar en Guayaquil, decidió dar un paso a un lado, renunciar a todos sus honores y viajar a Europa, donde murió.
 
Un resultado tan inesperado hizo que los relatos sobre la reunión sirvieran para elaborar perfiles acomodaticios de las personalidades de Bolívar y San Martín, que varían significativamente según la nacionalidad del autor. De hecho, en Argentina tanto historiadores como políticos y literatos  construyeron un relato en el que San Martín fue un hombre noble y desinteresado que dejó en manos de un Bolívar ambicioso y prepotente la independencia de Perú. 

Esta versión de la cita de Guayaquil se basa en parte en el relato del edecán del protector del Perú, el coronel Rufino Guido, quien afirmó haber escuchado al general San Martín decir después de la entrevista: “¿Qué les parece a ustedescómo nos ha ganado de mano el Libertador Simón Bolívar?”. Y además, y principalmente, en una carta apócrifa supuestamente enviada por San Martín a Bolívar y transcrita por el marino francés Gabriel Lafond de Lurcy, —miembro de la armada peruana durante la independencia—,  en su libro Voyages autour du monde et naufrages célèbres.

El problema es que el original no se ha encontrado en los archivos, ni siquiera en los de Bolívar. Pero si no existe el manuscrito ¿Cómo fue posible que LaFond lograra transcribirla? Según su versión, él le pidió a San Martín documentos para escribir la verdad sobre la reunión de Guayaquil, y ese sería el origen de la famosa carta. 

La misiva, fechada el 29 de agosto de 1822 en Lima, afirma que Bolívar supuestamente se negó a asumir el comando de las tropas patriotas con la colaboración de San Martín. Ante esta situación el Protector del Perú en forma altruista le habría dicho al Libertador que una vez convocado el primer congreso de Perú se retiraría a Chile “convencido de que mi presencia es el solo obstáculo que le impide a Usted venir al Perú con el ejército de su mando”.

El texto también afirma que lamentó no haber terminado  “la guerra de la independencia bajo las órdenes de un general a quien la América debe su libertad”, lo que le  hubiera causado una de las mayores felicidades de su vida.

A partir de esta carta los historiadores e intelectuales más afamados de la Argentina del siglo XIX difundieron un relato en el que, con la intención de exaltar la nacionalidad y el patriotismo propios, se ensalzaba la imagen de San Martín en desmedro de la de Bolívar. El primero de ellos fue el escritor y presidente argentino Domingo Faustino Sarmiento, quien además de basarse en unas conversaciones que tuvo con San Martín, utilizó la carta de LaF ond de Lurcy para escribir el discurso que pronunció en el Instituto Histórico de Francia, el 1 de julio de 1847. 

En este retrata a Bolívar como un hombre ambicioso de gloria y de poder frente a un San Martín noble, capaz de ponerse a las órdenes del Libertador. Afirma que el bonaersense, para solucionar las dificultades entre ambos, le dijo: “Y bien, general, yo combatiré bajo sus órdenes. No hay rivales para mí cuando se trata de la independencia americana. Esté usted seguro, general, venga al Perú; cuente con mi sincera cooperación; seré su segundo”. 

En su libro, Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana, el historiador y también presidente argentino Bartolomé Mitre hizo eco de las interpretaciones de LaFond y Sarmiento. Y así, durante buena parte de la primera mitad del siglo XX, la versión argentina dominó el panorama cultural latinoamericano, hasta que en 1952 el historiador venezolano Vicente Lacuna publicó en su libro La entrevista de Guayaquil: El restablecimiento de la verdad histórica en el que publicaba la carta del secretario Pérez con el propósito de reestablecer la verdad de lo sucedido y defender la imagen vilipendiada del prócer venezolano.

En vista que Lacuna no pudo mostrar la carta, la Academia de Historia de Argentina se trenzó en una guerra a muerte con sus colegas venezolanos. Hasta el gran Jorge Luis Borges, apasionado de los enigmas y documentos perdidos, decidió escribir en El informe de Brodie un cuento titulado Guayaquil, que recrea, a raíz del descubrimiento ficticio de varias cartas del Libertador, los pormenores de la entrevista del puerto del Guayas. 

El protagonista, quien ve los documentos,  dice sobre la decisión de San Martín de renunciar a la gloria: “Las explicaciones son tantas… algunos conjeturan que San Martín cayó en una celada; otros, como Sarmiento, que era un militar europeo extraviado en un continente que nunca comprendió; otros, por lo general argentinos, le atribuyen un acto de abnegación; otros de fatiga. Hay quienes hablan de la orden secreta de no sé qué logia masónica”.

