Especiales Semana

Las crisis y sus lecciones

Hasta qué punto el manejo de los problemas anteriores dejó a Colombia mejor preparada para enfrentar la crisis actual de la economía mundial.

Eduardo Pizano*
21 de junio de 2009

Muchos se preguntan qué tiene en común la crisis económica ocurrida en Colombia a finales de los años 90, con la actual. Analicemos las causas que llevaron a la crisis de 1999, en el frente interno y en el externo, remontándonos a finales de la década de los 80, época en que se empiezan a incubar los problemas, que más tarde ocasionarían la crisis.

La Colombia de finales de los años 80 era muy distinta a la actual. El país era un país cerrado, al que Alfonso López Michelsen llegó a señalar como el Tíbet suramericano, por su aislamiento con el mundo. Los colombianos sólo consumíamos lo que producíamos localmente, gracias a una política de sustitución de importaciones iniciada unos años atrás. Para 1989, este modelo económico estaba agotado. Ese año se acordó iniciar un programa de internacionalización de la economía colombiana. Entre marzo de 1990 y junio de 1991, se tomaron los primeros pasos en esa dirección, disminuyendo en cuatro oportunidades los aranceles a las importaciones. La tasa promedio fue reducida del 43,7 por ciento al 11,4 por ciento. Paralelamente, se eliminaron los controles administrativos y las listas de prohibida importación. Como complemento a esta apertura, se dio una reforma financiera (Ley 45 de 1990) que liberó el control de cambios, al eliminar el monopolio del Banco de la República en el manejo de las divisas. La reducción de aranceles llevó a un incremento de las importaciones, lo que produjo un diferencial en la cuenta comercial del país, que fue compensada con un ingreso enorme de divisas que se inició en el año 1993. El sistema de devaluación gota a gota fue cambiado en 1994 por un sistema de banda cambiaria, que permitía que la tasa de cambio oscilara entre un límite superior y uno inferior. El banco central intervenía comprando o vendiendo divisas, en el momento que la tasa traspasara cualquiera de los límites. Entre 1993 y 1998 ingresaron al país alrededor de 27.000 millones de dólares que revaluaron la moneda e incentivaron las importaciones de bienes y servicios.

En medio de este ambiente de euforia económica, en el campo político, el país entraba en una nueva etapa de su vida. El M-19 se integraba a la vida política colombiana. Regionalmente, la primera elección de alcaldes en 1988 había dejado claro la necesidad de reformar las instituciones políticas para adecuarlas a una nueva realidad. Fue convocada una Asamblea Constituyente que se encargó de redactar una nueva Constitución.

La euforia producida en la mayoría de los colombianos por la aprobación de la nueva Carta y por el crecimiento económico que se estaba dando en el país, no alcanzó a alegrar a los economistas. Allí había conciencia sobre el enorme peso que iba a ejercer sobre las finanzas públicas, la creciente descentralización de recursos fiscales ordenada por la nueva Carta y el enorme gasto que produciría la creación de un sinnúmero de instituciones nuevas.

A pesar de que la misma Constitución permitía en uno de sus artículos las reformas necesarias para racionalizar el gasto, la realidad no permitió unos mayores ahorros, lo que forzó un creciente gasto público, que no se vio compensado por mayores ingresos fiscales. La elección del presidente Samper en 1994, cuestionada por haber recibido recursos del narcotráfico para sufragar los gastos de su campaña generó un halo de ilegitimidad, que agravó la situación económica. Poco hizo el gobierno para racionalizar el gasto público, a pesar que desde principios del gobierno la tendencia se acentuaba.

El creciente aumento de las importaciones motivadas por la fuerte revaluación del peso y el excesivo gasto público, llevaron en marzo de 1998 a la Junta Directiva del Banco de la República a señalar dos desequilibrios como preocupantes para la economía colombiana. El primero, el déficit continuado de la cuenta corriente de la balanza de pagos que alcanzaba un 4 por ciento del PIB. Y el segundo, el déficit de las finanzas públicas, que había venido aumentando hasta llegar al 3,7 por ciento en 1997. El Informe decía "si no se corrige el problema fiscal, aumentará la vulnerabilidad de la economía, a choques externos y se compromete el equilibrio externo e interno del país...".

