San Agustín
Belleza, misterio, cultura y poder. Todo esto y más es nuestro mayor? ejemplo de arte monumental prehispánico.
Impresionantes figuras, con amenazadores rostros felinos, animales mitológicos y seres fabulosos, conjuran un rico y emotivo poder que nos transporta en un viaje fascinante hacia antiguas culturas y extraños rituales. Sus estatuas, monolitos, tallas, petroglifos, tumbas, y la extraordinaria fuente ceremonial del Lavapatas, son huellas imperecederas de una cultura que se preocupó profundamente por la relación entre lo humano y lo cósmico. Escritos en piedra quedaron los vestigios de una olvidada religión que nos produce asombro y nos muestra un legendario pasado .
San Agustín es una metáfora, donde se encuentra el pasado con el presente. En sus cercanías están también algunos lugares memorables de resistencia indígena, ante el paso devastador de la Conquista. Muy cerca de allí, la cacica Gaitana vivió su terrible drama de violencia y de supervivencia. Por allí pasaron muchos viajeros ilustres, como el 'sabio' Caldas, quien fuera uno de los primeros en hablar de su existencia.
Desde hace más de 45 años fue declarado Parque Arqueológico Nacional, pues ya era un símbolo-sitio que nos pertenecía a todos como parte de nuestra memoria e historia colectiva. El Parque es nuestra meca; un lugar de peregrinación, impregnado de lo sagrado, que debemos visitar aunque sea una vez en la vida. Conocerlo es obligatorio, es casi un deber, pues nos hace sentir orgullosos de pertenecer a un país con una rica y variada herencia cultural que se extiende a través de los siglos, nos reconforta de los problemas que tenemos hoy y nos acentúa la posibilidad de llegar al futuro.
No por nada ha sido declarado patrimonio de la humanidad. El grupo impresionante de esculturas es el más imponente, abundante y enigmático del país. Los diseños únicos, encontrados sólo en esta zona, son testigos del paso de sociedades que vieron en ese lugar el sitio ideal para dejar de lado una existencia nómada como cazadores y recolectores. Tal vez fueron seducidos por el paisaje y la imponente geografía donde nuestro más importante río se reduce a un estrecho de apenas unos pocos metros. La cercanía al macizo, donde nacen y fluyen ríos en diferentes direcciones, les permitía el fácil acceso a las costas y a las selvas. En ese lugar, con gran variedad de pisos térmicos, se asentaron y desarrollaron, y produjeron nuevas tecnologías agrícolas que les permitieron mayor complejidad cultural, lo que resultó en el legado que nos dejaron sobre su mundo. Los conocimientos técnicos avanzados y la habilidad de esculpir la piedra nos muestran su manera de leer e interpretar las señales de los ciclos fundamentales de la naturaleza, tan vitales para su propia existencia.
Estas esculturas trascienden el paso del tiempo y van más allá de lo inmediato y de lo temporal en la experiencia humana. Son narrativas y memorias materializadas en piedra que se vuelve profundamente humana, y serenamente reflejan la historia de los pueblos que las elaboraron. Su permanencia preserva la importancia cultural, nos trae seguridad, poder e identidad y a la vez previene que ese lugar y las personas que lo habitaron caigan en el olvido. Su existencia perpetua, de cierta manera independiente de los vivientes, representa prestigio, visibilidad y durabilidad que conmemora y se imponen en nuestra conciencia de maneras diferentes, alterando el paisaje, creando un nuevo sentido de tiempo y de lugar, de duración y de permanencia.
Físicamente están en otro tiempo, pero a la vez se conectan con otro nivel de realidad donde se inscribieron profundos significados y donde quedó plasmada su visión del cosmos, de lo espiritual y lo filosófico, de lo social, lo material, lo económico y lo político. La construcción de estos monumentos requirió de un gran esfuerzo de habilidad, concentración de recursos y de trabajo que denotan una sociedad organizada con capacidad de controlar el trabajo de muchas personas.
Aunque aún existen secretos ocultos, las estatuas, desde el pasado nos miran enmudecidas, protegiendo los espíritus de los muertos que quedaron enterrados ahí pero, sobre todo, guardando nuestro presente y nuestro futuro.
Si estas piedras pudieran hablar, nos contarían muchas cosas más. Pero aun así, silenciosas, nos ayudan a entender conceptos y preocupaciones actuales. San Agustín no es solamente una curiosidad arqueológica, ni una atracción turística más del país. Es un lugar con un profundo significado en nuestras mentes. Es un lugar a cielo abierto, donde se propicia un diálogo que nos emparienta. Al aprender sobre las raíces de nuestra cultura, conocemos más nuestra realidad y nuestra historia.
* Antropóloga, Instituto Colombiano de Antropología e Historia (Icanh)