HOMENAJE

Las huellas del maestro

Durante sus casi 60 años en el país el profesor Carlo Federici fue un luchador incansable de la renovación en la pedagogía. Este es su legado.

30 de enero de 2005

Los que conocieron a Carlo Federici Casa guardan la imagen del profesor italiano en sus caminatas por los prados de la Universidad Nacional mientras sostenía amenas tertulias con sus estudiantes. Y si el recorrido o las clases no eran suficientes, también estaba su casa, de puertas abiertas con la mesa del comedor dispuesta para continuar la discusión. Sus alumnos tampoco olvidarán la emoción casi infantil de su aplauso cuando escuchaba una buena idea, ni los tableros del Colegio Leonardo da Vinci, que en su época de rector llenaba con símbolos claros creados por él para hacer comprensible algún problema de aritmética. Y sin duda serán inolvidables aquellas preguntas provocadoras que con voz recia pero amable invitaban a la reflexión, ya fuera sobre la matemática, su profesión, o sobre la importancia de la labor de educar, su otra pasión. El legado que a su muerte, el 22 de enero a sus 98 años, se convirtió en patrimonio del mundo académico.

"Los problemas fundamentales radican en la formación de los maestros. Aquí y en otros países la actividad docente no es considerada una profesión digna. No se dan cuenta de que la educación es nada menos que la formación del hombre", es una de las frases que refleja su pensamiento. "En la educación no se deben imponer maneras de pensar. Se trata de conseguir que los muchachos no aprendan solo datos, sino que asimilen los procesos, pero un proceso sólo se aprende en la tensión del diálogo entre maestro y alumno, entre alumno y libro, entre el aula de clase y el mundo. Si queremos que los niños aprendan matemáticas éstas deben enseñarse con emoción", afirmó quien tuvo entre sus discípulos al ex alcalde Antanas Mockus y al neurocientífico Rodolfo Llinás.

Más que físico y matemático el profesor Federici era un humanista al que le interesaban tanto los números como el arte, la literatura, la política y la filosofía. Tanto es así que Ángela María Robledo, una de sus alumnas y hoy decana académica de sicología de la Universidad Javeriana, recuerda cómo incluso se servía de Shakespeare para acabar con el mito de que las matemáticas eran el coco: "Para explicar lo que era una relación matemática contaba que cuando Romeo ve a Julieta algo se produce en él, pero si ella no lo nota, no se teje ninguna relación. Sólo cuando Julieta lo ve y también siente algo, podemos hablar de una verdadera relación entre ellos".

La vida de Carlo Federici fue más difícil que las ecuaciones que solía explicar con la mayor naturalidad. Nació en Ventimiglia, Liguria, un pueblo costero en la frontera con Francia, y fue uno de los últimos de los nueve hijos del modesto hogar formadopor Napoleón Federici y Emilia Casa. A temprana edad Carloconoció los horrores de la guerra de Italia contra Libia y más tarde, la Primera Guerra Mundial, en la que lucharon tres de sus hermanos.

A pesar de la estrechez económica, sus padres se esforzaron para que él fuera profesional. En la Real Universidad de Génova no tardó en hacerse notar y lo becaron. Pudo estudiar física y hacer un doctorado en matemática. En 1931 se casó con Iole Celle, una joven romana que se convertiría en la madre de sus tres hijas: Emilia, Paola, que murió siendo bebé -uno de los más duros golpes de su vida-, y Simonetta. Iole sería su compañera hasta 1994, cuando sólo la muerte pudo separarlos.

Carlo ya estaba dedicado a la docencia cuando empezó la Segunda Guerra Mundial y se incorporó durante un año a las tropas italianas como teniente de artillería. "Era su deber servir a su patria, pero era contrario a su ideología y años más tarde se unió al movimiento antifascista de los Partisanos", recuerda Emilia. A fines de 1944, mientras dictaba una clase en el Liceo Cristóforo Colombo, lo detuvieron y encarcelaron. Alcanzó a despedirse de Iole, le entregó la argolla y las calzas de oro de sus dientes, lo único de valor que tenía. "La sentencia de muerte estaba lista para ser ejecutada, pero justo ese día se firmó el armisticio y fue liberado. Fue algo muy duro porque nunca le gustó hablar de esos momentos", cuenta su nieta Marta Lucía de la Cruz.

Tres años más tarde Colombia apareció en su camino. Gracias a unos amigos conoció al cónsul del país en Génova, quien lo invitó a enseñar lógica y matemática en la Universidad Nacional. El remoto país suramericano se convertiría en su destino final, pese a que llegó el 8 de abril de 1948 a Bogotá, en la víspera del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. "En la mañana del 9 de abril fue hasta un edificio en el centro para arreglar sus papeles y le dijeron que volviera en la tarde. Cuando regresó, el lugar ya no existía", relata Simonetta.

No por casualidad se convirtió en toda una leyenda en la Universidad Nacional . Allí dio vida a la primera carrera de matemática del país, impulsó la creación de la facultad y desde la dirección del Departamento de Pedagogía de la facultad de ciencias humanas se dedicó a fortalecer la investigación."El profesor peleaba con la enseñanza tradicional con la idea de que ser educador es un deber ético enorme: 'Gracias a la educación el ser humano se humaniza', fue una de sus más grandes enseñanzas", afirma Antanas Mockus, quien hizo parte del reconocido Grupo Federici, equipos de trabajo en los que junto al profesor se discutían estos temas y que tuvo tanto impacto que hoy existe un Grupo Federici 2 con la nueva generación de estudiantes, también tocada por sus ideales.

Con su grupo de estudiosos, Federici participó activamente en el Movimiento Pedagógico de principios de los 80 para promover reformas curriculares. "Esto se dio con la idea de formar maestros autónomos que contribuyeran a la formación de una actitud científica en el niño, que no trabajaran con programas prefabricados dedicados a repartir guías con una cantidad de objetivos. Era oponerse a que enseñar es una acción técnica pues es más una interacción. Federici tenía estas características y como integrante de su grupo siempre me maravilló de que la persona que más tenía para enseñar era la más dispuesta a aprender, a escuchar", recuerda el profesor Carlos Augusto Hernández, ex vicerrector de la Nacional.

Sus investigaciones y reflexiones, plasmadas en cientos de artículos y en los libros que publicó, no sólo le valieron el premio al mejor educador concedido por el Ministerio de Educación, ser doctor honoris causa y profesor emérito de la Universidad Nacional y miembro de la American Society for Cybernetics. Sus estudiantes promovieron que le fuera otorgada la ciudadanía colombiana, la que el presidente Álvaro Uribe le entregó en un sentido homenaje en 2003.

"Es el maestro número uno. Yo estudiaba en la Javeriana y con mi grupo íbamos a la Nacional todos los sábados para que él nos explicara matemática sin tener ninguna obligación, sólo por amor a educar ", asegura el científico Rodolfo Llinás, a quien le dirigió la tesis de doctorado y continúa. "En las religiones hay santos. En ciencia hay genios y héroes. Genios son los que tienen ideas increíbles y héroes, los que dan la vida por hacer trabajar las ideas. Federici fue un héroe genial".

En una ocasión mientras dictaba una de sus tantas clases de aritmética en el Colegio Italiano, uno de sus alumnos preguntó: "Profesor, ¿cuánto dura este curso?". La respuesta del maestro hoy define lo imperecedero de sus enseñanzas: "De aquí a la eternidad".