Durante un concierto de U2 en Glasgow, Bono le pidió al público que hiciera silencio absoluto. Entonces comenzó a aplaudir lentamente, se paró frente al micrófono y dijo: “Cada vez que aplaudo, un niño muere en África”. Desde el público alguien le gritó: “¡Entonces deja de hacerlo, carajo!”.
Harry Browne cuenta este episodio en su nuevo libro Bono: en el nombre del poder, en el cual muestra un lado del cantante que quizá muchos no se habían detenido a observar. O quizá sí. El libro ya es un éxito en Irlanda, donde Bono nació y donde perdió popularidad desde que en 2006 decidió llevarse su compañía a Holanda para evitar pagar impuestos.
Además de su artimaña poco presentable para ahorrarse unos cuantos euros, el libro investiga su imagen de gran filántropo y su apoyo incondicional a fundaciones dedicadas a disminuir la pobreza y el sida en África. Browne, profesor del Dublin Institute of Technology, escribió el libro por encargo para una colección llamada Counterblasts, que cuestiona a las figuras aparentemente santas y poco controvertidas de la política y la intelectualidad contemporánea. Algo como lo que hizo Christopher Hitchens con La posición del misionero, su diatriba contra la Madre Teresa de Calcuta.
Bono es un invitado recurrente a las cumbres del G8, donde les pide a los líderes mundiales donar más dinero a los países africanos. También les exige que cancelen sus deudas, como en 2002, cuando viajó a Ghana con el secretario de Hacienda estadounidense, Paul O’Neill, con ese propósito.
El cantante no parece ser tan malo, al fin y al cabo está buscando ayuda para una región en extrema necesidad. El problema, según explican Browne y muchos de sus críticos, es que África no necesita más dinero de regalo desde el exterior, como bien han demostrado incontables episodios de corrupción en estos países. Elson Bakili Muluzi, presidente de Malaui hasta 2004, fue detenido por robar al erario.
El expresidente de Zambia, Frederick Chiluba, también está acusado de quedarse con más de 40 millones de dólares públicos. Pedir más plata para África trata de forma simplista los problemas de la región, que son mucho más complejos, argumentan sus contradictores.
Bono, quien lidera la fundación ONE, dedicada a presionar a líderes políticos para que colaboren con la lucha contra la pobreza, se ha aliado con quien sea necesario para conseguir aportes, independientemente de la visión política de los donantes. Por eso, por ejemplo, no ha tenido problema en unir fuerzas con organizaciones religiosas que critican fuertemente a los homosexuales y pelean contra el uso de condones –que ayudarían a reducir la transmisión de sida y controlarían la natalidad en África–.
Además, Bono ha intentado reivindicar al ex primer ministro británico Tony Blair y al expresidente de Estados Unidos, George W. Bush –promotores de la guerra en Irak– como los grandes salvadores del Tercer Mundo. Es irónico que apoye a semejantes personajes si se considera que el artista obtuvo el premio Hombre de Paz, que le entregaron varios ganadores del Nobel en 2008 en París, por sus esfuerzos para combatir las enfermedades en África.
“Bono no es ningún hombre de paz: jamás se ha pronunciado contra guerra alguna –escribió Dave Marsh, un crítico de música estadounidense que le ha dedicado varios artículos furibundos–. Es uno de los propietarios de Pandemic/Bioware, productores del video juego Mercenarios 2, en el que se simula una invasión a Venezuela. Incluso el año pasado se reunió con el ministro de Defensa de Estados Unidos para discutir planes de instalar un nuevo comando militar en África”, argumentó Marsh.
Bono, por supuesto, tiene sus defensores y, cómo no, sus fanáticos. Muchos lo apoyan, incluidos el propio Bush y el expresidente Bill Clinton, quien dijo alguna vez: “Pocas personas han hecho más por movilizar una respuesta global contra la pobreza y las enfermedades que Bono. Estamos todos en deuda con él”. Browne acepta que su fundación ONE y las demás organizaciones que apoya han conseguido resultados positivos en África, pero critica el método y su desconocimiento de las verdaderas dificultades de la región.
El autor también reprocha el “paternalismo” de Bono y dice que sus supuestas soluciones son una manera de deshumanizar a los africanos, pues los trata como seres inferiores incapaces de decidir por sí mismos, defenderse solos y resolver sus propios problemas.
La crítica es dura y de hecho, Browne se atreve a decir: “Más que su música, el trabajo internacional de Bono puede ser su más atroz crimen. La filantropía de celebridades tiene muchos disfraces pero ninguna otra figura encapsula sus delirios, pretensiones y errores como el cantante irlandés, algo que ni sus gafas de sol ni sus pantalones de cuero pueden esconder”.