Incluso en marzo de este año el periodista colombiano Mauricio Vargas publicó su novela Ahí le dejo la gloria, en la que recrea lo que se dijeron, en medio de un ambiente de conspiración y traiciones, los dos grandes libertadores de Suramérica. Una de las virtudes de esta novela es que incorpora al texto la carta publicada por Lecuna en 1952.

La carta
Al contrario de todo lo dicho, la carta de Pérez muestra que el encuentro entre San Martín y Bolívar fue cordial. De igual manera la reunión no giró en torno a si Guayaquil  debía ser independiente o anexarse a Colombia, sino al futuro de Perú. De hecho, el viejo general austral sabía que Bolívar y sus tropas habían ya resuelto esta discusión a su favor.

La otra sorpresa de la carta enviada a Sucre está en que los dos libertadores estuvieron en desacuerdo sobre el tipo de gobierno que debía regir en el Perú independiente.  San Martín, según Pérez, se quejó “mucho del mando y sobre todo de sus compañeros de armas que últimamente lo habían abandonado en Lima. 

Aseguró que iba a retirarse a Mendoza; que había dejado un pliego anexo para que lo presentasen al Congreso renunciando al Protectorado (de Lima) y que también renunciaría a la reelección que contaba se haría en él; que luego de ganar la primera victoria se retiraría del mando militar sin esperar a ver el término de la guerra; pero añadió que antes de retirarse pensaba dejar bien puestas las bases del gobierno, que no debía ser democrático porque en el Perú no conviene y dijo que debería venir de Europa un príncipe solo y aislado a mandar”.

Bolívar se opuso y dijo que ni a América ni a Colombia le convenía introducir príncipes europeos, que eran ajenos a las masas y que se opondría a ello, salvo que el pueblo decidiera algo así. Frente a esta oposición y a la defensa que Bolívar hizo de la democracia y del Congreso de Angostura, San Martín dijo que el principado podría venir después.

San Martín elogió la idea de crear la Federación de los Estados Americanos, que Chile no tendría problema en entrar pero sí Buenos Aires, y se ofreció a tramitar un arreglo de límites entre Colombia y Perú. Al final, tras ofrecer toda su ayuda en espera que Colombia hiciera lo mismo con Perú, el Protector dejó en claro que la reunión fue una visita sin carácter oficial y sin ningún objeto político y militar.

Tras su encuentro, a Bolívar le quedó claro que San Martín no tenía ni las fuerzas ni el apoyo militar para asumir la victoria final sobre los españoles, que tenían una fuerza importante en el virreinato más rico y contaban con una aristocracia poco afecta a las ideas republicanas. Como había que neutralizar esta amenaza, Bolívar decidió reclutar 4.000 nuevos hombres que se unieron al Ejército de 5.000 veteranos que había llevado, para ir al alto Perú. Dos años después, y tras varias batallas, las de Ayacucho y Tumulsa pusieron fin a la guerra contra los españoles.

“La carta confirma la sospecha que existió siempre acerca de la posición monarquista de San Martín, algo que no era extraño si se tiene en cuenta el fracaso de los primeros años de la experiencia democrática en Argentina. Incluso Brasil y México decidieron experimentar el camino monárquico constitucional”, dice Martínez.

La campaña del sur, al contrario de lo que se podría pensar, dejó más problemas que réditos. La Nueva Granada, Venezuela y las provincias del actual Ecuador tuvieron que financiarla a un alto precio para sus economías, lo que tuvo un precio para su estabilidad política. De hecho, la deuda de guerra causaría tensiones, enemistades y conflictos futuros entre Perú y Ecuador. 

Lo paradójico de todo esto es que Bolívar promovería en Bolivia una constitución cesarista y permitiría que algunos de sus ministros hicieran gestiones preliminares para traer un príncipe francés para que gobernara a Colombia. Y que la gloria que supuestamente alcanzaría al liberar a la América hispana no fue mucha, pues al final de sus años terminó rechazado por los países que liberó.

En medio de todo lo que se ha escrito y especulado sobre lo sucedido en la entrevista de Guayaquil, la carta deja en claro, para decepción de los argentinos, y posiblemente para alegría de bolivaristas, que la expulsión de los españoles de Perú era para Bolívar, más que una cuestión de orgullo y de ansias de poder, un asunto de urgente estrategia militar.  Porque la independencia que había logrado para Caracas, Nueva Granada y Quito estaba menos que asegurada.