Las noticias sobre el sida eran alentadoras la semana pasada. Los organismos de salud de Estados Unidos revelaron que en ese país hubo una disminución de un tercio en los diagnósticos de VIH entre la población general. Sin duda un dato para celebrar, pues implica que la lucha contra este mal está surtiendo el efecto esperado.
Pero ese avance se vio empañado con el anuncio de que uno de los científicos que más han trabajado en los últimos 30 años para que ver caer esas cifras murió a bordo del avión de Malaysia Airlines, que hacía la ruta Ámsterdam - Kuala Lumpur el pasado 17 de julio.
Se trata de Joep Lange, un virólogo clínico holandés de 59 años que iba con su esposa a participar en la XX Conferencia Internacional de Sida, que este año se lleva a cabo en Melbourne, Australia. Esta reunión es organizada por la Sociedad Internacional de Sida, de la cual Lange fue presidente, y se ha convertido en una de las más grandes e importantes en la investigación sobre esta enfermedad, gracias a que convoca a científicos, sociedad civil, gobierno y sector privado para discutir en un mismo foro los temas más relevantes de este padecimiento.
Aunque con Lange
fallecieron muchos otros expertos que se darían cita en dicho lugar, su muerte ha causado consternación internacional debido a que se trataba de una de las figuras más prominentes en ese círculo.
“Hemos perdido a uno de los grandes en nuestro campo y su voz no será fácilmente reemplazada”, dijo Richard Marlink, director de la Iniciativa de Sida de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de Harvard.
En efecto, Lange no se contentó con entender el mecanismo del virus para volverse resistente a los medicamentos y a desarrollar terapias más avanzadas para controlarlo. En una época en que muchos líderes creían que sería casi imposible llevar estos costosos medicamentos a países pobres, Lange les demostró que estaban equivocados.
En 1996, ya había comenzado a hacer gestiones en esa dirección al fundar con unos colegas la red de investigación clínica entre Holanda, Australia y Tailandia, conocida con HIV-NAT. Esta red ayudó a muchos pacientes pobres a tener acceso a drogas recién desarrolladas, con lo que Lange estableció que el mecanismo era efectivo para que dichas terapias llegaran a países pobres como Tailandia.
Sus colegas recuerdan una frase de Lange que hizo carrera durante la conferencia mundial de sida en Sudáfrica: “Si se puede distribuir una lata fría de Coca - Cola al continente africano, tiene que ser posible llevar el tratamiento contra el sida”. Con su firme y sostenida determinación logró eso en todo el mundo.
Su relación con el virus había comenzado mucho antes, en 1983, un año después de que fue bautizado por el Center for Disease Control (CDC) en Estados Unidos como Síndrome de Inmuno Deficiencia Adquirida. Desde entonces y hasta 1995, trabajó en la Organización de la Salud dirigiendo estudios científicos para dar con la cura de esta enfermedad, que entonces era sinónimo de muerte.
En ese período logró producir hasta 400 trabajos, una docena de los cuales ha sido citada en otras 100 publicaciones científicas, lo cual da una idea del impacto de su investigación en este campo.
Sus más importantes contribuciones a la ciencia se dieron en 1987 luego de culminar su posdoctorado. Según sus colegas, entre sus logros más destacados está haber dilucidado el papel de los anti-retrovirales en la reducción dramática de la transmisión del virus entre madre e hijo en el momento de nacer con sólo dar una dosis de un medicamento conocido como Nevirapine. También exploró la resistencia del VIH a la droga y estableció la seguridad de ofrecer en forma simultánea a los pacientes muchos tipos de anti-retrovirales, pues desde muy temprano creía firmemente en la eficacia de una terapia farmacológica combinada. Así mismo, colaboró en el nacimiento de la revista Antiviral Therapy y era asesor de compañías farmacéuticas en el tema.
Pero lo particular de Lange fue precisamente que no se dedicó sólo a la investigación sino que a partir del 2000 dedicó su tiempo a que eso que se investiga en los laboratorios llegará a la sociedad, y muchos señalan que en eso radica su genialidad. Lange se convirtió, además de investigador, en un activista para lograr que los pobres tuvieran acceso a la salud.
Su esfuerzo incluso fue más alla del sida al fundar Pharma Access, entidad sin ánimo de lucro que abrió sus puertas con una idea sencilla: ofrecer cubrimiento en salud a los empleados de Heineken y sus familias en el África subsahariana. Desde entonces, la fundación se ha ampliado y hoy incluso subsidia el seguro en salud de 100.000 personas en Nigeria, Tanzania y Kenia. “A veces los científicos no ven el impacto de las políticas y las leyes en la gente, pero Lange sí. Era un científico con corazón”, dice Helene Gayle, quien lo reemplazó en su cargo en la Sociedad Internacional de Sida.
En 1992, cuando el gobierno de Estados Unidos, anfitrión de la conferencia de dicha sociedad, prohibió a pacientes ceropositivos extranjeros entrar a ese país, Lange ayudó a organizar la conferencia en Holanda. También insistiría en que se hiciera en el 2000 en Sudáfrica.
En sus frecuentes viajes a este continente, el experto se reunía regularmente con pacientes, pero no en visitas médicas sino en calidad de activista para saber cuáles eran sus necesidades y así plantear políticas para atenderlas. “Lange valoraba la voz de la comunidad”, dice Shaun Mellors, colega del científico.
Actualmente Lange era el director del departamento de salud global de la Universidad de Amsterdam. Irónicamente, su vida acabó en el cielo de una de las zonas del mundo donde más retos tienen los expertos en sida. Tanto en Ucrania como en Rusia los altos índices de infección y de enfermedad se dan por el uso de jeringas y a pesar de ello, los gobiernos de ambos países no han sido capaces de atacar el problema, como sí se ha hecho en otras partes del mundo, lo que ha derivado en una problemática aún mayor.
Por fortuna para ellos, Lange se encargó de enseñar a muchos el conocimiento y el liderazgo que lo caracterizó y eso asegurará que su trabajo continúe hoy en manos de otros que colaboraron con él. En ese sentido hay esperanza de que más enfermos, incluidos los pacientes de Ucrania, puedan beneficiarse con sus ideas y descubrimientos.