ARMERO

“Sueño que voy a volver a conocer a mi hijo”

Muchos niños sobrevivientes desaparecieron en Armero, y muchas veces fueron entregados a extranjeros en adopción sin comprobar que sus padres estuvieran vivos.

Gonzalo Guillén
14 de noviembre de 2015
Andrés Felipe Cubides nació el 22 de febrero de 1980 en el hospital San Lorenzo, de Armero. Su madre Claudia Ramírez sabe que está vivo.

Durante los últimos 30 años, Andrés Felipe ha crecido y se ha hecho hombre en la imaginación entrañable de su mamá, Claudia Ramírez Villamizar, hoy de 52. En cada momento ella ha intuido cómo se encuentra su hijo y no pocas veces lo ha sentido a su lado.

“Una vez, por ejemplo, me pasó en la oficina del Banco de Colombia de la carrera 15 con la calle 129, de Bogotá”, confiesa Claudia. “Sentí que un muchacho de la fila podría ser mi hijo y lo abordé”.

– ¿Cómo te llamas?

– ¿Por qué? –respondió en inglés el joven receloso.

– Por casualidad, ¿te llamas Andrés?

– No –respondió, imponiendo una barrera.

– Tranquilo, no pasa nada. Es que te pareces mucho al hijo de una amiga mía.

Tiene la corazonada de que volverá a verlo. “Me he imaginado muchas veces que me reencuentro con Andrés. Sueño que voy a volverlo a conocer”.

Claudia Ramírez Villamizar tuvo a Andrés Felipe, su primer hijo, a los 17 años y se casó con el padre, Ángel Cubides, biólogo, 16 años mayor que ella y miembro de una familia de grandes haciendas en el Tolima. El matrimonio fracasó a los cuatro años y se las arreglaron para dejar el niño en la casa solariega de Armero al cuidado de los abuelos maternos, que lo adoraban, para que ella pudiera irse a estudiar odontología en Bogotá.

Cerca de las once de la noche del 13 de noviembre de 1985, Claudia supo que el noticiero TV Hoy había informado dos horas antes sobre una explosión, presumiblemente del cráter Arenas del Nevado del Ruiz, de donde provenían las aguas claras descongeladas que irrigaban el fértil valle de Armero, su tierra natal. Semanas antes, Claudia había ido a ver a Andrés Felipe y en esa oportunidad se prestó como voluntaria para repartir por las calles hojas volantes con instrucciones sobre cómo actuar en caso que se reventara sobre el pueblo la represa que se estaba formando en lo alto del río Lagunilla, a la altura de la vereda El Sirpe, pues se había formado un dique de árboles caídos y sedimentos de lodo.

Tan pronto conoció la noticia corrió a Armero pero no pudo llegar debido a que una gigantesca masa de fango caliente cubrió las carreteras. Pronto supo que la ciudad entera, de más de 40.000 habitantes, había desaparecido de la faz de la tierra, arrasada por una fuerza un millón de veces superior a la que pudo haber tenido la salida de madre de la represa de El Sirpe: una erupción del volcán derritió cerca de 10 por ciento del casquete glaciar de las nieves perpetuas del Ruiz y desató una avalancha de lodo, tierra, rocas y árboles que corrió hacia Armero por el lecho del río Lagunilla. En los precipicios la oleada aumentaba su velocidad y se llevó a la temida represa de El Sirpe como si fuera una rama seca. Al llegar al valle, arrastró la ciudad (menos el cementerio) con tal fuerza que enseres y trastos llegaron a miles de kilómetros de distancia. Cerca de Barranquilla aparecieron los últimos cadáveres de habitantes de Armero flotando en el río Magdalena. Vulcanólogos que estudiaron durante meses la amenaza del volcán recomendaron evacuar la ciudad, pero el gobierno de Belisario Betancur se opuso de plano “para no causar pánico entre la población”.

Claudia no encontró rastros de su casa en ese mar de lodo: había desaparecido con sus padres y su niño, a quienes buscó en vano, como un zombi, durante los 15 días siguientes por el sur del Tolima. Aunque le dijeron, sin probarlo, que habían visto vivo a Andrés Felipe en las imágenes atropelladas de la televisión, tres años después de la tragedia un notario le entregó el acta de defunción “por desaparecimiento” con la que la familia del padre del niño, también desaparecido hasta hoy, pudo repartir sus bienes entre los herederos.

