La flor rebelde
En una época en la que la única función de la mujer era tener hijos y cuidar su hogar, María Cano rompió todos los esquemas y se convirtió en una pionera que luchó por los derechos de los obreros y de las mujeres del país.
Maria Cano sobresale entre las mujeres colombianas del siglo XX, a pesar de haber tenido una figuración pública muy corta a final de los años 20 y comienzos de los 30. Las ha habido con mayor olfato político, o más intelectuales, o mejores poetisas, para no hablar de otras mujeres que se han destacado por rasgos menos nobles. Pero sólo ella logró expresar en tan breve lapso -escasamente un lustro- el potencial de una mujer cuando se rebela.
María de los Angeles Cano Márquez nació en Medellín el 12 de agosto de 1887 en el seno de una familia acomodada mas no rica. Su padre, Rodolfo Cano -familiar de los fundadores de El Espectador- era un típico liberal antioqueño decimonónico: combinaba catolicismo con librepensamiento, a lo que agregaba ciertas dosis de espiritismo. De esta forma María creció en un ambiente de tolerancia religiosa y de cosmopolitismo cultural.
Cuando tenía 23 años sus padres murieron casi en forma simultánea, lo que estrechó la solidaridad entre las tres hermanas Cano Márquez que habitaban por aquel entonces en una central casa en Medellín. Tanto por la actividad literaria de María como especialmente por la labor fotográfica de Carmen Luisa y las sesiones espiritistas de 'La Rura' -apodo con que se conocía a María Ramona Antonia de Jesús- dicha vivienda fue siempre un espacio abierto por el que desfilaron intelectuales, obreros, mujeres de todas las condiciones, muchachos curiosos y uno que otro detective. No faltaban tampoco las visitas de familiares igualmente inquietos por los acontecimientos del mundo y el país, como sus primos Luis Tejada Cano, y Jorge y Tomás Uribe Márquez.
Flor del trabajo
Desde comienzos de los años 20 María Cano se había vinculado a círculos literarios disidentes, en los que se filtraba simpatía por la revolución rusa. Asidua lectora en la Biblioteca Departamental, entró en contacto con el amplio público que allí acudía. Al poco tiempo inició acciones de solidaridad -no muy políticas por cierto- en los barrios pobres de la periferia. Por ello, en 1924 los obreros de Medellín la escogieron como la Flor del Trabajo -una especie de reina de los proletarios pero proyectada a la acción social-.
Con el ánimo de conocer a los trabajadores y empaparse de sus luchas dio origen a sus célebres giras por Antioquia y el país. Paralelamente se relacionó con quienes agitaban las ideas socialistas en nuestro medio, algunos de ellos familiares suyos. En el Tercer Congreso Obrero reunido en Bogotá en noviembre de 1926 ingresó a la directiva del recién creado Partido Socialista Revolucionario (PSR) y se le confirió el título de Flor Nacional del Trabajo al que ella rápidamente le dio un carácter rebelde.
En sus giras nacionales recorrió los puertos del río Magdalena, los enclaves mineros, petroleros y bananeros, así como las principales ciudades que concentraban actividades artesanales e industriales. A pesar de la hostilidad de las fuerzas policiales del régimen conservador y de los prejuicios de la sociedad pacata del momento, logró difundir su ideario revolucionario ante las multitudes que salían a su encuentro. Transformó la inicial actividad literaria en una prolífica labor como productora de textos agitacionales y discursos incendiarios. En ellos María apelaba más al sentimiento que a una fría teoría o a una pesada retórica política.
Con las derrotas del socialismo en la huelga de las bananeras a fines de 1928, en la fallida insurrección de junio del año siguiente y en la pírrica participación en las elecciones presidenciales de inicios de 1930, se impuso la autocrítica en el seno de la organización revolucionaria. María Cano, junto con Tomás Uribe e Ignacio Torres Giraldo -su compañero de luchas en esos años- fueron víctimas de la purga interna. El naciente Partido Comunista los marginó bajo la acusación de "putchistas" y "aventureros". Aunque molesta por esta exclusión, María continuó su labor de educación obrera y de solidaridad con los conflictos laborales, pero con un bajo perfil que mantendría hasta el final de sus días.
Retornó como funcionaria a la Biblioteca Departamental y en apariencia se sumió en una existencia gris de la que salió sólo en momentos coyunturales como ocurrió en los homenajes que se le brindaron en 1945 y 1960. Sus escritos fueron cada vez más esporádicos y no culminó la tarea de publicar sus memorias. La muerte de su hermana Carmen Luisa en 1963 la dejó más huérfana que nunca y, cuatro años después, la acompañó en ese último y definitivo paso.
