LA NUEVA DERECHA
El nuevo Presidente es un neoliberal y los problemas que tendrá no van a ser pocos
SI LE PREGUNTARAN A CÉSAR GAVIRIA SI él representa a la nueva derecha colombiana, seguramente diría que no. Como buen político, el presidente se definiría como un hombre pragmático, a quien no le gustan los rótulos. Pero no hay que enganarse. Aunque no lo acepte, César Gaviria representa en Colombia la llegada del poder de la nueva derecha.
Su arribo a la Casa de Nariño significa mucho más que un cambio generacional. En realidad representa el viraje ideológico más importante que se ha visto en Colombia en el último medio siglo.
Porque lo cierto es que desde López Pumarejo y la Revolución en Marcha el país se montó en la onda del centro-izquierda y de la intervención estatal.
Aunque los gobiernos nunca fueron Ideológicamente radicales, siempre consideraron una obligación rendirle culto a estos principios. No solamente los liberales, pues el gobierno más de izquierda que ha tenido el país en el último cuarto de siglo ha sido el de Belisario Betancur. Y hace apenas dos años Misael Pastrana le agregó al nombre de su partido la palabra "social", pensando que un toquecito de izquierda le daría votos. La palabra "derecha" estaba proscrita en el país, y ni siquiera Alvaro Gómez se atrevió a utilizarla una sola vez en sus tres campañas presidenciales.
Hoy la palabra sigue proscrita, pero las ideas no. Y aunque Gaviria nunca utilizó la palabra "derecha" en su campaña, significa mucho el que haya sido el primer candidato liberal desde Olaya Herrera, en llevar a cabo una campaña presidencial sin mencionar ni una sola vez la palabra "izquierda". Es un reconocimiento de que nuevos vientos soplan, no sólo en el mundo sino en Colombia. Y todo eso lo encarna César Gaviria Trujillo, el pereirano que esta semana se convierte en el nuevo inquilino de la Casa de Nariño.
Pero, ¿qué es en la práctica ser de la nueva derecha? Básicamente consiste en reconocer que el enfrentamiento ideológico que ha dominado el siglo XX, la confrontación entre el capitalismo y el comunismo, ya terminó. Y que el resultado no fue tanto el triunfo del primero como el fracaso total del segundo. Es decir, del comunismo. Considerar que ha sido demostrado que el Estado no puede solucionar los problemas de los ciudadanos y que el pragmatismo y el realismo han reemplazado a las ideologías. Que, contrario a lo que decía Marx, el paso del tiempo comprobó que el comunismo no el capitalismollevaba consigo el germen de su propia destrucción. Y que, 200 años después de su muerte, las tesis de Adam Smith siguen teniendo plena vigencia.
El nuevo clima ha sido resumido por Francis Fukuyama, un norteamericano de origen japonés, quien hace unos meses revolucionó el mundo de las ideas con un artículo llamado "¿El fin de la historia?". En él Fukuyama sostiene que el liberalismo democrático ha trinufado sobre las otras ideologías por la simple fuerza de los hechos.
El éxito económico de Japón, Norteamérica y Europa occidental sobre los otros sistemas ha sido tan abrumador que ahora los izquierdistas se han vuelto vergonzantes. Los pocos que defienden todavia el comunismo y la propiedad colectiva son mirados como seres extraños. Fidel Castro, quien durante muchos años fuera el ídolo de las juventudes de todos los países, es ahora visto con desdén como el más anacrónico de los dictadores del Caribe.
LA NUEVA OLA
La oleada de reno vación se inició hace una década, cuando Ronald Reagan y Margaret Thatcher asumieron una cerrada defensa del capitalismo y desempolvaron el ideario conservador para el manejo de la economía y de la sociedad, dando lugar a un movimiento intelectual y político que los observadores internacionales empezaron a denominar como la nueva derecha.
El éxito de estas ideas fue tan grande que viejos ideólogos del socialismo, como Francois Mitterrand y Felipe González, no tuvieron más remedio que imitarlas. Un fantasma comenzó a recorrer a Europa: las privatizaciones. Amparados en lo que desde entonces se ha venido llamando "el pragmatismo", gobernantes de todas las vertientes asumieron el desmonte del Estado como una tarea prioritaria.
El movimiento fue tan fuerte que logró sacudir los cimientos de las aparentemente sólidas economías de Europa del Este. Hungría dio los primeros pasos. Pero la que más rápidamente avanzó fue Polonia, donde la fuerza del sindicato Solidaridad permitió acelerar reformas que harían revolcar a Stalin en su tumba. Hoy Polonia ejecuta un plan de ajuste formulado por uno de los ideólogos del capitalismo moderno el profesor de la Universidad de Harvard Jeffrey Sachs (el mismo que redujo la inflación en Bolivia del 20 mil al 1 por ciento). Eso sin hablar de Alemania oriental con su muro caído o de Checoslovaquia y sus privatizaciones.