Nunca se ha establecido cuántas personas murieron en Armero. Los cálculos varían entre 20 y 30.000. Los sobrevivientes, se dice, pueden sumar 15.000, incluidos los nativos que vivían por fuera.

Claudia se graduó de odontóloga en la Universidad San Martín y ha hecho varias especializaciones, una de ellas en Estados Unidos. Se casó por segunda vez y tuvo dos hijas. Años después se casó de nuevo, esta vez con su marido actual, el matemático Víctor Sánchez.

En 2010, en una noche de domingo, Claudia se tropezó con un programa de televisión acerca de sobrevivientes de grandes desastres. La primera parte fue dedicada al accidente del vuelo 571 del avión de la Fuerza Aérea uruguaya que en octubre de 1972 cayó por un error de navegación en la cordillera de los Andes. En la segunda hubo una referencia a Armero y apareció un niño anónimo rescatado del desastre que temblaba y tomaba agua de un vaso que le entregó un socorrista (ver video).

Claudia alcanzó a cerrar los ojos al oír “Armero” y quiso apagar el televisor, pues se había prometido no ver más las imágenes de la hecatombe que le desgarró la vida. Pero quedó helada al ver, sano y salvo, íntegro, indefenso, inconfundible y nítido a su hijo, cuyo nombre ignoraban los productores del programa. Estas imágenes, del archivo del desaparecido Noticiero TV Hoy, eran plena prueba de que Andrés Felipe Cubides Ramírez sobrevivió al desastre natural más grande de la historia de Colombia. “Confirmé lo que siempre había sabido: que sobrevivió a la tragedia, como muchos niños de Armero que no han aparecido”, afirma Claudia, cuya serenidad contrasta con su sufrimiento.

Era verdad lo que le habían dicho sin evidencias 25 años atrás. Claudia renació al confirmar la certidumbre de que su hijo no había muerto. Pero comenzó un segundo martirio: tratar de encontrarlo.

Aparte del hijo que lleva en sus visiones interiores, todo lo que tiene de él es un “retrato hablado” que le elaboró gratuitamente el forense Jairo E. Cruz Ferreira, el mismo técnico que esbozó el usado para buscar al criminal Pablo Escobar.

Hace pocos años la buscó un joven holandés de unos 28, llamado Gui Raymakers, quien había averiguado que provenía de Armero, que su nombre original era Luis Guillermo Cárdenas y quería saber si Claudia era su mamá biológica. Pocos meses después del desastre había sido entregado en adopción a un matrimonio holandés al que Claudia describe como “una familia adorada”. Un examen de ADN, sin embargo, probó que no tenían parentesco alguno.

Andrés Felipe Cubides Ramírez nació el 22 de febrero de 1980 en el hospital San Lorenzo, de Armero, donde vivió hasta el día de la tragedia con su abuelo, el odontólogo Roberto Ramírez y su abuela, Merceditas de Ramírez.

En sus pesquisas perpetuas Claudia estableció que el día de la tragedia su hijo estuvo con su mejor amigo, Sergio Melendro López, un año menor, hijo de Martha Lucía López, Chía, quien administraba junto con su marido la hacienda exportadora de flores tropicales más grande del país.

Cuando lo sacaron del lodo, los socorristas llevaron a Sergio al vecino municipio de Venadillo. Al conocer su paradero un tío, provisto de una fotografía, acudió a buscarlo en el centro de atención de emergencia improvisado en una escuela pública. El médico que lo atendió lo reconoció, explicó que tenía una lesión de poca importancia en un brazo y que lo habían sacado con rumbo desconocido para abrir campo a los niños heridos y desamparados que iban llegando. Dos meses más tarde, una hermana de Martha Lucía López contestó una llamada del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, ICBF, para informarle que el niño se encontraba en la sede de esa entidad de El Salitre, de Bogotá. La tía voló a buscarlo pero nunca le permitieron entrar.