Una vida, un legado
Más allá de los grandes rasgos de su biografía es necesario abordar el legado de María Cano. Su trascendencia reside en que en pocos años condensó la rebeldía de una mujer socialista de 'clase media'. Fue una triple ruptura con el sector social del que provenía, con el papel femenino que se le exigía cumplir y con las formas de militancia revolucionaria. Son dimensiones tan imbricadas en su vida que es difícil aislarlas.
Si bien su hogar no era lujoso, tampoco era pobre. Aunque es un anacronismo hablar de clases medias en la Colombia de fines del siglo XIX -apenas se constituyen a mediados del XX-, la expresión permite ubicar a sectores urbanos no muy numerosos, pero importantes por la labor intelectual, profesional y burocrática que desempeñaron.
Romper con ese tipo de posición social no era fácil en los años de la hegemonía conservadora (1886-1930). En esa época, más que hoy, ser revolucionario implicaba quedar en la penuria económica, en medio del ostracismo social y al margen de los poderes políticos, académicos y religiosos.
En el caso de María ayudó la herencia radical de sus padres, la inclinación revolucionaria de algunos familiares y, por supuesto, el apoyo que le dieron sus hermanas. Además, en contraste con nuestra época posmoderna, en los años 20 el socialismo era todavía una utopía por construir que atraía a las mentes deseosas de cambio radical. Sin esa motivación María Cano y la generación rebelde que la acompañó difícilmente hubieran aguantado la persecución oficial y sobre todo la indiferencia ciudadana, fruto seguramente de muchos años de restauración teocrática y autoritaria.
Si ser socialista en esos años no fue algo fácil para un hombre, para una mujer era más complicado. Independientemente de su rango social, ella estaba excluida del mundo público. No podía ocupar cargos oficiales, ni participar en elecciones. Tampoco le era permitido estudiar en la universidad y ni siquiera podía disponer de sus dineros a su libre voluntad -cosa que parcialmente se lograría en 1932-. En síntesis, el mundo femenino se circunscribía a la esfera privada del hogar. Su única función era ser sustento de la familia, núcleo de la sociedad según el pensamiento conservador y patriarcal.
Por ello resulta sorprendente que la gran agitadora de una expresión política renovadora haya sido una mujer. Pero, a su vez, es explicable que en una sociedad tan cerrada hubiese sido muy atractiva la rebeldía femenina. Aunque pudo obrar algo de curiosidad en las multitudes que se le acercaron, sin duda la ruptura de María con las imágenes femeninas de su época significó mucho más que un efímero espectáculo. De ahí la preocupación que Alfonso López Pumarejo expresara en carta a un copartidario: "María Cano nos ha colocado a usted y a mí, como a los demás liberales de Colombia (.) en una posición muy desairada. Confesémoslo cándidamente. Nosotros los liberales jamás nos habríamos atrevido a llevar al alma del pueblo la inconformidad con la miseria". (El Tiempo, 26 de abril de 1928).
De ideas propias
Las rupturas de clase y de género justificarían sobradamente la trascendencia histórica de María Cano. Pero hay una tercera que generalmente no se tiene en cuenta y que es central para comprenderla. Se trata de su lucha por ser una mujer socialista con ideas propias en el seno de una organización revolucionaria en gestación. No se puede decir que ella haya sido una disidente, pero tampoco fue una militante normal y normalizada. Esto se debió en gran parte a que era mujer y a que no llegó joven al socialismo. Contaba con 38 años cuando emprendió las giras revolucionarias. Por eso tal vez Tila Uribe, hija de Tomás Uribe, la recuerda como una mujer segura de sí misma.
Dentro del núcleo inicial de socialistas María Cano trató de mantener su forma particular de ver la vida. Mucho se le criticó el tono sentimental y emotivo de sus discursos, y aun su forma de vestir. A todo eso se resistió con el mismo vigor con que denunciaba al establecimiento. Incluso afrontó una soledad afectiva en contraste con las parejas que pululaban en la izquierda. Sin embargo, sucumbió ante la exclusión de la militancia y, sin abandonar sus ideales, se fue encerrando en su mundo interior.
Las tres rebeldías que con coherencia había manejado dejaron de ser públicas. Su vida se asemeja a una vela que por arder rápido se va apagando, pero que alcanza a iluminar a sus contemporáneos y a generaciones posteriores.