Prácticamente todos los países de la "cortina" se apresuran a adoptar los principios de la economía de mercado.
A LOS TRANCAZOS
En América Latina las nuevas ideas tardaron en llegar. El viejo cinturón de castidad impuesto por la Cepal para proteger el mercado interno de las economías de la región resultó más duro de violar de lo que muchos pensaban. Con la única excepción de Chile, cuyos logros económicos se veían opacados por el carácter de su régimen político, los demás países seguían aferrados al viejo esquema de la sustitución de importaciones.
Dos hechos incidieron, sin embargo, para que las cosas empezaran a cambiar. El primero fue la explosión de la bomba de la deuda externa. Las enormes sumas recibidas por los países de la región en los años 70, sin que sus habitantes sintieran ningún tipo de mejoría en su nivel de vida por el contrario, el producto por habitante disminuyó en casi todos los países minaron la confianza en la capacidad del Estado para resolver los problemas de la gente.
El segundo, consecuencia del anterior, fue la creciente influencia de los organismos de crédito multilateral en el diseño de las políticas económicas de los países endeudados. Los programas de ajuste exigidos por el Fondo Monetario Internacional y por el Banco Mundial para respaldar la renegociación de las acreencias con la banca comercial, tenían como eje central la disminución de la presencia del Estado en el manejo económico y la exigencia de una mayor apertura a las corrientes de la economía mundial.
Al principio tales programas fueron adoptados a regañadientes, como una imposición externa. Con el tiempo, sin embargo, fueron siendo aceptados como la única solución a los problemas derivados del largo aislamiento en que vivieron las economías de la región. Y el pragmatismo se impuso también en América Latina.
CAMBIO DE CAMISETA
El proceso, por supuesto, no ha estado exento de sorpresas. La mayor de todas probablemente sea la de México. En un lapso de dos años el presidente Carlos Salinas de Gortari hechó por la borda más de medio siglo de intervencionismo estatal y de cerrado nacionalismo. El máximo dirigente del Partido Revolucionario Institucional no sólo se atrevió a tocar poderosas empresas estatales como Pemex y a nacionalizar la banca, sino que firmó un acuerdo con sus "odiados" vecinos del norte para establecer. en el mediano plazo, una zona de libre comercio entre los dos países.
No menos llamativo es lo que ha sucedido en Argentina, al otro extremo del continente. Cuando todo el mundo temía que con la llegada al poder de un viejo peronista como Carlos Menem el populismo hiciera nueva mente de las suyas en la nación austral, el presidente sorprendió a todo el mundo con una política económica de corte totalmente ortodoxo. Es más, su primer ministro de Economía fue uno de los industriales más prominentes del país. Y no ha vacilado en privatizar teléfonos, ferrocarriles y líneas aéreas.
Si de cambio se trata, no obstante, nada más aleccionador que lo que viene ocurriendo en Venezuela. Un viejo "cepalino" como Carlos Andrés Pérez, quien durante su primer gobierno desarrolló una política de corte nacionalista que incluyó la salida del país de las multinacionales petrolerases hoy uno de los: más cerrados defensores de la ortodoxia económica pregonada por los organismos de crédito. Y, al igual que en México y Argentina, le ha dado gran prioridad en su programa de gobierno a la liberación de los mercados y a la política de privatizaciones.
Otro ejemplo de los cambios que vienen produciéndose a nivel continental en olvidar, por supuesto, el caso de Brasil, cuyo presidente representa mejor que ningún otro la corriente neoliberal que campea por el continente es el de Perú. Las primeras medidas anunciadas por el nuevo presidente Alberto Fujimori, fueron la desnacionalización de los bancos y la reinserción del Perú en el sistema financiero internacional. Dos propuestas que fueron caballito de batalla de Mario Vargas Llosa, uno de los más connotados representantes de la nueva derecha en América Latina. Su ministro de Hacienda, además, es un connotado representante del sector privado.
En su discurso de posesión Fujimori despejó todas las dudas. Con Alan García desapareció el último bastión del populismo que quedaba en la región. El estruendoso fracaso del Apra en la conducción de la economía peruana demostró que los tiempos no están para políticas autárquicas y que la única forma de recuperar el tiempo perdido es aceptando que también a nivel económico el mundo se ha convertido en la gran aldea que anunciaba McLuhan en el campo de las comuniciones.
