En varias ocasiones se ha dicho que nuestro país todavía cuenta con una variedad lingüística maravillosa, fruto de esa gran diversidad étnica que caracteriza la población y que debería ser nuestro fortín de identidad y particularidad ante el resto del mundo.
Pero esa variedad está próxima a ser solo un recuerdo, bien porque estas lenguas se modifican a instancias del español que las va penetrando cada vez más en boca de los hispanohablantes, quienes con su ideología y cultura transforman también sus vidas; o porque se van extinguiendo en esta época de globalización, que las deja asomar al mundo y darse a conocer para en seguida ser recicladas e integradas al mercado mundial, que cambia el valor humano de sus conceptos por valores monetarios.
Hace unos cuatro años tuve que volver a una comunidad indígena embera donde recogí datos lingüísticos para el análisis de su lengua durante los años ochenta. Me llevé una gran sorpresa al ver que casi no entendía la manera como se me dirigían los jóvenes en su lengua, quienes me aseguraban que era porque ya no hablaban embera sino ‘emberañol’, lo cual correspondía a su estilo y vestimenta –propios de la juventud en todas partes (efectos de la globalización)– y que contrastaba notoriamente con la de los adultos mayores, a los que yo entendía más, pues eran quienes me habían colaborado entonces en la recolección de los datos de la lengua.
El que estas lenguas estén todavía vigentes en el territorio nacional se debe, sobre todo a ese para muchos incomprensible apego a sus padres (mucho mayor que entre nosotros), a su cultura tradicional, a su ideología ancestral que pervive gracias a que por fortuna todavía la mayoría se comunica con sus hijos desde un comienzo en su propia lengua, dejando el español para ser aprendido después.
Y para poder mantenerlas, transmitiéndolas oralmente, echan mano de cambios constantes y recursos fonológicos y prosódicos tan sutiles, que son imperceptibles por los hablantes foráneos. Claro que cada vez son más los embera (como los demás indígenas del país) que van dejando de hablar a sus hijos en su lengua y es por esto que han entrado en franco declive, a la par que van dejando sus costumbres, saberes y prácticas tradicionales que en cabeza y manos de sus ancianos se van esfumando con ellos.
En estos últimos años, en talleres con los maestros de la comunidad embera cuyo dialecto ‘chamí’ fue estudiado, se ha visto la necesidad de recoger términos de conceptos que se están perdiendo, pues los ancianos que todavía los recuerdan se están muriendo.
Por lo tanto, aprovechando que estudiantes no indígenas de la universidad donde trabajo se han mostrado tan interesados como fascinados por llevar a cabo esta labor, se están planeando brigadas de rescate de términos en extinción en esta y otras comunidades embera, confiados en que esto estimulará a los jóvenes embera a acompañarlos y, por qué no, a hacerlos reflexionar sobre el valor de la particular cultura de sus antepasados y la posibilidad de mantener su esencia al lado de la cultura occidental con la que actualmente se encuentran embelesados.
Esperemos que así sea.
Lengua propia de un pueblo indígena del Cauca en un municipio que lleva el mismo nombre. Apenas tiene cuatro hablantes activos y 50 pasivos (que entienden la lengua, pero no la hablan). Los totoró han hecho múltiples esfuerzos por recuperar su lengua, como una emisora comunitaria y programas culturales. A medida que mueren los miembros más viejos de este pueblo, quedan jóvenes permeados por la civilización que entienden el totoró, pero se comunican en español.
Solo quedan dos hablantes vivos. Ya no se usa en la vida cotidiana porque ha quedado reducida a algunas palabras y expresiones. Según Isabel Victoria Romero, lingüista de la Universidad Nacional de Colombia, “ha caído en desuso y no hay conocimiento suficiente, ni siquiera por los mismos miembros de la comunidad, como para restaurar su uso, ni por parte de los académicos, pues la posibilidad de una documentación lingüística con hablantes nativos fue muy reducida”.
Según datos del Programa de Protección a la Diversidad Etnolingüística del Ministerio de Cultura quedan más o menos 25 hablantes. Han fallecido los ancianos guías y ejemplo para la práctica de la lengua y la cultura, según explica María Stella González de Pérez, investigadora de Lingüística Indígena en el Instituto Caro y Cuervo, quien estuvo con los pisamira por última vez en 1991. No se tienen datos actuales. Los pisamira habitan a orillas del río Vaupés.
Su extinción está casi consumada. No hay ya hablantes activos, y en cuanto a los pasivos se estima que son 30. Se habla en zonas reducidas de Guaviare y Caquetá. Su desaparición se debe a múltiples factores, como un par de fuertes epidemias de sarampión en los años treinta que disminuyeron significativamente la población. Durante la misma época llegaron a la región los caucheros y un internado dirigido por capuchinos, con lo que la penetración del español se intensificó.
*Antropólogo-etnolingüista de la Universidad de los Andes