IN MEMORIAM
El adiós de un genio
John Nash Jr., de los matemáticos más influyentes del siglo XX, murió en un accidente automovilístico. Una película lo dio a conocer pero la realidad fue más compleja.

Muchos mitos rodean la vida de John Nash Jr. Uno dice que cuando llegó a la Universidad de Princeton en 1948, a cursar un posgrado en matemáticas, exigió repetidas veces tener una cita con Albert Einstein. Quería explicarle los puntos flojos de la teoría de la relatividad. No es difícil de creer, pues Nash se tenía tanta confianza que rallaba con la prepotencia. Así fue desde niño, cuando no era un estudiante ejemplar pero demostraba su capacidad por iniciativa propia. En el bachillerato leía libros de matemática avanzada y, cuando llegó becado a esa alma máter, venía precedido de una diciente frase de recomendación: “Este hombre es un genio”.
Su profesor Richard Duffin, de la Universidad de Carnegie, no se equivocó en la apreciación. Nash Jr. recibió un Premio Nobel de Economía en 1994, y su historia inspiró la galardonada película Una mente brillante de 2001, dirigida por Ron Howard y protagonizada por Russell Crowe y Jennifer Connelly. Pero más allá de la cinta y del reconocimiento de la academia sueca, su legado aún impacta a cientos de académicos en decenas de campos, y estudiantes de disciplinas como la ciencia política, técnicos de equipos deportivos y presidentes de compañías, entre miles de ciudadanos que toman decisiones a diario, aplican su teoría de juegos. Nash Jr. publicó quizás su trabajo más relevante cuando apenas alcanzaba 20 años de edad. Más tarde en su vida cayó preso de una esquizofrenia clínica que solo superó casi tres décadas después.
La semana pasada, tristemente, su muerte le dio la razón a decenas de campañas sobre el uso del cinturón de seguridad. John y su esposa Alicia, que lo acompañó en las altas y bajas y que se casó con él en dos ocasiones, regresaban a Estados Unidos desde Noruega, donde Nash Jr. había recibido el Premio Abel. En Nueva Jersey, a las 4:30 de la tarde, el taxi que los conducía se estrelló contra una barrera. El taxista quedó vivo, pero ellos salieron disparados por entre el parabrisas.
El deceso de Nash desató una reacción inmediata. El diario The New York Times compiló varias reacciones relevantes. “Sus impresionantes logros inspiraron a generaciones de matemáticos”, aseguró Christopher Eisgruber, presidente de Princeton. El economista Roger Myerson equiparó sus descubrimientos con los de la doble hélice de ADN en la biología, y Barry Mazur, profesor de Harvard, lo llamó el Jane Austen de la matemática pues “publicó poco, pero lo que publicó tuvo un impacto impresionante”.
John Forbes Nash Jr. nació en 1928 en Bluefield, Virginia Occidental. Su padre era un ingeniero eléctrico, un veterano de la Primera Guerra Mundial que en palabras de su hijo “fue teniente pero no luchó en las trincheras”. Antes de casarse, su madre era profesora de inglés y de latín, y sufrió las consecuencias de una escarlatina que contrajo en sus días universitarios y afectó su oído. De sus abuelos recordaba poco, excepto a su abuela materna tocando el piano, lo que explicaría su manía de silbar melodías de Bach.
Nash describió a su pueblo como un lugar que le quedaba chico, y lo “obligaba a aprender del conocimiento mundial más que del de la comunidad cercana”. Asistió a la escuela como cualquiera, pero sus padres lo enrolaron en un curso extracurricular de matemáticas. Creció con la intención de ser ingeniero, pero la Facultad de Matemáticas en Carnegie, en la que estudiaba becado, lo tentó. Cambió de rumbo y se hizo a una reputación como matemático, pero sus inquietudes eran difíciles de enmarcar. Durante esos días tomó un curso de Economía Internacional que lo puso en contacto con las dinámicas que años después inspiraron su versión de la teoría de juegos. Profundizó a tal nivel los trabajos de los académicos John von Neumann y Oskar Morgenstern, que su postura se ganó con méritos un nombre propio. El equilibrio de Nash, su teoría de juegos, sigue influyendo la toma de las grandes decisiones alrededor del mundo.
Al salir de Carnegie, Princeton resultó más atractivo que Harvard. Era el hogar de Albert Einstein y estaba más cerca de su pueblo. Allá llegó Nash Jr. en 1948 y se graduó en 1950 con una tesis doctoral de 27 páginas. Entre 1950 y 1954 también sirvió como consultor de la Rand Corporation, el centro de investigación y pilar del complejo militar industrial de la Guerra Fría.
Pero bajo su superficie arrogante, su vida era complicada. Como profesor en el M. I. T. entre 1951 y 1959, sus clases eran más un reto para sus pupilos que una enseñanza y salió de la Rand pues la Policía lo culpó de exposición indecente (exhibicionismo y homosexualismo). Mantuvo relaciones sentimentales con varios hombres y mujeres, y en medio de ese torbellino conoció en 1953 a la madre de su primer hijo, John David Stier, y luego se casó en 1957 con quien tendría su segundo hijo y moriría a su lado: Alicia Larde.
Parecía que Nash entraba en una vida familiar, pues Alicia quedó embarazada en 1959, pero justo entonces la mente de Nash Jr. comenzó a resbalar. Un día cualquiera entró al salón de profesores y afirmó frente a sus colegas que The New York Times tenía mensajes cifrados de extraterrestres que solo él podía decodificar. Los doctores diagnosticaron esquizofrenia paranoica y los síntomas lo forzaron a abandonar su puesto en M. I. T. y a internarse por largos periodos, muchas veces contra su voluntad, en hospitales. Viajó a Europa buscando soluciones y en 1963, ya de regreso, se divorció de Alicia. Pero esta jamás lo abandonó: se mantuvo a su lado hasta que en 2001 consideró que casarse de nuevo era apenas justo.
Nash luchó por décadas contra las voces que escuchaba y las teorías que revoloteaban en su cabeza (condensadas en la película por el papel de Ed Harris). En sus etapas más complicadas, un colega le preguntó cómo podía haber pensado que los extraterrestres se comunicaban con él. Nash respondió: “Las ideas que concebí sobre seres sobrenaturales acudieron a mí del mismo modo que lo hicieron mis ideas matemáticas, y por esa razón las tomé en serio”. Así lo cuenta Sylvia Nasar en su libro Una mente prodigiosa. Según Nash, las voces solo se acallaron en los años noventa: “Una vez entendí que yo las generaba, que eran sueños, no comunicación, que venían de adentro y no del cosmos, se apagaron”.
En 1994, una vez la academia sueca se convenció de que Nash era de nuevo un hombre cuerdo, le otorgó el Premio Nobel en Economía por su “análisis pionero en el equilibrio en la teoría de juegos no cooperativos”, honor que compartió con John C. Harsanyi y Reinhard Selten, quienes refinaron sus aportes a la teoría de juegos.
Cuatro años después vino el libro de Sylvia Nasar y en 2001 la película basada en el mismo, lo que le dio a Nash Jr. la mano económica que necesitaba. Sobre la interpretación de Russell Crowe, Nash Jr. aseguró: “No soy yo, pero logró un buen personaje”.