NUNCA ES TARDE
A Colombia la corriente mundial tardó en llegar. El comportamiento relativamente estable de la economía y el fuerte monopolio ideológico ejercido por Carlos Lleras y sus amigos "cepalinos", como Hernando Agudelo Villa y Abdón Espinosa Valderrama, fueron factores que retrasaron el arribo de las nuevas ideas. Este retraso obedeció en parte al hecho de que en Colombia, a diferencia de otros países del continente, las ideas de la Cepal nunca se combinaron con el populismo. No se produjeron por lo tanto, desbordamientos a catástrofes económicas. El manejo de la economía siempre fue prudente y ortodoxo, lo que se tradujo en índices económicos más sanos que los de los países vecinos. Como por comparación Colombia nunca ha estado mal, no se creó una conciencia de que no estar mal no significaba estar bien. Y que para salir del subdesarrollo se requier una economía mucho más dinámica que la que produjo el esfuerzo de 20 años por llevar a cabo una sustitución de importaciones. Poco a poco, empero, y a medida que fueron llegando a país profesionales formados en las universidades de Inglaterra y Estado Unidos, el nuevo ideario se fue abriendo paso.
Mientras hace una década, con la rara excepción de personajes como Hernán Echavarría Olózaga, nadie se, atrevía a hablar públicamente de capitalismo, de inversión extranjera o de privatización de empresas estatales, ahora hay un grupo definido de políticos y pensadores que propagan abiertamente esas ideas. Simultáneamente se pródujo un fenómeno similar: la palabra izquierda desapareció del lenguaje político nacional. En la pasada campaña electoral no sólo Gaviria negó cualquier vinculación con ella. Hasta el M-19, que durante 15 años combatió con las armas al establecimiento, decidió eliminar la palabra de su discurso. Y, como cualquier tecnócrata moderno, el candidato Navarro Wolf prefirió hablar de Swaps (conversión de deuda externa).
A pesar de que no conforman un círculo homogéneo, los defensores de las nueva ideas coinden tantas veces en lo que dicen que ya la gente los identifica como los gurúes de la nueva derecha colombiana, aunque a ellos no les gusta el calificativo. El término derecha en Colombia constituye una especie de estigma asociado a los fenómenos de violencia que ha vivido el país.
Desde la época de Laureano Gómez hasta el surgimiento de los más recientes grupos paramilitares, los colombianos han identificado la palabra derecha con los métodos de la guerra sucia. A un nivel más filosófico algunos de los exponentes del nuevo movimiento consideran que el término remite a la idea de una sociedad conservadora tradicional, basada en privilegios de las clases más adineradas y a una falta de respeto por la inteligencia de los más débiles.
Lo cierto, sin embargo, es que el nuevo movimiento se diferencia radicalmente de esa vieja derecha doctrinaria y ultraconservadora de las épocas pasadas.
Sus integrantes defienden la democracia por encima de todo, tienen una concepción civilista de la sociedad y rechazan la violencia como fórmula de solución de los conflictos sociales. Se identifican por su defensa del individuo y la economía de mercado, así como por varios "antis": anticomunismo, antipopulismo, antitercermundismo, antisindicalismo y, por encima de todo, antiestatismo. Aunque no todos le dan el mismo énfasis a cada uno de los puntos anteriores, hay un nexo que los une: creen que el capitalismo es el mejor sistema posible para garantizar el bienestar del individuo y el desarrollo económico. Los neoderechistas se consideran hombres pragmáticos, para los cuales es casi indiferente la formación ideoló gica o la filiación partidista. Por ello al nuevo movimiento pertenecen liberales, conservadores e izquierdistas conversos.
LOS QUE SON
El símbolo de todo esto en Colombia es hoy por hoy César Gaviria. En un país donde todo se medía con base en el año 1936, Gaviria ha desarrollado un discurso político que no hace referencia a nada anterior a 1980. Y ya los observadores consideran que el nuevo mandatario está dispuesto a no dejar que Colombia se retrase más con respecto a los vientos que soplan hoy a nivel universal: los de la nueva derecha.
Gaviria, como ministro de Hacienda, ya había dado los primeros pasos hacia un nuevo rumbo. Fue el autor de una audaz reforma tributaria, cuyo contenido, según los analistas, estuvo inspirado en las mismas tesis aplicadas por el presidente Reagan en los Estados Unidos en la década pasada. Y su intención declarada para el cuatrienio que se inicia es profundizar al máximo el proceso de apertura económica y de modernización del aparato productivo iniciado por su predecesor.
