El mundo definitivamente ha cambiado mucho en los últimos años. Si se piensa que en Hollywood hasta 1950 estaba prohibido que un hombre y una mujer compartieran cama, hoy parece que no quieren salir de ella. Aunque hablar de sexo en televisión no es nuevo, hay varios aspectos que sorprenden justamente porque ya no sorprenden.
Para comenzar, los canales por suscripción que transmiten softcore porn, un tipo de pornografía que muestra desnudos y relaciones íntimas sin exhibir los genitales, hace tiempo dejaron de requerir un pago especial. Además, si en una época este contenido se pasaba después de las 12 de la noche, últimamente suele salir desde las diez. Esto deja a muchas familias con hijos adolescentes o aun menores, que hacen
zapping a esa hora, en la situación incómoda de caer en una escena sexual explícita.
A diferencia de la televisión abierta, donde el control es más estricto, en los canales por cable hay libertad para emitir porno suave en un horario determinado. Desde que eso pasa se debate hasta qué punto lo que se promociona como erotismo termina siendo hardcore porn, más propio de canales codificados (Pague Por Ver) como Playboy y Venus. A esta discusión ahora se le suma la tendencia de que las series se parezcan cada vez más a las películas pornográficas.
Sex and the City traspasó las barreras a finales de la década del noventa con las conversaciones de Carrie, Samantha, Charlotte y Miranda sobre sexo. Pero hoy parecen diálogos de adolescentes si se les compara con series más recientes como Girls, Game of Thrones, Spartacus, True Blood, The Tudors, The Borgias y Rome. En estas no solo hay desnudos frontales de mujeres, sino también de hombres, cosa que no se había visto hasta ahora.
Además, los protagonistas participan en toda clase de tríos y orgías que pueden ser entre heterosexuales, lesbianas y gais. Aunque dichos programas se transmiten por canales premium que suelen asumir más riesgos y por lo general no están incluidos en el paquete básico del cable, en la actualidad basta un clic para acceder a ellos gracias a plataformas como Apple TV y Netflix.
Rome, un drama histórico de 2005 que tuvo dos temporadas, fue el primero en romper con el tabú de los desnudos frontales. Luego le siguió Spartacus, una serie que ha logrado sobrevivir a pesar de que nadie ha podido seguir su libreto. En otras palabras, aunque todo el mundo sabe que se trata de un gladiador que se rebela contra el Imperio romano, quienes la ven no lo hacen por la historia como tal sino por la seguridad de que cada diez minutos habrá una escena de sexo explícito o una de chorros de sangre volando por la pantalla.
Esos dos elementos hacen parte del atractivo de True Blood, una serie de 2008 sobre vampiros discriminados que intentan ser aceptados en una sociedad conservadora. Aquí, a la ya diversa sexualidad del mundo contemporáneo, se le suman las relaciones íntimas prohibidas entre humanos y vampiros, que siempre tienen un tinte salvaje.
Tres años después, Game of Thrones, la adaptación de la saga de George R.R. Martin, volvió a poner el tema sobre el tapete. En esta también es usual ver en una escena a dos o más personas haciendo el amor, y en la siguiente una buena dosis de decapitaciones y sablazos.
Pero en este caso lo que más llama la atención es que, como la trama se desarrolla en un mundo medieval fantástico donde conviven varias dinastías, cuando los guionistas se enfrentan a la difícil tarea de explicar cuál es cuál, recurren a escenas de sexo que hacen los diálogos más interesantes. De hecho, ya varios críticos de televisión se refieren a este truco como sexposition, un término para explicar cómo las escenas de sexo que se considerarían gratuitas terminan siendo vitales para entender la trama.
Girls, el éxito del momento en Estados Unidos, aplica esa estrategia, aunque con menos frecuencia. Desde que salió al aire el año pasado han sido inevitables las comparaciones con Sex and the City, pues también retrata la vida de cuatro amigas en Nueva York. La diferencia es que las de Girls son mujeres luchando con los problemas de la gente común y corriente, empezando por la protagonista y escritora, Lena Dunham, quien exhibe sus kilos de más sin pudor.
Ellas no solo hablan de sexo, sino que lo practican de las formas más creativas posibles. Además si las conversaciones de Sex and the City eran bastante audaces para la época, las jóvenes de Girls tocan temas que van desde la masturbación y las enfermedades de transmisión sexual hasta el aborto y los problemas con la regla.
Generalmente el debate sobre este tipo de contenidos gira en torno a qué tan necesario es el sexo en el desarrollo de la trama. Hace poco un periodista de Wired, por ejemplo, se sentó a examinar varias series escena por escena para determinar cuáles lo ameritaban. Sin embargo, la sangre no se mide con el mismo rastrillo, pues rara vez alguien la cuestiona.
“La violencia es mucho más generalizada y escandalosa en la televisión actual”, indicó a SEMANA el crítico Myles McNutt, autor del blog Cultural Learnings. Como alguna vez dijo Jack Nicholson sobre la clasificación por edades: “Córtale el seno a una mujer con una espada y te dirán que solo necesitas verlo bajo la supervisión de un adulto; bésalo y lo prohibirán para menores de edad”.
Lo cierto es que cada quien tiene el control para administrar su programación por cable. “En primer lugar, nadie está obligado a suscribirse a ese servicio. Y segundo, una de las grandes promesas de la televisión paga es la pluralidad de contenidos; si a alguien no le gusta lo que ve, puede bloquearlo”, explica Germán Yances, analista de medios.
Los canales donde pasan estas series y películas de soft porn también transmiten programas para un público general hasta las diez de la noche y de ahí en adelante comienza la acción. Pero ya hay varias opciones para evitar que los niños vean contenidos subidos de tono y puedan acceder al resto de la parrilla familiar durante el día.
En todo caso, hay quienes piensan que no hay que armar tanto revuelo con las faenas y los desnudos en la televisión, pues después de todo hacen parte de la vida. “A la mayoría de la gente le gusta el sexo y cuando puede lo practica. Si no, tiene la opción de verlo. Este fenómeno no lo creó la televisión por cable. Sencillamente es humano”, afirma Paul Levinson, profesor de Comunicación de la Universidad de Fordham.
Por eso, todos los que se puedan escandalizar con el contenido de los programas actuales no deben albergar la menor duda de que si tienen hijos mayores de 12 años, estos ya han visto cosas peores en el computador de su cuarto.