En el caso de Colombia se dio el choque externo. Para evitar la fuga de capitales, el Banco de la República incrementó la tasa interbancaria, hasta alcanzar en el mes de septiembre de 1998, el 43 por ciento. El spread de los Bonos del Banco de la República aumentó 700 puntos básicos. El aumento de las tasas de interés llevó al traste a todo aquel que en ese momento se encontrara endeudado. Sucumbieron miles de empresas y de deudores hipotecarios que por el aumento de las tasas se vieron imposibilitados de pagar sus créditos. La recesión empresarial ocasionó un incremento en el nivel del desempleo que agravó la situación crediticia y presionó aún más la caída de la demanda. En pocos meses, la economía colombiana caía a niveles similares a los de la crisis económica de los años 30. A pesar del pronto remedio que se le dio a la crisis, la economía tardó varios años en recuperarse.

La crisis económica actual tiene su inició en Estados Unidos. Esta tiene su origen en la desregulación del mercado financiero que permitió que las instituciones financieras empezaran a otorgar créditos a personas que no eran sujetos de crédito. Estos créditos, luego denominados créditos basura, fueron empaquetados en lo que se llamó titularizaciones; paquetes que fueron puestos en el mercado y adquiridos por fondos de inversión y entidades financieras. Cuando en el año 2007, la burbuja inmobiliaria se rompió y los precios de los inmuebles cayeron estrepitosamente, los créditos atados a estos quedaron valiendo nada, afectando claramente a todos aquellos inversionistas que habían adquirido participaciones en las titularizaciones. Esta crisis no tardó en propagarse por el mundo entero, lo que llevó a los inversionistas a retirar sus inversiones de mercados con un riesgo mayor al de los bonos del tesoro americano.

¿Por qué a pesar de la gravedad de la crisis, aún no hemos sentido sus efectos en la economía colombiana? La razón es muy simple, el país estaba mucho mejor preparado para soportarla que en 1999.

En el nivel fiscal, el aumento de los recaudos tributarios, por la mejora de la economía y una serie de reformas en los campos pensional y de transferencias, permitieron al gobierno reducir el déficit fiscal del gobierno a una cifra manejable. Paralelamente el altísimo endeudamiento externo que soportaba el país a mediados de los años 90 fue reducido en relación con el Producto Interno Bruto y cambiado por deuda en pesos colombianos.

El déficit de la cuenta corriente de la balanza de pagos, que tantos dolores de cabeza nos había dado en los 90, fue reemplazado por un superávit, motivado no sólo por un mayor nivel de exportaciones, sino por un ingreso creciente de recursos de capital, en forma de inversión extranjera.

La Junta Directiva del Banco de la República frente al alto crecimiento registrado en el año 2007, comprendió que la economía colombiana se estaba recalentando y aplicó a tiempo la medicina recomendada para estos casos: elevar las tasas de intervención, para producir un incremento de las tasas de interés bancario y desincentivar el consumo. Esta medida evitó la creación de burbujas especulativas, como había sucedido con la vivienda a mediados de los años 90.

En el caso de las edificaciones fue vital la implementación de la fiducia inmobiliaria como mecanismo para la construcción de obras. Los bancos entendieron que mientras el 70 por ciento de los apartamentos u oficinas no estuvieran vendidos, no había posibilidad de crédito al constructor. Esta medida fue vital, al evitar una sobreoferta de edificaciones, terminadas y sin terminar, que en el momento del desprendimiento de la actividad constructora, hubiera llevado a una depresión de los precios de la vivienda.

La diversificación de las exportaciones y la apertura de mercados alternos al norteamericano, gracias a acuerdos comerciales, tuvieron un efecto importante en el comercio exterior. A pesar de la reducción de las exportaciones, la caída de las mismas fue menos pronunciada. Especialmente benéfico para Colombia, fue tener una oferta exportable de petróleo crudo y de carbón, dos insumos que pesan enormemente en la canasta de exportaciones colombianas y en los que los precios han caído frente a los altos precios de principios de 2008, pero aún continúan siendo altos frente a los promedios históricos.

En el caso de los bancos colombianos, la situación de ellos es hoy muy distinta a la de finales de los años 90. La crisis de este año encontró en ellos, entidades sólidas, capitalizadas, con bajos índices de cartera vencida y mejores indicadores de solvencia. La regulación y supervisión del sector es de un nivel muy superior a aquella de finales de la década pasada.

Todavía no podemos cantar victoria. Está claro que como consecuencia de la caída del crecimiento económico, los ingresos fiscales van a caer igualmente. El gobierno ha dispuesto un menor compromiso de gastos y un mayor endeudamiento para suplir los impuestos que jamás llegarán. Igualmente, a pesar de algunos incentivos para impulsar la economía, el desempleo ha crecido y nos ha sido imposible recuperar los puestos de trabajo perdidos.

De continuar la crisis en las economías desarrolladas, no hay duda: esta tendrá efecto sobre la estabilidad económica de nuestros países.
 
* Ex ministro de Desarrollo