explorador

El hombre que descubrió Machu Picchu

Hace cien años, el estadounidense Hiram Bingham se convirtió en un héroe por su hallazgo de la ciudad sagrada de los incas. Sin embargo, terminó sus días tildado de mitómano y saqueador de tesoros.

9 de julio de 2011

Cuando George Lucas y Steven Spielberg llevaron hace treinta años al cine la historia de Indiana Jones, un profesor de Arqueología que en sus ratos libres se dedicaba a viajar por el mundo en busca de reliquias y ciudades perdidas, a muchos les pareció familiar la figura de este hombre apuesto, de contextura alta y sombrero de explorador. Hiram Bingham, un profesor estadounidense de la Universidad de Yale que saltó a la fama por haberle mostrado al mundo Machu Picchu, tenía las mismas características y, aunque Lucas y Spielberg nunca afirmaron que les sirvió de inspiración para crear a uno de los personajes más grandes de Hollywood encarnado por Harrison Ford, cuesta trabajo pensar en otro más parecido.

Por estos días, el nombre de Bingham vuelve a cobrar protagonismo, pues el 24 de julio se conmemoran cien años de su llegada a Machu Picchu, la ciudadela inca declarada una de las Siete Maravillas del Mundo Moderno. Este lugar es uno de los destinos turísticos más visitados de Latinoamérica y la principal muestra arqueológica de la grandeza del Imperio inca. Aunque cerca de un millón de personas celebrarán allí por todo lo alto el aniversario, muchos no recuerdan al explorador norteamericano como un héroe, sino como un mitómano y una figura mediática que quiso ganar fama con el hallazgo y saquear las reliquias que encontró en su camino. Esos críticos sostienen que se trataba de un personaje fatuo y presuntuoso, que buscaba más su figuración personal que el éxito científico.

Hijo de una familia protestante, Bingham no quiso seguir los pasos de su padre y su abuelo, misioneros religiosos en el antiguo Reino de Hawái durante el siglo XIX. Por el contrario, dedicó su vida a estudiar y obtuvo un PhD en la Universidad de Harvard, donde dictó clases de Historia y Ciencia Política. La Universidad de Yale lo nombró profesor de la cátedra de Historia de América del Sur, motivo por el cual empezó a viajar a ese subcontinente.

Primero fue a Santiago de Chile, donde representó a su país en el Congreso Científico Panamericano de 1908. Un año después, decidió regresar para recorrer a caballo el antiguo camino real de Buenos Aires a Lima, pero su idea era partir desde Cuzco. Cuando llegó allí, contactó al prefecto de dicha localidad, quien lo invitó a unirse a una expedición hacia las ruinas de Choquequirao, una ciudadela construida aproximadamente en el siglo XV. La mayoría creía que esa era la mítica Ciudad Perdida de los Incas, donde el último emperador enfrentó a los conquistadores españoles en el siglo XVI y cuya localización se había olvidado con el paso de los años. Pero Bingham no se dejó impresionar, pues según sus investigaciones debía quedar en otra región.

El explorador entonces viajó a Estados Unidos en plan de conseguir recursos para organizar una nueva expedición que le permitiera confirmar su teoría. Se desplazó hacia Cuzco nuevamente a mediados de 1911, y luego de recorrer durante dos semanas el cañón del Urubamba, en la mañana del 24 de julio llegó al puente de Mandor. Allí, un niño nativo, hijo de un residente de la zona llamado Melquíades Richarte, lo condujo a través de la espesa vegetación y le mostró las ruinas de Machu Picchu, que significa 'montaña vieja' en lengua quechua. Deslumbrado, Bingham describió el lugar en su bitácora como "un laberinto de muros y edificaciones recubiertas por selva verde".

A pesar de que no quedaba donde el explorador creía, inmediatamente pensó que había encontrado lo que buscaba. Y fiel a su costumbre de inflar sus hazañas, fue mucho más allá. "Bingham no solo consideró que era la Ciudad Perdida, sino también la cuna de la civilización inca. Él era un romántico, y a pesar de que no había suficiente evidencia científica, lo consideró así porque hacía de su viaje una historia fantástica y digna de contar", le explicó a SEMANA Christopher Heaney, autor de una biografía sobre el explorador titulada Cradle of Gold: The Story of Hiram Bingham, a Real-Life Indiana Jones, and the Search for Machu Picchu. Bingham siempre estuvo convencido de que tenía la razón y dio testimonio de ello en La Ciudad Perdida de los Incas, un libro que se convirtió en best-seller en 1948 y que posteriormente fue rebatido por expertos.

Hoy los historiadores coin-ciden en que Machu Picchu no es la famosa Ciudad Perdida y que en realidad fue construida alrededor del año 1450, es decir, en el periodo tardío del Imperio inca, como un sitio exclusivo para las élites. Allí se reunían entre 500 y 800 personas, principalmente mujeres, a descansar y realizar ritos religiosos. Además de ser una obra maestra de la ingeniería civil, los especialistas afirman que fue construida en una zona geográfica sagrada. De hecho, en los días del equinoccio de invierno y verano, los rayos del sol entran por la ventana central del observatorio astronómico de la ciudadela, lo cual demuestra que esta civilización, al igual que muchas de la era precolombina, era muy avanzada en astronomía, geología e ingeniería.

