La palma de cera
De las 11 especies que existen en el mundo, siete son silvestres en Colombia. Aunque embellecen diferentes zonas del país, se encuentran en peligro de extinción
Las palmas de cera se cuentan entre las plantas más emblemáticas y con sobradas razones candidatas a símbolo patrio. De las 11 especies del género Ceroxylon que crecen en los Andes tropicales entre Venezuela y Bolivia, siete se encuentran en Colombia. La bien conocida Ceroxylon quindiuense y la olvidada de Cundinamarca Ceroxylon sasaimae son endémicas de nuestro país y no crecen silvestres en ningún otro lugar del mundo. Su nombre aduce a su primer uso: la cera raspada sirve para hacer velas, las cuales seguramente acompañaron la colonización de las montañas. La del Quindío es símbolo patrio, con las más altas y las que crecen a mayor altura en el plantea. Llamaron la atención de Humboldt y Bonpland en la cordillera Central. Antes de la colonización eran muy abundantes y parecieron inagotables. Hoy, en el ecosistema, a más de 50 metros por encima del bosque de nubes los racimos rojos atraen al Loro Orejiamarillo (Ognorhynchus icterotis) a punto de desaparecer. Palma de cera y Loro Orejiamarillo representan un par ecológico severamente amenazado.
La palma de cera del Quindío contribuye a la economía turística del Eje Cafetero. Los visitantes en el valle de Cocorá, aunque pueden apreciarla en grandes cantidades, no saben que el espectáculo no está garantizado: las palmas germinaron y se establecieron en los bosques y hoy, muchas de ellas enfermas, mueren lentamente en el hábitat hostil de los potreros. También amenazada se encuentra la Ceroxylon alpinum, cuyo hábitat fue destinado al cultivo del café. Rodrigo Bernal y Gloria Galeano, de la Universidad Nacional de Colombia, recomendaron en 2005 al Instituto Alexander von Humboldt calificarla como "en peligro". Según la Unión Mundial de Conservación, una especie se considera así cuando se ha disminuido en un 50 por ciento y con el deterioro poblacional continuo enfrenta un alto riesgo de extinción silvestre. Más grave es la situación de la palma de cera de Cundinamarca (Ceroxylon sasaimae) que se encuentra "críticamente amenazada", y sobreviven sólo unos cientos de individuos entre Supatá y Sasaima. Una especie se encuentra en este estado cuando las tendencias de reducción han sido severas, y de continuar en el futuro, desaparecería en unas pocas generaciones. Hasta hace poco sólo se conocía por unos ejemplares en Sasaima, y hace unos 10 años observé una población en San Francisco de Sales, que resultó ser cultivada por un campesino a quien su padre le recomendó su cuidado por su gran belleza. En dos fanegadas, entre café y naranjos, sobreviven cerca de 100 individuos adultos y miles de juveniles; y cuando están en fruto son un espectáculo envidiable para cualquier jardín botánico. A diferencia de lo que aparentemente ha ocurrido en el resto del país, la existencia de estas palmas no ha sido resultado de la vitalidad de la naturaleza o de la protección legal, sino del uso y el aprecio campesino durante dos generaciones. Gracias a Camilo Campos, de la Asociación Philodendron, y con apoyo del Instituto Humboldt y de Conservación Internacional, las semillas y las plántulas vienen siendo rescatadas para jardines botánicos y para el repoblamiento de fincas.
En conjunto, las palmas de cera pueden ser propuestas como símbolo natural, por su diversidad, porte y belleza. Las densas hileras que conforman el famoso 'bosque por encima del bosque' de la cordillera Central son una rareza digna de protección. Con las plantaciones de las palmas protegidas y en propagación se habría superado el cuello de botella del olvido, antesala de la extinción biológica. En algún momento, ellas también se podrán reivindicar como símbolo cultural, pero aún falta camino.
* Biólogo. Especialista en conservación de la
biodiversidad.