Para eso el Presidente se ha rodeado de un equipo de personas formadas en el nuevo ideario liberal. Aun el nombramiento de Ernesto Samper en el Ministerio de Desarrollo, que para muchos fue una sorpresa por la tradición populista de izquierda del joven dirigente bogotano, encajaría en esa política. Según observadores consultados por SEMANA, Gaviria no sólo quiere modernizar al país sino también a Samper.
Con los grandes retos que tiene por delante en materia de apertura y privatizaciones, el Ministerio de Desarrollo es el vehículo más apropiado para que Samper deje de ser un "coco" para los empresarios del país y pueda tener el camino despejado para el si guiente cuatrienio. Hay observadores que aseguran, incluso, que el nombramiento en ese cargo fue solicitado por el propio Samper, con esas intenciones.
Sobre el resto del equipo económico no hay dudas. Con Rudolf Hommes y sus asesores el país seguirá en la tradición ortodoxa más reciente, inaugurada por Roberto Junguito y cantinuada por el propio Gaviria y Luis Fernando Alarcón en el Ministerio de Hacienda, y por Francisco Ortega y sus muchachos en el Banco de la República.
A otro nivel ganarán importancia dos comentaristas económicos que han estado entre los más activos en la defensa pública de las nuevas ideas: el liberal Carlos Caballero y el conservador Jorge Ospina. El primero desde sus columnas de El Tiempo y la Revista Credencial, y el segundo desde La Nota Económica han sido los más arduos defensores de la economía de mercado. A finales de 1989 Ospina publicó un libro llamado "Hacia un nuevo conservatismo", buena parte del cual está dedicado a resaltar la importancia de "reducir el tamaño del Estado, para concentrarlo en sus funciones básicas y devolverle a la iniciativa privada su rol como motor de la actividad económica" . En el mismo libro Carlos Caballero hace referencia, en el prólogo, a una de las características de la nueva derecha: "La preocupación por diferenciar entre ideas conservadoras liberales no es hoy en día tan intensa como hubiera podido serlo hace medio siglo (...) Porque en el fondo los principios liberales no se apartan radicalmente de los conservadores".
En la gran prensa también hay otras voces que pregonan el triunfo del pragmatismo y las bondades del sistema de mercado. Columnistas como Plinio Apuleyo Mendoza, Juan Diego Jaramillo y Carlos Lemos han hecho correr ríos de tinta defendiendo las ventajas de la libertad individual sobre la acción "perniciosa" del Estado. No obstante, el más influyente de todos nunca firma sus artículos. Se trata del sub director de El Tiempo, Juan Manuel Santos, quien desde los editoriales del principal diario del país defiende cotidianamente el nuevo dogma y le tira rayo a cualquier oveja negra.
Detrás de todos ellos, con menos circulación pero con una profunda influencia en los círculos intelectuales, está la Revista de Ciencia Política, dirigida por Tito Livio Caldas, y cuyas columnas recogen el pensamiento de los principales adalides del nuevo movimiento en América Latina.
Pero la nueva derecha no se detiene ahí. También al Congreso han llegado los abanderados del cambio. Diego Pardo Koppel y Fernando Botero Zea, en el Senado, y Enrique Peñalosa, en la Cámara, son claros ejemplos de los nuevos vientos. Pardo realizó su campaña atacando al Estado y defen diendo las privatizaciones, mientras que Peñalosa ha escrito ya dos libros promoviendo el capitalismo como "la mejor opción".
Una mirada a los proyectos de ley que se han presentado en los pocos días que van de la actual legislatura confirma que, con los vientos renovadores que soplan por todas partes, en el Parlamento la cosa es hoy a otro precio.
El caso más llamativo es el de la iniciativa para reformar la legislación laboral, presentada por el senador liberal Alvaro Uribe Vélez. Aunque la idea no es nueva, esta es la primera vez que temas tan espinosos como el desmonte de la retroactividad de las cesantías y el despido a los 10 años de trabajo tienen probabilidad de salir adelante.
EN NUEVO GIRO
Toda esta nueva ola debe traducirse en cambios concretos. Para bien o para mal, la Colombia del año 2000 estará delineada por lo que haga o deje de hacer la nueva derecha. En lo político, ello significará un viraje radical en materia de orden y justicia, una mayor autonomía de las regiones, una pluralidad política más grande, una redefinición de las relaciones con los organismos sindicales y un realineamiento en materia de política internacional. A su vez, en lo económico habrá una reducción del peso del Estado, una disminución de las trabas burocráticas, una mayor inserción en la economía mundial, un mayor juego para el sector privado, una promoción a la democratización accionaria, una política agresiva de búsqueda de inversión extranjera y un fuerte énfasis en la construcción de vías de comunicación y demás obras de infraestructura.