El peso de la fama

Un año después, Bingham organizó una expedición más grande con el apoyo financiero de la Universidad de Yale, de la National Geographic Society de Washington y de su esposa, Alfreda Mitchell, dueña de la joyería Tiffany de Nueva York. En esa ocasión lo acompañó un equipo conformado por geólogos, arqueólogos, ingenieros y topógrafos, para terminar de quitar la maleza y así estudiar mejor las ruinas. Como dato curioso, la revista National Geographic, bajo la dirección del inventor del teléfono, Alexander Graham Bell, celebró su vigésimo quinto aniversario en 1913 con una edición especial dedicada al hallazgo, que incluía las primeras fotos de la ciudadela.

El interés que generó entre la comunidad científica le permitió a Bingham reunir recursos para realizar una tercera expedición, en 1915. Ya desde el viaje anterior había acordado con el presidente peruano Augusto B. Leguía llevarse algunas piezas del lugar para examinarlas en Estados Unidos y devolverlas 18 meses más tarde. Pero cuando se cumplió el plazo, no las retornó porque, según él, acababa de enlistarse en la Fuerza Aérea y no le había quedado tiempo de revisarlas. Al final, el trato se enredó y las cerca de 46.000 reliquias, entre vasijas, huesos y artículos de cerámica y metal, permanecieron durante casi un siglo en los estantes de Yale.

Con el paso del tiempo, el gobierno peruano demandó a esa institución porque los objetos hacían parte de su patrimonio cultural, pero las directivas de Yale se negaron a devolverlos. Tras una larga batalla legal, la justicia les dio la razón a los peruanos y el año pasado llegaron las primeras piezas al país. Se espera que la colección esté completa a finales de 2012 y que sea exhibida en un museo de Cuzco de forma permanente.

La polémica por el tesoro acabó con la reputación de Bingham en Perú, pero no es la única que afecta su imagen. Poco después de su hazaña, el misionero británico Thomas Payne afirmó que había estado en Macchu Picchu antes que el estadounidense y que había cometido la ingenuidad de darle pistas de su ubicación. Y recientemente se supo también que el ingeniero y comerciante alemán Augusto Berns arribó a ese lugar alrededor de 1860, es decir cuarenta años antes que Bingham. De hecho, hay registros históricos que prueban que vivió allí y además diseñó los primeros mapas de esas tierras y obtuvo un permiso para remover algunos de los tesoros que había en esa área. Hoy varios académicos coinciden en que el norteamericano estaba al tanto de las actividades de sus antecesores, y que era una exageración proclamarse su descubridor.

Si se trata de ahondar aún más en el debate sobre el verdadero descubridor, basta recordar las evidencias que existen de la época de la Conquista. "Este sitio arqueológico está mencionado en documentos del siglo XVI -dijo a SEMANA el reconocido antropólogo peruano Jorge Flores Ochoa-. Se sabe, por ejemplo, que Machu Picchu estaba entre los lugares que Francisco Pizarro recorrió, y que para finales del siglo XIX había gente que conocía y vivía cerca de las ruinas". Por eso, según él, es importante aclarar que el evento que se conmemora este mes es el hallazgo científico.

Para quitarse de encima la fama de ladrón de tesoros e ideas, Bingham trató de reinventarse en el mundo de la política. Luego de luchar como piloto en la Primera Guerra Mundial, fue elegido vicegobernador de Connecticut y más adelante, gobernador. En este último cargo solo duró un día, pues tras la sorpresiva muerte de un senador republicano, ganó una elección especial para ocupar esa vacante en el Congreso. Pero su carrera de legislador también terminó mal, al ser hallado culpable de corrupción en la década de los treinta. No pudo volver a aspirar a un cargo público y pasó los últimos años de su vida en puestos administrativos menores. Paradójicamente, el hombre que alguna vez afirmó que su descubrimiento era comparable con el de Cristóbal Colón murió en 1956, a los 80 años, completamente desprestigiado.

Independientemente de la controversia que rodeó a Bingham, la mayoría de los historiadores admiten que solo gracias a su trabajo el mundo se percató de la existencia de Machu Picchu. Desde que la noticia salió a la luz, se convirtió en un sitio de peregrinación obligado y hoy alrededor de 800.000 personas lo visitan cada año. "Más que un homenaje, el centenario debe ser una oportunidad para que los peruanos reafirmen su compromiso de preservar este lugar sagrado", explicó a esta revista David Ugarte, antropólogo y exdirector del Instituto Nacional de Cultura de Cuzco. Porque, aunque lo de Bingham fue más un show mediático muy al estilo de Indiana Jones, no hay que desconocer que Machu Picchu es ciertamente una maravilla que la humanidad tenía derecho a conocer.