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El actor encarna a Chayo, cerebro del asalto y quien lleva una doble vida de padre de familia y ladrón, eso sí, de “categoría”, según lo describe Parra. | Foto: Cortesía Netflix

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"Trato de que estos personajes me dejen lecciones sobre oscuridad", Andrés Parra

El actor colombiano se mete en la piel de uno de los asaltantes de 'El robo del siglo', miniserie de Netflix sobre el asalto al Banco de la República de Valledupar, que estremeció al país y al mundo en 1994. Se estrena en la plataforma el próximo viernes 14 de agosto.

13 de agosto de 2020

“Quedé igualito a Víctor Mallarino”, bromea sobre cómo la peluca que usó para su nuevo personaje lo hizo sentirse parecido a su famoso colega. Más en serio, confiesa en la siguiente entrevista que fue complicado darle vida a Chayo, su rol en esta miniserie que recrea uno de los atracos más singulares de la historia nacional, con razón llamado “el robo del siglo”, en que fueron saqueados unos 33 millones de dólares.

¿Dónde estaba cuando ocurrió el robo del siglo?

En el colegio, por ahí en octavo, noveno grado. Recuerdo perfectamente haber visto la noticia y el “bonche” con los billetes. 

¿Por qué participó en este proyecto?

Venía de un rol muy exigente en cuanto a la forma en El presidente, y me pareció una buena oportunidad para volver a personajes más de fondo, que son los que mayor trabajo me cuestan. 

¿Qué tan fiel es el programa al crimen real?

Hay muchísima ficción. No hay un estudio riguroso de lo que sucedió, aparte de lo que salió en la prensa. Tampoco tenemos información de las relaciones de esos personajes, no se sabe nada de ellos. La dramatización del robo sí es muy cercana a la realidad.

Christian Tappan es Molina o “el Abogado”, uno de los socios principales de Chayo en el asalto. Hay entre ellos un viejo resentimiento, por un golpe que salió mal años atrás.

¿Qué pretende la miniserie?

Mostrar cómo se llevó a cabo el robo de efectivo más grande de la historia, sin muertos y, algo que la gente no tiene en cuenta, lo que pasó después. Robar un banco es dificilísimo, pero en un país como Colombia el verdadero reto es: “¿Qué hago con seis toneladas de billetes que debo transportar por tierra, de Valledupar a Bogotá, cuando puedo caer en manos de la guerrilla, el paramilitarismo, el narcotráfico, la policía o el ejército?”. Lo más interesante de la serie es la respuesta a si los ladrones lograron llevar el dinero a un lugar seguro.

¿Quién es Chayo, su personaje?

Es el cerebro de la operación. Un rol espectacular. Se fue de la casa muy joven, víctima de la violencia intrafamiliar; y se crio en la calle, donde descubrió que el bajo mundo también tiene categorías. Decidió convertirse en ladrón de bancos, catedrales, museos, joyerías, y se pule en ello. Lo marca una notable ansiedad de ascenso social y eso lo hace muy particular, pues lleva una doble vida. Su familia no tiene idea de a qué se dedica.

¿Qué lo hace distinto de otros hampones de la pantalla?

No es el típico líder de la banda que dirige desde un hotel o una guarida, sino que se mete al banco con su combo y lo da todo.

De Chayo, Parra resalta que no es el típico líder de pandilla que dirige desde otro sitio, sino que hace el trabajo sucio con sus secuaces. También actúan: Waldo Urrego, Édgar Vittorino, Pedro Suárez y Juan Sebastián Calero. La serie recrea, con realismo, cómo los hampones perforaron la bóveda del banco, con la complicidad de un policía y un vigilante.

¿Cómo fue la creación de Chayo?

Muy complicada. Estos personajes me cuestan trabajo. La mayoría del tiempo me sentí como perdido. Me agarró una crisis actoral, pero me sirvieron unas charlas muy “bacanas” que tuve con Christian Tappan y Marcela Benjumea (también del elenco). 

El Sardino, interpretado por Juan Sebastián Calero, es un matón espeluznante que tiene un curioso vínculo con Chayo...

Es muy bonita esa relación. Lo bueno de la ficción es que nos permite inventar esas cosas. Juan Sebastián y yo siempre pensamos que el Sardino –de quien creo tiene algo de psicópata– fue un muchacho que él se encontró en El Cartucho (epicentro del lumpen en Bogotá), lo medio adoptó y quiso convertirlo en un caco de categoría, como él. Es como su hijo bobo. El que le empezó a decir “papá” fue Chayo, y le siguió la corriente, supongo. 

¿Logra ponerse en los zapatos de los hampones que interpreta?

Tengo muchas conversaciones con ellos. Procuro nunca juzgarlos, desarrollar cierta empatía y entender sus razones. Trato de que me dejen lecciones sobre el ser humano y la oscuridad, que es algo que me interesa... La luz me aburre un poco.

Marcela Benjumea es Doña K, una bribona implacable y adinerada, a quien Chayo le debe mucha plata.

Ha perdido mucho peso. ¿Fue por exigencias de su trabajo?

Me adelgacé por un pedido que me hizo Caracol para Escobar, el patrón del mal. Una vez lo logré, seguí bajando hasta perder casi 50 kilos y dije: “Me voy a quedar en este nuevo perfil”. No me volvería a engordar por un personaje. Exploté al gordo treinta años, y ahora quiero hacerlo otros treinta con este que soy ahora. 

Ha dicho que no quiere ser un artista famoso, sino importante... ¿Cómo va?

Sigo en esa búsqueda y estoy satisfecho con los proyectos en los que estoy. Se trata de saber escoger, lo que me ha costado mucho desempleo, porque son más los trabajos que rechazo que los que acepto (declinó ser Pablo Escobar otra vez por 160.000 dólares al mes). Tengo que controlar la emoción, porque hay propuestas que me vuelven loco. Discuto sobre cada nuevo papel con mi esposa, mi hijo y mi mánager. Hasta que estamos todos de acuerdo, no digo que sí.

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