El proceso, sin embargo, no estará exento de fricciones. Y el escenario donde la confrontación será más fuerte es el de la apertura económica. Para nadie es un secreto que el monopolio y el oligopolio desempeñan un papel determinante en la economía colombiana y que cualquier medida que pueda lesionar los privilegios que tienen hoy ciertas industrias va a encontrarse con una fuerte oposición. Falta ver, además, si éste y los gobiernos siguientes están tan convencidos de lo que dicen como para aguantar la impopularidad de los despidos y cierres de industrias que puede ocasionar el proceso de apertura.
También habrá una pelea fuerte sobre el tema del Estado. A pesar del escándalo permanente que algunos de los columnistas mencionados arriba hacen sobre las "malignas" consecuencias de la intervención estatal, los neoderechistas no han podido ponerse de acuerdo entre ellos sobre hasta dónde puede llegar ésta en una sociedad moderna. Como dice uno de sus filósofos de cabecera, el austriaco Karl Popper, "eI Estado es un mal necesario" y lo que hay que tratar es de que sus poderes "no se multipliquen más allá de lo necesario".
Según los teóricos del movimiento, el Estado debe legislar para evitar los abusos del sector privado, subsidiar a los estratos más pobres de la población y proveer seguridad y orden. Este último es un punto vital para varios integrantes del movimiento. "En Colombia creímos que el problema de la criminalidad se resolvía con el desarrollo económico. Pero nos olvidamos que aun los países más ricos necesitan cada vez más policía y más aplicación de las normas legales. Aquí lo que necesitamos es rescatar el orden para que se demuestre que los colombianos se pueden comportar en su país tambien como lo hacen cuando viajan al extranjero", de acuerdo con Enrique Peñalosa.
Algido todavía será el tema de las privatizaciones. Aunque son pocos los que se oponen a la privatización de Colpuertos o de ciertos servicios del Seguro Social ambios anunciados por Gaviria la discusión sube de tono si se habla de empresas bandera como Telecom o Ecopetrol. La experiencia inglesa sugiere que a la larga el monopolio privado resulta peor que el público. De allí que muchos analistas consideren que a lo único que se puede aspirar es a que, en algunos casos, aparezcan formas de competencia que le disputen al Estado la prestación de un servicio público. El caso más conocido es el de los servicios de correo privado que han florecido tanto en Colombia como en el resto del mundo.
Pero el cambio también tendrá que pasar por las personas. A nivel del empleado medio Colombia sigue siendo el país del tramlte y del papeleo. En teoría, hay una cantidad de gestiones que se han simplificado, ante la conciencia de que el Estado simplemente no funciona. Pero en la práctica la historia es otra. Todavía el empleado público conserva la mentalidad del no se puede. En el caso el sector privado la situación no es muy diferente. Aunque ha ido creándose una clase exportadora que entiende que hay que competir, lo cierto es que la mayoría de la industria se ha acostumbrado a la comodidad que da el tener un mercado interno asegurado. Debido a la falta de competencia los productos manufacturados en el país tienen muchas veces problemas serios de calidad y la tecnología que se utiliza es definitivamente obsoleta.
El otro gran problema es la clase política. Por más retórica sobre la modernización y la reducción del tamano del Estado, lo cierto es que son escasos los congresistas, diputados o concejales que aceptan la eliminación de cargos brocráticos debido a que estos son los que les dan fortaleza electoral.
Pero los pragmatistas no se intimidan. Teniendo en cuenta que la nueva derecha se mueve en el mundo de lo posible, sus defensores sostienen que el cambio irá lográndose poco a poco. En esa apreciación pueden estar acertados. A pesar de su tradición, lo cierto es que el país ha venido aceptando que las condiciones en que se movía el mundo han variado. La apertura, con todo y sus enemigos, no se puede calificar de impopular. La defensa del sector privado tiene hoy mucho más acogida que cualquier retórica sobre el papel del Estado como motor del desarrollo.
Es con base en esos puntos como César Gaviria comienza su período presidencial. A la cabeza de un cambio generacional que no se veía en Colombia desde hace más de medio siglo, el nuevo mandatario no trae consigo sólo caras, sino también ideas frescas. Si esos planteamientos son o no los adecuados es cosa que se verá. Pero por lo pronto las ideas de la nueva derecha han llegado aquí para quedarse y moldear de una vez por todas a la Colombia del siglo XXI.