Al cabo de ocho meses, en una tienda de Benetton de New Orleans, a la abogada Luz Ángela Lucena, amiga de Martha Lucía López, un comprador le preguntó en inglés si era latina, lo que dedujo por su acento.

– Soy colombiana –precisó–.

– Ah, de allá es un sobrino mío a quien mi hermano y su esposa adoptaron y viven en Italia. El niño quedó huérfano en un gran desastre ocasionado por un volcán –le explicó mientras sacaba para mostrarle una fotografía del chico y sus nuevos padres.

– ¡Ese niño no es huérfano! –exclamó Luz Ángela–. Se llama Sergio y es el hijo de mi amiga Martha Lucía López.

Al oír esto, el hombre se escabulló sin dejar rastro.

En otra oportunidad, Claudia Ramírez creyó haber encontrado en Pereira a su hijo. Se trataba de un muchacho bonachón, “una historia muy triste porque se crio en un orfanato”, cuenta. Otro desaparecido de Armero con trazas de ser su hijo surgió en Bucaramanga, igualmente criado en una casa de expósitos. Pero pruebas de ADN descartaron cualquier parentesco en ambos casos.

Claudia consiguió que el genetista Emilio Yunis le donara un banco genético para almacenar muestras de ADN de padres de Armero que buscan a sus hijos desaparecidos. Hoy, este recurso está a cargo de la fundación Armando Armero, que dirige el periodista y escritor Francisco González, cuyos estudios han podido establecer que 237 niños siguen desaparecidos. Uno ha aparecido gracias al nuevo banco genético y dos por medio de redes sociales.

Entre ellos estaría el bebé de un joven médico armerita recién llegado de Alemania con su esposa berlinesa embarazada, a quien arrastró el lodo. Un teniente del Ejército llamado Andrés Díaz dijo haberla visto en trabajo de parto en el vecino pueblo de Lérida. Conocía a la mujer y aseguró haber oído cuando el médico que supuestamente recibió al niño preguntaba a gritos: “¿Alguien habla alemán?”. Ni la madre ni el recién nacido aparecieron jamás.

Antes de haberse ido a especializarse en Alemania, el médico estuvo a punto de descargar su revolver en un ladrón que halló en su casa de Armero, pero se arrepintió y le permitió irse. Meses más tarde, estando de guardia en Urgencias del hospital San Lorenzo, el hampón le llegó herido de bala y lo salvó de nuevo. Al cabo de un par de años, en la tragedia quedó atrapado entre un charco de fango y escombros del que no podía salir y vio aparecer por tercera vez al maleante, que buscaba qué robar entre las ruinas; se le acercó, creyó que lo auxiliaría por haberle salvado la vida dos veces pero se limitó a quitarle el reloj y se fue.

Hoy, Andrés Felipe podría ser un joven español de 35 años que conoce su origen colombiano y sospecha provenir de Armero, pero se niega a suministrar una muestra de su ADN. Otros dos huérfanos colombianos adoptados en Israel tienen características como para ser su hijo.

La fuente principal oficial para hallar indicios de los niños desaparecidos de Armero es un mamotreto secreto y desordenado que el ICBF comenzó a llevar a mano en 1985 y llamó ‘Libro Rojo’. La cantidad de folios ha variado de 250 a 160, según ha podido comprobar Armando Armero mediante inspecciones recientes, aprovechadas para lograr una copia mediante fotografías subrepticias. Allí consta que entregaron niños a quienes los reclamaron, sin acreditar identidades ni parentescos; otorgaron adopciones a extranjeros y nacionales antes de haber pasado medio año de la tragedia; en algunos vuelos presurosos de rescate sacaron del país bebés e infantes y se cree que un número indeterminado fue a parar principalmente a España, Holanda, Suecia, Israel y Estados Unidos.

Este 13 de noviembre, Armando Armero conmemorará en Guayabal, Tolima, los primeros 30 años de la tragedia y está invitando a dos jornadas de recolección de ADN, en las que, advierte Francisco González, podrían aparecer nuevos padres en busca de sus hijos perdidos.

Como dice Claudia, “esos niños, hoy señores, son la generación perdida, la última generación de Armero”.